Libros y Nación: Feria Internacional del Libro de Bogotá 2023. Por: Sofía Arbeláez Hoyos

En unos días comenzará la Feria Internacional del Libro de Bogotá- FILBO- y estará cumpliendo 35 años de realizarse. Más que una simple reunión de editores, distribuidores, libreros y escritores, los libros, tesoreros de las infinitas representaciones humanas, también han ayudado a forjar el camino de construcción de la Nación. Más allá de anunciar cuál es el país invitado este año, y en torno a qué temática girarán las exposiciones, me gustaría ir atrás y mirar cómo los libros y nuestra Feria del libro en Bogotá han sido una institución más dentro del esquema político que se relacionan con lo utópico porque hacen consciente a la sociedad de lo que quiere llegar a ser y cuáles tradiciones quiere rescatar, actualizar y vivificar, recuperando una unidad de consciencia en una sociedad atomizada, apoyándose en una esperanza sobre la intelectualidad (Gutiérrez, 2001). Por eso es una herramienta valiosa para la construcción de una ilusión de fraternidad, unidad e identidad que es la nación.

De ahí que, las formas principales de circulación de los libros promovidas desde las políticas culturales estatales, así como de las corrientes literarias que se fomentaron desde el poder, y la crítica que se le hizo a dichas políticas, develan cómo la literatura es una herramienta más en la construcción de la nación y el nacionalismo. La Feria del libro que nace en el contexto histórico de la República liberal (momento crítico para este tema porque es el inicio del capitalismo editorial), en conjunto con otras formas de tráfico de los libros: Las Bibliotecas aldeanas y La Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, comparten un objetivo de democratización de la cultura como parte del proyecto de construcción de la nación. En dicho proyecto, la literatura juega un papel preponderante en la extensión de la cultura a las masas y de curaduría del folclor nacional, pues en ella hay una posibilidad de transformación del país poniéndole al paso de la tradición occidental al tiempo que se guarda la esencia del hombre colombiano. Los libros son la encarnación de la relación entre la construcción de la nación, la modernización y el folclor. 

Para entender esto hay que recordar que la nación, como construcción histórica, no es un dato ontológico, es un proyecto social, político, cultural, económico y administrativo que se legitima a partir del consenso de un margen amplió de la sociedad. Benedict Anderson definió la nación como “comunidad imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Porque en la mente de cada miembro de la nación, aunque no se conozca con los demás, se vive una imagen de comunión con fronteras finitas, se genera un sentimiento de fraternidad y compañerismo horizontal, a pesar de las efectivas diferencias internas (Anderson, 2006, pp. 23-25). Pero para esto es imprescindible la existencia de personas e instrumentos que difundan estas ideas, como la tecnología, la educación y la imprenta; y los intelectuales, gente con credibilidad que amalgame estos principios y les dé sentido usando la tecnología favor de la nación (2010, p. 113).

Ahora bien, la literatura y su materialidad (la imprenta, el libro y su circulación) hacen parte de esta construcción y son parte de esa tecnología e intelectualidad, como elementos de la nación, que coadyuvan a la generación de conciencia de fraternidad que forma las comunidades imaginadas. Son tecnologías que permiten la difusión de ideas a gran escala, reproducen símbolos y multiplican al Estado además de que generan una comunidad en cierto grado homogénea de lectores que permite originar identificación entre los miembros de la nación.

Dentro del largo periodo en el cual se ha ido construyendo la comunidad imaginada colombiana la literatura también ha sido un instrumento utilizado para su difusión o cohesión, y sobre todo para generar un determinado tipo de nación. Un periodo sumamente interesante para el estudio de la literatura y su relación con la categoría nación es la República Liberal. Esta es una denominación que se ha usado por cierta parte de la historiografía para referirse al periodo de 4 gobiernos de presidentes liberales que se dio entre 1930 y 1946: Enrique Olaya Herrera, 1930-1934, Alfonso López Pumarejo, 1934-1938, Eduardo Santos Montejo, 1938-1942 y Alfonso López Pumarejo 1942-1945. Este lapso es particularmente especial para la historia de la literatura puesto que se considera que, en la República liberal, se “inventó” la cultura popular. No porque no existiera antes, sino que durante estos años aquella noción se concretiza dadas las particulares políticas de masas y la relación élite-pueblo que se dio con estos gobiernos.

La cultura popular no se puede definir como tal. Es un concepto que se debe tomar en su contexto. Bajo ese entendido, la cultura popular es una forma de clasificar la cultura en una oposición binaria frente a la alta cultura o la cultura de élite (Silva, 2005, p. 14). Implica alteridad, hablar de una cultura que no es la nuestra, pero que a quienes la atribuimos la viven como cultura sin ninguna etiqueta (2002, p. 1). Son los grupos de intelectuales y las instituciones los que en cada momento realizan la selección de ese conjunto de prácticas y de significados que denominan “cultura popular”. Es decir, es una forma de clasificación inventada para referirse a la cultura de un grupo de la población a la que se denomina sectores populares, que viene del surgimiento del campesinado libre y la proliferación de la vida urbana, en otras palabras, las masas campesinas y urbanas, también llamadas clases subalternas, masas populares o pueblo (Silva, 2002, p. 20-22). Por otro lado, lo cultural es la vida de todos los días, las construcciones de conciencia, discusiones, divisiones, tradiciones, representaciones, visiones del mundo, prácticas del humano, no predeterminadas sino producto de la experiencia histórica (singular conjunción de necesidad y azar) (Silva, 2002, p. 22).

Los proyectos de extensión cultural de los gobiernos liberales elaborados por los intelectuales del periodo, como la radio, los libros, y el periódico, tenían la intención de ligar la “alta cultura” con la cultura popular, pues allí veían una posibilidad de transformación del país poniéndole al paso de la tradición occidental al tiempo que guardaban la esencia del colombiano, dicotomía de la que nacería el ser nacional. Precisamente en estos años, la cultura popular se leyó como folclor por los gobiernos liberales. El folclor es la encarnación del alma nacional, el contenedor de las tradiciones intemporales que contienen las raíces de la nacionalidad. Por eso se usó como instrumento para la construcción de ese sentimiento de unidad y pertenencia y eso se plasmó en la literatura. Tanto la nación como el folclor son construcciones que en este momento se unieron con la cultura popular. Todo ello está ligado también a la modernización, que se refiere al proceso de cambio acelerado por el que pasaba las sociedad colombiana en los años 40 (Silva, 2002), que conlleva el crecimiento de las ciudades, la mecanización y tecnificación, la capitalización, el régimen salarial, todo lo cual sirve no solo para hacer el libro un bien accesible a una mayor parte de la población, sino también para delimitar en esta época qué es lo popular, fenómenos todos los cuales debían aunarse al ser nacional.

Sorprendentemente –o no– en toda esta situación tuvo un papel preponderante el libro y la literatura, como parte de estas políticas de extensión de la cultura a las masas y de curaduría del folclor nacional que tenían detrás esa pretensión de generar comunidad.

a.          Las Bibliotecas aldeanas

Una de las formas de difusión y circulación del libro en el periodo propuesto fueron las Bibliotecas aldeanas. Estas fueron el resultado de un esfuerzo desde el Ministerio de Educación y la Biblioteca Nacional para fomentar la lectura en el campo por fuera de los textos escolares. Estuvieron vigentes desde 1935 hasta 1945. El fin de estas bibliotecas se acompasa con el inicio de las ferias del libro, una nueva forma de circulación que iba de la mano con un cambio de concepción: de lo rural a lo urbano en la formación cultural del país (Muñoz, 2013). Como ya se mencionó, este proyecto se dio en el marco de una extensión de la política popular en conjunto con una intención de modernizar, por eso, era paralelo a otras empresas para la productividad del trabajo, la mejora de la salud y la higiene pública, la educación y la estetización de la vida social. En suma, había en todo esto un intento por “civilizar”. Así, este fue el primer ensayo por hacer llegar de manera masiva ciertos libros a la población para garantizar una forma de conocimiento técnica, nociones sociales, modelos de conducta, estética y goce (Melo, 2007).

Se buscaba que estos espacios (las bibliotecas) migraran de ser un lugar para ociosos o eruditos a ser una fuerza para la riqueza pública y privada del país, quería convertirla en un espacio público y accesible, un lugar de creación y educación y no solo de conservación de libros. Veían en las bibliotecas una forma de re-dignificación de la ciudadanía, a través del conocimiento del pasado y sus tradiciones.  

En concreto, las bibliotecas aldeanas eran una reunión de un centenar de libros que hizo la Biblioteca Nacional para enviar a las “aldeas” o pueblos rurales y así acercar el libro a los campesinos y “masas populares” en donde se consideraba que había casi una inexistencia del hábito de lectura. Una vez llegaban los libros eran administrados por maestros o por los consejos municipales. Se abría algún espacio para la biblioteca, y en caso de no encontrar alguno o por falta de recursos se dejaban en la escuela del pueblo.

Lo especial de este proyecto no está solo en la intención de llevar el libro a las masas, sino en el contenido mismo de los libros seleccionados para estas bibliotecas. Se estableció que las Biblioteca Aldeana debía constar con las “obras fundamentales de la cultura humana”, que se dividieron en 4 categorías: (i) literatura universal; (ii) selección de obras nacionales, (iii) manuales de instrucción, (iv) libros de consulta (por ejemplo, diccionarios, compendios de geografía, etc.) (Marín y Novoa, 2014). Esto demuestra cómo la noción de la lectura como herramienta civilizatoria y proyecto nacional.

Por ejemplo, para la selección de libros de literatura universal el gobierno colombiano compró una colección de libros de la editorial española Araluce que se componía de obras clásicas, sobre todo europeas, con algunos libros de la antigüedad y un par de oriente. En realidad, eran obras adaptadas para niños, así que los libros eran versiones resumidas de los textos originales. Su listado iba desde obras de la literatura universal como Voltaire, Emilio (Rousseau), Fausto (Goethe), Los panfletos de Paul Louis Courier, Los miserables de Víctor Hugo, Los tres mosqueteros (Dumas) y Madame Bovary (Flaubert). Por otro lado, había obras de literatura en el grupo de obras nacionales que hoy se conoce como la Selección Samper Ortega. A ella pertenecen 100 obras célebres de la intelectualidad colombiana que se suponía era la mejor tradición nacional (Marín y Novoa, 2014). Se puede decir que hoy muchas de estas obras se hicieron conocer fuera de su esfera inicial y se hicieron “populares” gracias a la cultura de Aldea. Dentro de esta encontramos, Estudios gramaticales de Rufino José Cuervo, Cuentos de Efe Gómez, Ensayos de Julio Garavito, María de Jorge Isaac, Los problemas de la raza de Miguel Jiménez López y La civilización contemporánea, autoría de López de Mesa.

Como es obvio, fue una selección fuertemente criticada, tanto por los autores que quedaron fuera de ella, como por los conservadores, dado que, se decía que Samper, encargado de la selección, tenía un vínculo con el partido liberal así que la selección era una estrategia partidista para adoctrinar la cultura campesina. En este caso la editorial contratada fue Minerva y fue el primer intento de crear un canon de las letras nacionales.

Esta selección da cuenta muy bien de la nación como construcción, pues la literatura “nacional” no viene dada por la providencia o por un a priori atemporal, sino que tal y como la Selección Samper Ortega es la antología de unos autores, y la exclusión de otros, la exaltación de ciertos valores y la relegación de otros. Así que sobre las obras escogidas cabría preguntarse: ¿Por qué esas? ¿Cuál es el contenido de los libros, su moraleja, sus personajes, su mensaje? Pues todo esto influye en lo que hoy consideramos colombiano. Sin duda, la Selección llegó a ser imagen de lo que los lectores tenían como pensamiento nacional.

En general, las bibliotecas aldeanas fueron de relevancia para el proyecto nacional por que crearon una cierta coherencia interna y un grupo homogéneo de libros y lectores que garantizaban un mínimo de material que conllevaba la difusión de unas determinadas nociones estéticas, morales, sociales de la vida, generando esa fraternidad necesaria para la imaginación de una comunidad. Además, lograron conectar espacios y localidades que antes estaban aisladas de todo centro republicano y de la institucionalidad, generando una red de correspondencia impactante a través de la cual se daban órdenes, se compartían experiencias y las regiones podían hacer solicitudes, llevando la presencia del Estado a territorios que pocas oportunidades habían tenido de sentirse parte de algo colombiano. La idea de nación que tenían las élites administradoras del proyecto se contagió en gran medida a las regiones a donde lograron llevar las bibliotecas. Se ve un discurso sobre el libro que busca generar identidad a escala país y que busca una resignificación a través del acceso a la ciudadanía dándole conocimiento a los miembros de la nación. En todo esto se ven envueltos conceptos como ciudadano, pueblo, educación, patria, todo lo cual lleva a un discurso civilizatorio, esperanzador, modernizante de la nación concretado en el libro, que se repetirá a lo largo de los otros proyectos de extensión cultural y aún hoy en día.

b.          Las ferias del libro

Luego del auge de las Bibliotecas aldeanas el centro se vuelca a lo urbano, pero dentro del mismo objetivo de la democratización de la cultura como parte del proyecto de construcción de la nación. Persiste la retórica que habla del pueblo y del interés de ilustrar lo popular y en este contexto surgen las ferias del libro, que se siguen realizando hoy en día, como otra herramienta para acercar el libro a la población a través de la rebaja de precios y de una lógica de mercado, que dio pie después al capitalismo editorial en la década de los 60’s. El paso a las ferias del libro también se dio por el reconocimiento de las nuevas clases sociales que incluía a trabajadores industriales, empleados de empresa y del Estado, como agentes que tenían gustos y sensibilidades diferentes (Silva, 2005).

La primera feria del libro se llevó a cabo en 1936, promovida por el entonces alcalde de Bogotá Jorge Eliecer Gaitán y fue sumamente exitosa en términos de venta de libros y público. Fue anunciada en casi toda la prensa, en periódicos como El Tiempo, El Siglo, El Espectador y Cromos. Además, la literatura promocionada en ella fue criticada por el Calibán y La Danza de las horas (Silva, 2005). Frente al auge de la nueva literatura bogotana, El Calibán reseñó, por ejemplo, que fue una feria de la incultura pues el 95% de los compradores seleccionó lecturas bajas y fáciles que los podría intoxicar (El Tiempo, 7, x, 1936, p. 4). La literatura refleja la tensión en los diferentes proyectos de construcción de nación que había en el momento, decantada sobre todo en las diferencias bipartidistas. En general, aún para estos años se hacía referencia a la literatura como un género exclusivo para la entretención. Incluso se le llamaba “creación literaria de imaginación” no ligada a la educación si no a divertir. Solo las obras clásicas pertenecían a la llamada alta cultura. De ahí el miedo, sobre todo de algunos grupos conservadores y católicos de llevar dicha lectura al pueblo.

El triunfador de la feria del 36 fue Arturo Suarez con novelas como Rosalía, El divino, y Vargas Vila con Aura o Las Violetas (Silva, 2005). La feria de 1937 siguió el mismo camino, teniendo la literatura como protagonista, pero incluyendo cosas nuevas como la literatura infantil y femenina (por ejemplo, con la Librería Nueva). También persistieron las críticas que miraban la literatura como género inferior. El periódico El Siglo escribió para esta feria que la novela de amor y policiaca fueron los géneros predilectos, y los califica como un género inferior opuesto a la literatura clásica, que alimenta las pasiones desenfrenadas (El Siglo, 20, viii, 1937).

Tan solo hasta 1940, Gaitán institucionalizó la feria del libro anual. Es durante esta época de las ferias que florece la lectura de autores colombianos, pues se ofreció un verdadero acceso al libro nacional, que sufría aún peores críticas que la novela extranjera por alguna parte de la élite, pues no se concebía que los temas nacionales y populares fueran materia “noble” para la literatura. Se ve igualmente esta tensión en la construcción de los colombianos, entre lo “autóctono” y “folclórico “y la “alta cultura”. Las ferias se realizaron continuamente hasta 1948, sufrieron una pausa y se retomaron en 1951 hasta nuestros días volviéndose una costumbre e institución liberal en Bogotá (Silva, 2005). 

La FILBO tal y como la conocemos actualmente, con rupturas y continuidades tan solo comenzó en 1988, ahora liderada por la Cámara Colombiana del Libro- CCL. El análisis tiene que ser claramente diferente, pues la CCL es un gremio que surgió de una iniciativa privada y por ende ya no es una política estatal. Empero, cabe preguntarse si quienes conforman dicha institución hacen parte o no de esa intelectualidad que define lo cultura y lo difunde como ser nacional. Lo que sí permanece con total calidad en el discurso de la CCL es la idea de democratización de la cultura. En su página web se puede leer “Pero sin duda sus dos apuestas fundamentales han sido la organización y fundación –en asocio con Corferias– de la Feria Internacional del Libro de Bogotá a partir de 1988, y su trabajo en pro de la democratización del libro y la implementación de leyes que orientan su protección y el fomento de la lectura” (Cámara Colombiana del libro).

Otro aspecto a resaltar de las ferias y las bibliotecas aldeanas es que alejaron la lectura de la Iglesia, que antes era la orientadora y censora de los lectores en defensa de la moral y las buenas costumbres. Ello es otra razón para el rechazo de cierto sector intelectual del género novelesco, pues se consideraba que en sus temáticas ficcionales había una amenaza para las tradiciones sociales; se veía con malos ojos aquel brío y ensoñación, pues ponían la pasión por encima de la razón. Pero este alejamiento de la iglesia permitió que la literatura ahora se aliara con la nación secular, una fraternidad que compartía la misma historia, arte y que se encontraba en las bibliotecas para leer. 

Sobre las ferias se puede sacar una conclusión similar a la de las bibliotecas aldeanas, pero en el contexto de la ciudad. Se creó un lugar de comunión de los miembros de la nación, una forma de llevar a ellos las mismas ideas y de hacer accesible la instrucción que los haría ciudadanos, ahora, no llevándolo a lugares retirados como con las bibliotecas aldeanas, si no haciendo el libro accesible para la compra impulsando el capitalismo editorial. Vemos cómo aún a lo largo del siglo XX la nación es un proyecto andante al que se le va sumando los cambios de la modernización mencionados más arriba, incluyendo en el ser nacional no solo el folclor rural y la tradición occidental, sino, ahora también, lo urbano.

Es innegable entonces que, las ferias del libro y otros proyectos culturales del momento, sobre todo las Bibliotecas aldeanas tuvieron un impacto sobre los hábitos de lectura en torno al género literario en Colombia a través de su pretensión de “popularizar” la lectura como herramienta de construcción nacional. Desde el siglo XIX los intelectuales reclamaron la lengua, la historia, el mestizaje, el folclor y el territorio como raíces de la nación; la novedad que sobrevino en el siglo XX, y que se muestra con estas apuestas gubernamentales, es la iniciativa de hacer partícipe a las masas, generalizado el sentimiento de pertenencia a la nación y como la literatura hizo parte de la tecnología de difusión. No en vano estas empresas vinieron de la mano con el Museo de Arte Colonial, el Instituto Etnográfico Nacional, la Radio Nacional y el Instituto Caro y Cuervo, así como de la reorganización de la Universidad, el Museo y la Biblioteca Nacional de Colombia (Calvo, 2009). Ello vinculado a un discurso sobre el libro y sus representaciones culturales que pintaba el desarrollo de la nación, la ciudadanía y la modernización en una rara paradoja que unía el alma tradicional campesina, con el auge de la ciudad y las corrientes extranjeras de las cuales las élites eran conocedoras.

Adicionalmente, estos espacios asistieron a esa voluntad de pertenecer a una comunidad más amplia que la local, a aquel sentimiento de pertenencia y adhesión a la comunidad porque conectaron y pusieron en el mismo plano a una población territorialmente dividida, y puso en conexión ciertas periferias de la época, como Bahía Solano, Sumapaz, Leticia, con la institucionalidad.

No solo las empresas de expansión cultural desde el gobierno tuvieron pretensiones nacionalistas, las mismas obras en su interior hicieron parte del conjunto de prácticas y discursos nacionalistas que formaron esa política cultural de masas que buscaban erigir un plano cultural institucionalizado en el que viajaban los significados nacionales. Al fin y al cabo, la literatura es un discurso ficcional, una metáfora sobre el pasado, el presente o el futuro que se quiere, por eso fue tan efectivo para construir el mito de la nación. Hacer sentir que esa cultura popular era patrimonio de todos contribuyó a llenar de contenido el ser colombiano, y la edificación de un sentimiento compartido de propiedad de la nación por la proliferación de instrumentos públicos y dispositivos culturales que partían de la reproducción de símbolos.

El fenómeno persiste, la nación colombiana como proceso aún andante se sigue forjando a través de la obra literaria, desde las guerras civiles del siglo XIX, pasando por la violencia, luego el narcotráfico, las guerrillas, todos aspectos abordados por los literatos, nos permiten ser partícipes a todos los colombianos de los acontecimientos de alguna u otra parte del territorio. Genera redes de significado cuando el lector se reconoce en los hechos narrados por el autor. La literatura deja de ser sólo entretenimiento y pasa a ser un testimonio de sucesos de la vida social, cultural, económica y política de un colectivo. 

Si van a la feria camínenla con esto en mente, pues es heredera de todo este andar histórico. Piensen que cada libro de literatura es un triunfo sobre los prejuicios que dividían la cultura en alta y popular, entre clásica y nacional. También la feria de hoy es fruto de un determinado proyecto cultural. Cada libro en la Feria es una victoria de la democratización de la información sobre las barreras de difusión cultural tanto económicas como ideológicas. Pero también hay que pensar qué clasificaciones culturales pueden haber hoy en día detrás de los libros que se nos presentan, y qué géneros o autores se valoran más que otros y por qué. ¿Qué consideramos cultural popular hoy? ¿Nos identificamos con esa literatura? ¿Cuál sería la selección del canon nacional actual, o las obras fundamentales de la cultura humana?

Al caminar la feria, no caminan solo a través de stands de libros, caminan un museo de nuestras representaciones y una exposición de la historia nacional.

Bibliografía:

Fuente primarias

  • Banco de la República. “Biblioteca Popular de Cultura Colombiana”. Biblioteca virtual, 2002. https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll6
  • Biblioteca Nacional de Colombia. “Del Periódico Al Libro y Del Libro a Internet: Así Se Hizo La Colección Digital Samper Ortega.” Noticias, 2022. https://bibliotecanacional.gov.co/es-co/actividades/noticias/en-la-bnc/asi-se-hizo-la-coleccion-digital-samper-ortega.
  • Biblioteca Nacional de Colombia. “Colección Samper Ortega.” Biblioteca Digital Colección Digital Samper Ortega, 2022.  https://bibliotecanacional.gov.co/es-co/colecciones/biblioteca-digital/cdso.   (Incluye la correspondía del director de la BNC)
  • Congreso de Colombia. Ley 12 de 1934. DO: N. 22765. 20 de diciembre de 1934. (Por medio de la cual se crean las Bibliotecas aldeanas)
  • Presidente de la República de Colombia. Decreto 471 de 1942. DO: N. 24896. 26 de febrero de 1942. (Por medio del cual se crea la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana).
  • Consejo municipal del departamento de Cundinamarca. 1936. Establecimiento de biblioteca en esta a ciudad.
  • Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana. Índices. 1937. Bogotá: Editorial Minerva.
  • El Siglo, 20, viii, 1937
  • El Espectador 16, v, 1942, pp. 1-3
  • 10.  El Tiempo, 7, x, 1936, p. 4.
  • 11.  Ministerio de Educación Nacional. Resolución No. 245. 15 de marzo de 1940. (Por medio de la cual se establece la feria del libro).
  • Samper, Ortega. 1938. Memoria del ministro de educación al Congreso. Imprenta Nacional.

Fuentes secundarias

  • Anderson, Benedict. 2006. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Calvo, Oscar Iván. 2009. Literatura y nacionalismo: la novela colombiana de J. A. Osorio Lizarazo. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 36, núm. 2, pp. 91- 119. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
  • Chartier, Roger. 1993. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza Editorial. 
  • Gutiérrez, Rafael. 2001. Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana. En El intelectual y la historia. Caracas: Fondo Editorial La Nave.
  • “Historia De La CCL.” Cámara Colombiana del Libro, June 4, 2020. https://camlibro.com.co/historia/. 
  • Hobsbawn, Eric. 1998. Naciones y Nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica.
  • López, José Manuel. 2021. Jorge Eliécer Gaitán y las políticas públicas: una interpretación de la eugenesia italiana (1936-1941). Historia y Espacio. Vol 17. n°57 (2021): 217- 252. Doi:10.25100/hye.v17i17.11207
  • Marín, Sebastián Alejandro y Novoa, Mary Sol. 2014. Catálogo del Fondo de Bibliotecas Aldeanas. Biblioteca Nacional de Colombia. 
  • Marín, Paula Andrea.  2017. La colección Biblioteca Popular de Cultura Colombiana (1942-1952) Ampliación del público lector y fortalecimiento del campo editorial colombianos. Información, cultura y sociedad. pp. 62-82. 
  • Marín, Paula Andrea. 2010. Gutiérrez Girardot, Rama y Bourdieu: aportes teóricos y metodológicos para la construcción de las historias literarias regionales y nacionales. el caso del subcampo antioqueño. Lingüística y Literatura. Instituto Caro y Cuervo. Universidad Javeriana. pp. 19-33.
  • Marín, Paula Andrea. 2014. La novela colombiana ante la historia y la crítica literarias (1934-1975). Estudios de Literatura Colombiana. Medellín: Universidad de Antioquia. pp. 13-35. 
  • Marín, Paula Andrea. 2010. Modernidad en Colombia: propuesta histórico-metodológica para el establecimiento del campo de la novela colombiana. Estudios de Literatura Colombiana. Medellín: Universidad de Antioquia pp. 179-196. 
  • Marín, Paula Andrea. 2017. Reseña: Sapiro, Gisèle. (2016). La sociología de la literatura. Tunja: La Palabra, (31). pp. 191–195.    
  • Melo, Jorge Orlando. 2007. Las bibliotecas de Colombia: de la biblioteca erudita a la biblioteca nacional, Fortalezas de Colombia.
  • Monroy, Leonardo. 2009. La Nueva Historia Literaria de Colombia: Preocupaciones y proyecciones. Revista Paideia Surcolombiana. pp. 43-50. 
  • Muñoz, Hernán Alonso. 2011. La biblioteca aldeana de Colombia y el ideario de la República Liberal, 1934-1947 Bibliotecas y cultura en Antioquia. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario.
  • Pachón, Damián. 2013. Rafael Gutiérrez Girardot, La identidad hispanoamericana y otras polémicas Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del Norte. Barranquilla: Universidad del Norte Barranquilla. pp. 210-234.
  • Picallo, Ximena. 2007. Literatura y nación: las tramas del poder. Literatura-Lingüística. Investigaciones en la Patagonia. Vol. II.
  • Rubio Hernández, Alfonso. 2016. La historia del libro y de la lectura en Colombia. Un balance historiográfico. Información, Cultura y Sociedad. Santiago de Cali: Universidad del Valle. pp. 11-26.
  • Silva, Renán. 2005. República liberal, intelectuales y cultura popular. Medellín: La Carreta Editores.
  • Silva, Renán. 2008. El libro popular en Colombia, 1930-1948. Estrategias editoriales, formas textuales y sentidos propuestos al lector. Revista de Estudios Sociales.  Cali: Universidad del Valle.
  • Silva, Renán 2003. Libros y lecturas durante la república liberal: Colombia, 1930-1946. En Revista Sociedad y Economía, núm. 3, octubre, pp. 141-169.
  • Vallejo, Olga y Laverde Alfredo (Coordinadores). 2009. Visión histórica de la literatura colombiana. Elementos para la discusión. Cuadernos de trabajo I. Medellín: La Carreta Editores.
  • Wasserman, Claudia. 2010. Intelectuales y la cuestión nacional: cinco tesis respecto a la constitución de la nación en América Latina. En “Escobar Ohmstede, Falcón Vega, R. Buve (coordinadores), La arquitectura histórica del poder. Naciones, nacionalismo y estados en América Latina. México: Colegio de México.

14 Comentarios de: “Libros y Nación: Feria Internacional del Libro de Bogotá 2023. Por: Sofía Arbeláez Hoyos

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *