No hay que perder: Por Martín Peñalosa

Martín Peñalosa

La coalición del centro, o la Coalición de la Esperanza, como la decidieron llamar, lleva mucho tiempo. Los fundadores y simpatizantes de la coalición velan por un país unido y empático, impulsando una convergencia de diferentes ideas para poder formar un gobierno pluralista. El grupo había hecho una buena labor y estaba cogiendo fuerza, de manera sorprendente, aún teniendo miembros como Cristo o Robledo. Lastimosamente para Sergio Fajardo, el líder del conglomerado, y que ya se sentía presidente desde antes de la pandemia, surgió un contratiempo: lanzó su candidatura el otro paisa apóstol del centro, Alejandro Gaviria.

Después de que la Coalición rechazó la participación Alejandro Gaviria, la alianza que se había construido con base en la inclusión, ya no parecía tan inclusiva. Si bien es entendible no querer hacer campaña con Cesar Gaviria (bastante entendible), no es una excusa válida si ya cuentan con miembros como Juan Fernando Cristo, un abanderado de Samper y de la maquinaria tradicional. Sin embargo, lo verdaderamente curioso es lo que hizo Alejandro Gaviria: después de que le cerraron las puertas de la coalición, salió en medios a hablar sobre la importancia de una consulta amplia que aborde diversos sectores. De manera que fue bastante irónico el momento en el cual Juan Carlos Echeverry invita al ex ministro a una consulta con otros candidatos afines, y este último la rechaza porque no quería estar aliado con Federico Gutiérrez.

Si bien estoy cogiendo a los candidatos de centro como ejemplo, lo que quiero transmitir con esta columna va para todos los que se están lanzando. Este escenario me recuerda a la frase que me dijo una señora hablando sobre las elecciones, que yo en algún momento le dije: “hay que ganar”, a lo que ella me contesto: “no mijo, no hay que perder”. La señora no puede estar más en lo correcto.

Siendo realista, contrario a lo que la gente quiere oír, no hay ningún candidato que gane y vuelva esto un Japón. Nadie va impulsar el crecimiento económico a tasas del 10% anual de un momento a otro, acabar con el narcotráfico y abolir el desempleo. Ningún triunfo de ningún candidato sería tan bueno, como lo sería de drásticamente nefasto que suba al poder Petro. Cualquier diferencia que el señor Fajardo crea que tenga con Alejandro Gaviria, o que Gaviria crea que tiene con Federico Gutiérrez, son mínimas comparadas a las que cualquiera de esos tiene con Petro. Ninguno está proponiendo una hiperinflación a través de emisión monetaria, control de precios, expropiaciones a dedo, o está abiertamente vinculado con dictaduras de izquierda latinoamericanas.

Se tiene que crear una coalición amplia, desde el centro hasta la derecha, y se tiene que hacer pronto. Se tienen que acabar las peleas de quinceañeros, dimensionar la gravedad del asunto, tragarse unos sapos, y salir a ganar, o más bien, a no perder. Algunos idealistas saldrán a criticar esta propuesta, romantizando las campañas y alegando que se tiene que ganar es con propuestas, no atacando a otros candidatos. Claro que apoyaré a mi candidato con convicción, creyendo que va ser el mejor presidente, pero también esperaré que haga parte de una consulta, y en caso de que no la gane, apoyaré al victorioso hasta el final, sea quien sea. Pero también quisiera preguntarle, a esos mismos idealistas bienpensantes: “nómbreme un presidente venezolano que no sea Chávez o Maduro”. Lastimosamente, en la política, pueden llegar a impactar mucho más los malos dirigentes, que los buenos.

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