Cometas bogotanas: Por Martín Peñalosa

Martín Peñalosa

Con el paso de agosto, se declara también el fin de la temporada de cometas. Debido a las condiciones climáticas del mes, que además de que cae la temperatura en la capital, se incrementa de manera pronunciada la velocidad de los vientos en el sur y centro del país. La razón detrás de este fenómeno es que vientos alisios, que son vientos frescos y húmedos que nacen en la costa pacífica ecuatoriana, se desplazan hacia el norte y se fortalecen en el territorio colombiano. Por este motivo, desde ya hace un tiempo, se han aprovechado estos vientos y han formalizado una tradición en la cultura colombiana de volar cometas durante esta época del año.

Una actividad que los colombianos ya la vemos como algo normal, vale la pena desglosar sus orígenes y entender la razón por la cual un invento chino, con más de tres siglos de antigüedad, se arraigó tan bruscamente en la sociedad colombiana. La cometa fue creada en China, aproximadamente en el año 1,200 antes de Cristo, y sirvió, de manera inicial, como una herramienta militar. Los militares chinos las usaban tanto como artículos de comunicación entre las mismas tropas, así como para medir distancias y conocer las condiciones climáticas con una mayor precisión. Durante años, la cometa fue un producto exclusivo del imperio chino, hasta que Marco Polo, el comerciante veneciano, volvió de su aventura en Asia y contó sobre el famoso artículo volador y sobre la proeza delicada de su vuelo, que lo impresionó de manera particular en el puerto de Weifang, donde los marineros borrachos la usaban para pasar el rato en su estadía en tierra firme. Aunque desde su creación se han mejorado los materiales y diseños para optimizar el vuelo, no ha habido una gran variación en la cometa desde su prototipo inicial, que era hecho de tela y madera liviana para su columna central, que también fue hecha en algunos casos con bambú.

Lastimosamente, no hay documentos que puedan identificar un motivo particular por la cuál se adoptó esta práctica por parte de los colombianos, pero sí existe un consenso en que las cometas cogieron una mayor fuerza durante los años sesenta del siglo pasado. Familias bogotanas iban a la calle 63 con carrera 60, antes de que existiera el Parque Simón Bolívar, y aprovechaban el gran espacio verde para volarlas sin obstáculo alguno. Otros sitios populares para esta actividad fueron en Tominé, el Neusa, y Villa de Leyva, en donde se fundó el Festival del Viento y Cometas en el año 1975. Varias familias se dedicaban a fabricar cometas todo el año para poder venderlas desde julio hasta septiembre, hasta que fueron desbancadas por la llegada de las cometas chinas a comienzos del siglo XXI, que eran de buena calidad y se vendían a un menor precio.

Como bogotano, me enorgullece la práctica de esta actividad y su conservación, que tantas memorias nos ha dejado a los ciudadanos de la bella capital. Pequeñas tradiciones como estas son las que forman una identidad de ciudad, que nos ayudan a unir a todos los bogotanos sin importar nuestros contextos. Los barranquilleros tienen su carnaval, nosotros nuestras cometas; claro que no nos caería para nada mal una fiesta como esa.

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