Un gobierno babélico. Por:  Daniel Felipe Escobar

Daniel Escobar

El clima político en Colombia se está volviendo cada vez más caótico. Por un lado, el gobierno recién elegido sostiene con empeño que las soluciones a los problemas menores del país, deben ser reformas que transformen estructuralmente todo un sistema funcional y utilitario.

Genera preocupación que los exponentes de dichas reformas se refieran al carácter de la necesidad de estos cambios tanto por motivos ideológicos o simplemente porque el sistema existente es incómodo para ciertos grupos de la coalición gubernamental, y por ello, sienten que tienen el poder de imponer sus ideas sin escuchar a otros, o como ellos mismos dicen: “ustedes no ganaron”. Hay una evidente falta de análisis crítico y debate teórico/pragmático en las propuestas.

Por otro lado, la ciudadanía aún no comprende por qué son necesarios cambios tan drásticos. Muchos temen que estas transformaciones puedan tener consecuencias negativas y problemas futuros a los que desde ya preferirían no enfrentarse. En este momento, los analistas políticos comprueban que muchos de los votos por los que el presidente ganó, no fueron precisamente por su plan de gobierno, sino por su populismo errático: el desapruebo de la gestión gubernamental así lo estima, pues va en caída libre según las últimas encuestas.

Ahora, lo que preocupa es que cuando se ha forjado una relación de expectativa entre los ciudadanos y el nuevo gobierno, por más vigorosa que se pueda ver, no habrá que descartar la posibilidad de que la ruptura de esta pueda desembocar en fricciones que inmediatamente fragmentarán a la sociedad. Lo anterior es muy familiar y lo hemos visto en periodos recientes, puesto que cuando las decisiones de un gobierno terminan afectando la calidad de vida de sus ciudadanos, seguramente ello desencadenará revueltas sociales violentas.

Que el gobierno se auto perciba como el cambio, no puede ser una excusa para evitar una hecatombe en nuestro país. El progresismo no capta que la llegada al poder, no es causal ni otorgamiento de inmunidad política. El presidente tiene una concepción equivocada y egocéntrica en la que cree poder controlar a la población con el simple hecho de recitar discursos grandilocuentes y alentar la controversia diariamente enfrentándose a todos los sectores de la sociedad colombiana. Nunca un presidente había gobernado de una manera tan discrepante.

En la época actual, en la que la praxis de lo político se ha transformado a través de nuevos paradigmas y procesos que renuevan el hecho social, esta auto confianza narcisista ya no es una característica fundamental en un líder dirigente de un país. Lo vimos en Chile con Piñera, en Perú con Castillo y auguro que pronto lo veremos aquí en Colombia, porque estas actitudes de zozobra y arrogancia terminan generando desconfianza desde la sociedad civil hacia el gobierno, cualquiera que sea.

El dicho popular que afirma "del dicho al hecho hay un trecho" se cumple con este gobierno. Los colombianos tenemos en el poder a un gobierno babélico, un gobierno que crea confusión y alboroto, un gobierno completamente incoherente y en el que cada dirigente de cartera toma un camino distinto, un gobierno dispar, líquido y que lastimosamente no ha logrado consolidarse.

Pero, ¿por qué plantearse desde ahora que nuestro gobierno no tiene una estructura diáfana y unas proyecciones claras?, la respuesta está en lo que ha ocurrido en las últimas semanas sobre las declaraciones de la cúpula del gobierno central.

Por ahora hay dos decisiones que se tornan cada vez más desesperadas e inconsecuentes por parte del gobierno. Pareciera que a la fuerza y con sucias artimañas, como la de la congresista Zuleta, quien afirmó recientemente que “el que se oponga a la reforma a la salud es un infame” o la de la ministra Vélez, que sacó un informe sobre la exploración y reservas de petróleo en el país, mintiendo en las cifras a pesar de que su viceministra se lo comunicara. Quieren a como dé lugar ejecutar sus reformas, excluyendo al que se opone y haciéndole trampa a su propio equipo.

En el World Economic Forum 2023 una inesperada e insistente propuesta planteada por la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, dejó boquiabiertos a muchos analistas del país y el mundo. Ella aseguró con gran confianza y tranquilidad que “Colombia no firmará nuevos contratos de exploración de petróleo y gas”, ya que ello “es una señal de nuestra lucha contra el cambio climático". Luego, como siempre sale el ministro de Hacienda a corregir sus declaraciones, nada pasa.

Pues bien, las declaraciones no me parecen irresponsables. Todos estamos de acuerdo en que la transición es necesaria con el fin de dejar de utilizar energías basadas en hidrocarburos y comenzar a utilizar energías renovables. Aun así, lo que me parece irresponsable es el grado de dogmatismo que rodea sus proposiciones y ello indiscutiblemente han generado inestabilidad política y económica entre grandes sectores del país, causando consecuencias a nivel internacional como la devaluación del peso frente al dólar o la puesta en duda de inversiones extranjeras.

Mismo dogmatismo que maneja la ministra de Salud y Protección Social, que muy ocurrente sale con una imagen en donde esgrime su rostro y al pie de página un recital: “las EPS no curan, las EPS facturan”, una lamentable frase que puede convertir una idea en un hecho real, así no sea veraz. Lo afirmo porque la sociedad colombiana durante muchos años ha creído en el mito de que la salud en Colombia es un fracaso y este juicio causa que las personas refuercen esa idea sin haberse tomado el tiempo suficiente para revisar estudios, investigaciones y publicaciones que demuestran lo contrario.

En todo caso, el panorama preocupa bastante, no solo por el desorden y la incoherencia de las reformas que quieren ejecutar sino por la actitud del nuevo gobierno al no aceptar discusiones de base, resolver dudas puntuales y tratar de aniquilar al que se opone a las mismas, a través del escarmiento público y la exclusión social, económica, política y cultural.

Las formas de un gobierno importan mucho más que sus fines, por eso debemos reclamar el derecho ciudadano a la oposición, no una oposición ideológica o sin fundamento sino una que busque el bienestar común de la sociedad colombiana y la coherencia entre los principios democráticos con las necesidades del pueblo. Que el privilegio no nos nuble la empatía, dirían ellos mismos cuando no eran gobierno y ahora se hacen los de la vista gorda.

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