Constante aprendiz. Por: Santiago Bonivento

Santiago Bonivento

Un año nuevo que inicia con un reto profesional del cual he tenido la inmensa fortuna de participar desde el año pasado y con el que siempre soñé, sueño y soñaré: impartir clase. Más allá de esa fortuna, diviso el particular como una responsabilidad suprema para trascender vidas y no perder de vista que quien más aprende es, precisamente, quien enseña.

Hace algunos meses, la vida me daba una noticia maravillosa en cuanto a mis deseos, aspiraciones y mi crecimiento personal: la posibilidad de acompañar a dos destacados colegas en la impartición de aula universitaria y convertirme, así, en profesor de hora cátedra de mi casa de estudios universitarios. Era, sin duda, una responsabilidad mayúscula frente a la cual prepararme era menester.

No podía estar más contento, no solamente por el hecho de que era un sueño hecho realidad sino, y muy especialmente, una oportunidad de oro para lograr impactar jóvenes a través de la formación académica y personal. Poder dar cuenta de todo aquello que, a mí, grandes profesores me aportaron, y cuyas enseñanzas a diario intento aplicar y recordar.

El reto de enseñar va más allá de impartir clase. Parte de una premisa: quien más aprende es quien enseña. Y, a su vez, no es necesario estar dentro de un aula de clase para enseñar. Por el contrario, en el día a día, poca consciencia se hace de las innumerables veces que se está enseñando y, a su vez, correlativamente, aprendiendo. En reuniones, en comidas y hasta en espacios tan poco convencionales como el transporte público.

Para no ir muy lejos, la palabra “enseñar” viene del latín “insignare”, que, de manera concreta, se asocia al verbo en infinitivo seguir. Quien enseña, por esencia, debe contar con habilidades suficientes para comprender que, quien escucha, tiene tanto por aportar y mucho por indagar. Fiel creyente del método socrático, considero que la mejor forma de aprender es preguntando.

Dicho lo anterior, no dudo un segundo en afirmar que enseñando es como más se aprende y aprendiendo es como se llega a la cumbre. Perder el deseo y la curiosidad por aprender es dejar la esencia que nos hace humanos y nos distingue de otros seres vivos. En un mundo hiper globalizado como el actual, con la información al alcance de un click, el enseñar debe venir acompañado de una preparación lo suficientemente robusta para no dejar de lado que se es un guía en medio de un mundo que, para los oyentes aprendices, es desconocido, aun cuando pueden estar ávidos por interpretar, consultar, indagar, contraargumentar y discernir. El guía, a quien se sigue, deberá sortear las preguntas, con la mente puesta en que la frase “desconozco ello” puede y será siempre una respuesta tan válida como cualquier otra. Es de esas situaciones en las cuales más posibilidades de crecimiento habrá, y la oportunidad perfecta para edificar, sobre el desconocimiento, un nuevo aprendizaje.

Se avecina el inicio de un nuevo semestre universitario y, con este, el maravilloso reto de volver a las aulas para seguir construyendo sociedad, pero sin perder de vista que quien más aprende, al final de la historia, es quien humildemente enseña. Por eso, el postulado final de todo lo anteriormente referido: enseñar para nunca dejar de aprender o, de otra forma, el privilegio de ser un constante aprendiz.

¡Buen inicio de año!

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