Vuelo Número 13: Un viaje entre calaveras y ritos
Reportaje hecho por Nicolás Wolf Arias
El mexicano vive de una manera diferente las cosas a la hora de tratar la muerte. En este lado del charco no se puede mirar con el rabillo del ojo al país de América del Norte, debido a que a través de su historia han bailado; venerado; reído; llorado y visto con terror a la muerte. Es una mezcla cultural que a las calaveras les toca adaptar su papel en las distintas situaciones del día a día, ya que muchas veces se viste de virgen; otras, los vivos se disfrazan de ella con la cara pintada o algunas son buscadas por los allegados del ser querido que algún día se perdió.
Este es un recorrido de la mano de la muerte. Desde las costas de Yucatán con el famoso juego de pelota y las imponentes pirámides de Chichén Itzá construidas por los mayas, pasando por el imponente monumento de la independencia en la ciudad de México hasta las pirámides de Teotihuacán. Un recorrido en medio de una cultura fascinante llena de ritos, indígenas, calaveras, picante y mucha historia contada desde el arte de un pincel.
Un hombre blanco de 1.90 m de estatura, de poco cabello, barba clara, contextura ancha y usa auxiliares auditivos; así es Plácido Merino, un artista mexicano de pura cepa, puesto que siente a su país con el picante que se merece. Desde muy niño, el arte se apoderó de él como su gran pasión, aunque, las oportunidades universitarias no resultaron, ya que no aplicó a ninguna. De la mano de sus maestros, Santiago Rebolledo y Jorge Fernández Villalba (más conocido como Tarmeño), creció incansablemente como artista hasta ganar premios como el Abierto Arte Lumen, México CDMX, además, de exponer sus obras en varias ocasiones a nivel nacional e internacional.
Para Plácido, entender y sentir a la persona que retratará es importantísimo, puesto que trata temas ontológicos, lo cual se evidencia en Sombras, una de sus series más famosas. En este caso, Merino relata que “el nombre de la serie se basa en el arquetipo de Jung, que tiene que ver con esa parte de la sombra donde se depositan los temores, envidias, celos, etc.” El artista hizo el ejercicio con un grupo de mujeres. “Yo dialogaba con ellas varias veces por semana y buscaba que hicieran catarsis para que expresaran su sombra. Durante el proceso, grababa las sesiones y las escuchaba varias veces para pintarlas. Yo quiero sentir a la persona, por lo tanto, no pinté sus ojos, sino que me basé en el entendimiento y en sus otras características. En consecuencia, en la serie busco el punto medio entre lo técnico formal y lo emocional conceptual”, cuenta Plácido al hablar de su proceso creativo.
Las obras de Plácido son rudas para la vista, muchas veces su manera de pintar causa escozor en los espectadores. Sin embargo, sus obras tienen un propósito en cada pincelada. “En mis metodologías tengo en cuenta las culturas antiguas, porque ellos tenían una razón de ser en cada construcción. Para ellos todo contenía un sentido, por consiguiente, poseía una carga iconográfica, conceptual, etc. Yo aprendo de ello”, explica. Un ejemplo de la afirmación de Placido son las construcciones de los antiguos Mayas en las pirámides de Chichén Itzá (sureste de México) en donde está ubicada la pirámide Kukulkán, la cual tiene una simetría perfecta representando el calendario maya. Cuenta con 18 cuerpos (número de meses, de 20 días cada uno) y 365 peldaños (representación de los días del año). Por otro lado, un poco más hacia el norte, específicamente en la pirámide del sol en Teotihuacán, “la ciudad de los dioses”, y la llamada tierra prometida para los aztecas, cuenta con una escalera de 260 escalones, 52 por cada sol o era. Varios pueblos mesoamericanos explicaban la creación del mundo a través del mito de los Cinco Soles, el cual relata que en cada periodo reina una deidad en concreto; cabe recalcar que, según la leyenda nos encontramos en el Quinto Sol donde se acaba la humanidad a causa de terremotos para que el mundo renazca con un nuevo dios. Aunque, en la actualidad, puede ser una catástrofe completa el fin de la vida humana, para las antiguas culturas mexicanas la muerte era considerada algo completamente normal, tal como es el día y la noche.
Los Aztecas ponen la piel de gallina al decir que el mundo está próximo a acabarse, lo averiguaremos, pero recuerde que si llega a pasar estaba advertido. Este frío que le entra por el cuerpo recorriendo toda la espalda les pasa a distintas personas al ver la serie Morgue de Plácido Merino.
Un recorrido por la morgue
Plácido nunca había tenido un acercamiento con la muerte y gracias a un proyecto visitó durante cuatro meses el Instituto Nacional de Ciencias Forenses donde el encuentro con los muertos pasó de ser una simple clase de anatomía a pintar a su familia muerta. Todo empezó cuando Plácido quiso trabajar con cuerpos que no le dieran ninguna historia narrativa. “En Morgue decidí trabajar con cadáveres que no tienen identidad conocida para saber yo como interpreto el discurso de lo no dicho” afirma Plácido.
Para realizar un trabajo, Merino lo desarrolla a partir de una tesis que genera una investigación y el resultado es una pintura. Por ejemplo: “en Morgue cuando me enfrento a los muertos, revisó los datos que me pueden dar en medio de reflexión y análisis. En este proyecto trabajé dos líneas. En primer lugar, la parte de las aproximaciones, la cual consta en grabar un audio contando todo lo que sentí en el sitio y las sensaciones que tuve, pues no podía sacar mi caballete y pintar ahí o tomar una fotografía. En segundo lugar, la exposición son las interpretaciones que hago del modelo y al no tener carga narrativa del modelo le di una propia. Acabó sucediendo que cuando yo veía el retrato, le terminé dando una identidad para validarlo, por tanto, cuando en mi serie los que están pintados son mi familia, porque me di cuenta de que yo deposité a ese cadáver una carga simbólica para que yo interpretara de forma conceptual y emocional ese cuerpo” expresa Plácido relatando una parte de su trabajo.
Las personas que ven su obra se sienten invadidas por la curiosidad y se preguntan ¿por qué terminó pintando a su familia? A lo que él responde “cuando veo los cadáveres no los pinto a ellos, pintó a mi familia, porque me los imaginé en esa posición al igual que a mí, en la exposición también se encuentra mi autorretrato”. Por otro lado, los espectadores se cuestionan ¿cómo es estar en la morgue? El artista dice que “uno se imagina que es un lugar lleno de sangre y terror, pero no es así. Es por eso que en mis retratos no ves sangre. Como te decía, yo todo lo hago por un propósito y cuando estuve, ahí el personal del instituto me hacía acercarme a los cuerpos para ver las autopsias, por tanto, la serie Morgue está pintada en formato pequeño (alrededor de 20 x 30cms), para que las personas se acerquen a la muerte como yo lo hice en su momento. Al contrario de Sombras que son formatos de gran tamaño (entre 100 x 160cms)”. Además, cabe recalcar que Merino raya muchas veces la pintura y se queda mirándola para darle el visto bueno mientras hace un proceso de creación donde pinta no solo con el pincel, sino con las manos, lápices hasta llegar al punto de romper el papel. Por ende, sus obras están elaboradas por varios elementos llenos de pasión para elaborar la pintura.
Así como los Mayas, Plácido mide cada área de la pintura y le da una intención. “Al ver mis pinturas la gente piensa que son mis colores favoritos, sin embargo, el verde no se ve por ningún lado. Escucho la pintura y le doy lo que necesita, además, en este caso de Morgue, yo dejé espacios en blanco, para que la persona le dé una identidad al retrato y lo rellene como lo hice yo” dice el artista. Pero no es lo único particular. Los retratos de Morgue son elaborados sobre papel, debido a que “mis obras son muy racionales, aunque parezcan sentimentales y utilicé este material, porque es orgánico y tiene que ver con el algodón, puesto que se esfuma y hace parte de la tierra igual que la muerte” afirma Plácido.
Todo artista tiene una manera distinta de ver las situaciones y hechos, en el caso de Placido su propósito a la hora de pintar Morgue fue “que las personas no creemos que nos vamos a morir, sabemos que pasará, pero no lo creemos. Si estuviéramos seguros de que moriremos viviríamos mejor y aprovecharíamos el tiempo. Cada segundo que pasa es un segundo menos. Siendo así, vemos la muerte en el otro y hay que entender que hace parte de nosotros”. Plácido encontró la vida a través de la muerte.
Los mexicanos a lo largo de los años han cambiado su visión de la muerte, por lo tanto, póngase su mejor pinta de turista, porque para entender está transformación vamos a viajar por la historia y el destino es la actualidad, donde nos espera Plácido Merino con un cartel lleno de pinturas, reflexión y los brazos abiertos.
Primera escala: Yucatán y Ciudad de México; la magia de la muerte
Hablar de la muerte con los aztecas y mayas es de valientes. Póngase cómodo, mire al frente y vea cómo se prende el ícono de abrochar el cinturón en el avión, porque viene un recorrido berraco con turbulencia entre huesos y vistas despejadas en los niveles más altos del cielo.
La brújula nos manda a un sol abrasador, entre costas hermosas y cerca de ruinas. Bienvenidos al sudeste de México, donde los mayas se establecieron y consolidaron una de las culturas más fascinantes de Mesoamérica. Primero que nada, parece que estos indígenas tuvieran calculadora en mano y hojas de Excel, porque crearon estructuras impresionantes como las pirámides de Chichén Itzá que forman un ambiente mágico junto a las construcciones donde jugaban el famoso juego de pelota. No será el estadio Azteca, pero la calidad arquitectónica dan ganas de ponerse tenis y meterse al campo. Imagínese con el sol en la cara, vestido con taparrabo pegándole a una pelota de caucho con el codo, la cadera y las rodillas para introducirla en un agujero de piedra durante una ceremonia religiosa o en un día cualquiera. Esto es un abrebocas para idearse cómo eran estos pueblos desde hace más de 3000 años, ya que el despegue para recorrer la muerte en los mayas es fuerte, pero el aterrizaje es más llevadero.
Muchos piensan que la vida se acaba y no va más, sin embargo, para los mayas la muerte no es un destino final, sino que "tienen la noción del devenir constante, por ello, hay fases de destrucción y fases de creación” afirma para el portal Expansión Vera Tiesler, investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán. Además, Tiesler recalca que “cada persona tenía un corazón sagrado formado por una serie de componentes anímicos que transitaban por los espacios del cosmos. Por tanto, la vida cíclica de los mayas existe en un espacio cósmico sostenido por las ramas, tronco y raíces de una monumental ceiba o árbol sagrado, considerado por esta cultura como el eje del mundo. La ceiba es el puente de comunicación entre los tres niveles de la existencia: cielo, tierra e inframundo”.
Roberto Romero Sandoval, investigador del Centro de Estudios Mayas y del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, describe para el portal Expansión que para los mayas "el cielo es concebido como una pirámide de 13 niveles, la tierra como una plancha cuadrangular y el inframundo como una pirámide invertida de nueve cuerpos". Además, resalta que para ellos lo sagrado está en el interior de la tierra, donde surge la vida y no en el cielo, al contrario de la religión cristiana.
Imagine que su cuerpo se desvanece y se convierte en esqueleto como el señor de la muerte, quien está adornado con campanas y con un rostro de jaguar en el noveno nivel del inframundo Ah Puch, dios del Xibalbá (inframundo). “El dios de la Muerte tiene rasgos vitales. Si bien es un esqueleto, tiene ojos, por lo que puede ver, conoce el mundo que habita. Por otro lado, El Popol Vuh o libro sagrado de los mayas, describe el descenso al inframundo como un camino de pruebas a sortear. Para llegar ahí es necesario bajar por unas escaleras muy inclinadas, atravesar ríos rápidos, de sangre y de agua, y pasar por unos jícaros espinosos. Mientras que el cielo está destinado para los que morían en la guerra y en el sacrificio y, posiblemente, a las mujeres que morían en el parto. Otro espacio era una especie de paraíso terrenal, un lugar donde había abundancia de comida y bebida. En el centro estaba un ceiba"” indica Romero Sandoval para el portal Explora. Un mundo mágico en cualquiera de los planos, el cual es muy diferente a lo que se conoce hoy como la muerte en el cristianismo y el papel que tiene el cielo – infierno.
A los mayas les llegaba su ocaso cuando, por el lado norte, llegaban a una isla en el lago Texcoco los aztecas, los cuales establecieron uno de los Imperios más poderosos del continente. Resulta y acontece que, según la mitología azteca, Huitzilopochtli, la mayor deidad, les ordenó que sólo fundaran su reino donde estuviera “un águila posada sobre un nopal devorando una serpiente” (una imagen que prevalece en el escudo de México). Así lo hicieron y se levantó una de las ciudades-estado más grandes de Mesoamérica, Tenochtitlán (allí se asentó la actual Ciudad de México). En dicho lugar se alzó y cayó el Imperio Azteca a manos de la dominación española.
Los Aztecas tenían costumbres muy parecidas a los Mayas con respecto a la muerte como los nueve niveles del inframundo, pero con otros nombres. Por ejemplo: Mictlantecuhtli era el dios de la muerte y también estaba en el Mictlán (inframundo de los aztecas). Para los aztecas, hacia donde iba el alma dependía de la manera de morir. Los guerreros y niños menores de un año llegaban a donde Tonatiuh, dios del sol; Tlalocan, paraíso terrenal o a un lugar donde estaban los ayudantes de Tlaloc, dios de la lluvia. Sin embargo, a diferencia de los mayas, los aztecas que morían naturalmente o por accidentes, hacían un viaje al centro de la tierra, literalmente, debido a que les tocaba bajar los primeros ocho niveles entre nieve, ríos caudalosos, vientos helados, entre otros. Con el fin de llegar al descanso anhelado en lo más profundo del interior de la tierra. Cabe recalcar que en este difícil camino el alma no iba sola, ya que iba acompañada de un perro que la guiaba al inframundo; en la antigüedad prehispánica los pueblos tenían un lazo estrecho con esta especie. La ruta es fuerte desde que inicia hasta que termina ese camino hacia el descanso en paz. -Datos recogidos del portal e-Consulta-
Aunque se logró el aterrizaje en paz hay, un día en el que vuelve el alma al mundo terrenal, el famoso día de los muertos, un legado de las antiguas culturas. Agarre la mochila, o si prefiere pague un hotel para los días 1 y 2 de noviembre, pero alístese para una festividad impresionante donde hay comida de sobra para los muertos, si a usted le gusta el pan hojaldrado o algún otro pan, imagínese un pan de muerto acompañado de unas calaveritas en galletas para esas fechas, todo un día de fiesta en la panadería. Además, ver las famosas catrinas esbeltas adornadas con la cara pintada. Como se evidencia la muerte en México se vive de una manera distinta, incluso hay un culto a la Santa Muerte que es casi una religión, esta es una imagen esquelética vestida y adornada con una túnica (como una virgen), que hasta el vaticano ha querido erradicar, pero no ha podido. -Datos recogidos de los portales Más México y El país-
Para completar, llegamos al Museo de las Momias de la ciudad en Guanajuato, un lugar donde están los cuerpos de personas momificadas entre 1865 y 1989, una cosa de locos. Hay que recordar que esta ciudad tiene un gran vínculo con la muerte, pues al llegar la fotografía y abaratar sus costos, un hombre llamado Romualdo García comenzó la práctica de la fotografía post mortem entre finales del siglo XIX e inicios del XX, la cual nació en Europa basada en retratar a los fallecidos con sus familiares para tener un recuerdo eterno.
Romualdo tenía un estudio con todas las de la ley y adornaba a los difuntos para que en aquella foto sus allegados les dieran su último adiós. El fotógrafo buscaba que los muertos se vieran con naturalidad y elegancia sin importar la clase social, ya que en esta época era muy común dicha práctica. Las obras de García se pueden encontrar en el Museo Regional de Guanajuato Alhóndiga de Granaditas. -Datos recogidos de AAVI Blog-
En México como en muchos países del mundo, en especial en Europa y América, la práctica perduró durante el siglo XX y un niño con gran pasión empezó a adoptar este método hasta convertirse en uno de los mejores fotógrafos de crónica roja en México; su nombre es Enrique Metinides Tsinorides. Aliste las palomitas y la gaseosa, porque observar las fotos de Enrique es como ver una película de esas que merecen un aplauso eufórico. Las imágenes que captaba son tragedias naturales, suicidios, accidentes automovilísticos; donde prácticamente se escuchan los gritos y sensaciones de la escena. Además, al igual que Plácido, Metinides fotografió cadáveres en la morgue del Hospital Júarez. Sin embargo, la tradición y costumbre tan recurrente de posar junto a sus seres queridos dándoles el último adiós se ha ido perdiendo con el paso de las décadas.
Segunda escala: entre balas, sonrisas, y vida
Dígame si después de: pasar por una mano de pruebas, con el fin de descansar en el centro de la tierra, ver normal a la muerte y su ciclo en el universo rindiéndole un culto muy cercano o convertirse en una calavera en el inframundo ¿le parece ese pensamiento parecido a la cultura actual? Por supuesto que no.
Un recorrido que hasta acá ha tenido mucha magia recordando la cultura mexicana, pero es notorio que en la actualidad cambió la manera de mirar la muerte. Plácido Merino, quien echó un vistazo a la muerte desde muy cerca aborda este hecho “la lectura que yo tengo de la muerte en México es que hay dos tipos, la muerte tradicional que es la celebración del día de muertos y las culturas antiguas y, por otro lado, la muerte contemporánea que es durísima; cuando yo trabajé en el proyecto Morgue descubrí la importancia del cuerpo, ya que si este no está no se puede decir que está muerto, pero tampoco que vive. Es una incertidumbre tan brutal para tantas familias que pierden seres queridos, pero que no sabe si los perdió, porque no hay un cuerpo que valide que está muerto, entonces no sé qué sea más duro si la muerte o la desaparición y en México es una constante”.
Desde el año 2006 hasta el 7 de abril de 2021 hay 85,053 personas reportadas como desaparecidas y no localizadas en México, aseguró el subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación (SEGOB), Alejandro Encinas Rodríguez, en una conferencia de prensa. “Trabajando en el Centro de Ciencias Forenses me enteré de historias donde van personas que dicen que ahí está su familiar y al dar características se dan cuenta de que no está, pero necesitan enterrar a alguien y darle cierre a esa historia”, relata Plácido recordando sus días en la morgue y contemplando el panorama actual. Sin embargo, Alejandro Encinas afirmó que se reportó una disminución del 22% en los desaparecidos, “esta es la disminución más significativa que hemos tenido en este periodo” ratifica el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Una cultura mexicana azotada por feminicidios, narcotráfico y trata de personas hace que el miedo a la muerte y su desagrado aumente. LaSecretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) informó que el total de personas asesinadas desde enero hasta abril del 2021 son 11.595, de las cuales 9.972 eran hombres y 1.251 mujeres. También, publicó que hay 372 víctimas cuyo sexo no fue reconocido, porque los cuerpos fueron encontrados en fosas clandestinas. “Son tantos temas tan difíciles… no sé cuál es la palabra… es demasiado” dice Plácido agachando la cabeza al hablar de las problemáticas actuales.
“En la actualidad hay tantas muertes que nos familiarizamos con ellas por la repetición, no como en la parte cultural indígena donde todo era un sentido espiritual. Ahora lo que se muere no son personas, son números. En lo contemporáneo se le quita la identidad a la persona y se convierte en un dígito”, afirma Placido reflexionando. Aunque, su obra brinda identidad a los cuerpos a través de sus familiares, Plácido cree que la muerte contemporánea se refleja en sus pinturas “en mis metodologías está la cultura pasada y en los resultados está la presente, ya que al generar tanto desagrado es un reflejo de lo que está pasando. Esto ocurre de manera inconsciente, pero no me puedo alejar de mi cultura y mi territorio, al final, yo hago parte de una identidad cultural”.
En esta guerra contra el narcotráfico existe mucho miedo a morir entre la población mexicana. Sin embargo, hay una solución para dejar este terror a la muerte y es la importancia del Día de Muertos “Si no simbolizamos a la muerte y no la hiciéramos amable nos volveríamos locos, porque la única certeza que tenemos en la vida es que vamos a morir; por eso la llenamos de sentido. Incluso en México nos burlamos de ella, pues al ridiculizar se contribuye a temerle menos”, afirma para un artículo educativo el doctor Fernando Plascencia Martínez, profesor investigador del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA).
El padre de Plácido parece que supiera tratar la muerte como se debe, ya que “mi padre al ver la obra y verse muerto se reía, se tomaba fotos con su retrato; la verdad, lo tomó de una excelente manera burlándose al lado de la pintura”, cuenta Plácido con una sonrisa en su rostro.
Así tomó el padre este ejercicio. Sin embargo, hubo familiares, como el cuñado, que se negó a ver a su esposa, hermana de Plácido, muerta. Pero ¿Cómo ha sido la vida psicológica de Plácido después de Morgue? “Sinceramente no sé, creo que es un trabajo muy reciente para entender qué cambio ocurrió dentro de mí; seguro sí sucedió algo, pero más adelante lo entenderé. Así pasó con Sombras, ese fue un trabajo durísimo, porque cuando acabé quede tan agotado y cargado de estas mujeres que al final recurrí a un psicólogo e hice una serie llamada Little Shadows, en la cual deposité mis sombras, algo que nunca había hecho. Con Morgue lo entenderé más adelante, de pronto cuando esté viejo”, reflexiona Plácido.
“El arte se constituye, así como una metáfora grandísima en torno a la muerte para usar aquellas imágenes que sí conocemos, separarnos de nuestra cotidianidad y acceder al arte, que no es cotidiano, para introducirnos en la muerte y darle una trascendencia que vaya más allá de lo cotidiano” afirma Plascencia Martínez para dicho el artículo de UAA. Siendo así, desde su caballete la trascendencia de la obra de Plácido es notoria, debido a que es una mirada diferente y reflexiva a la muerte en un contexto terrible entre drogas y balas.
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Aliste el vestido de baño para las hermosas playas, la cámara para que los recuerdos no mueran, el mapa y calculadora para el paseo por las pirámides, píntese la cara para ser una hermosa catrina y aliste unos pesos para traer un recuerdo de la Santa Muerte y lo más importante aliste la sonrisa para burlarse de la muerte, ya que “la tradición del Día de Muertos nos hace reflexionar que la vida tiene sentido porque algún día nos vamos a morir, por eso no hay que dejar pasar lo que tenemos y queremos hacer” afirma Plascencia Martínez.
Desde la metodología de las pinturas de Plácido donde todo tiene un propósito como los antiguos hasta el final de su obra que muestra el desagrado y miedo a la muerte en la actualidad. Es momento de desabrochar el cinturón hemos aterrizado en este vuelo entre ritos, calaveras, sangre y balas que evidencian una transformación cultural que pasó de ser un ritual cotidiano para convertirse en un miedo constante. Espero que, como Plácido, usted encuentre la vida a través de la muerte.
“Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡Vive, vive, vive! Era la muerte”, Jaime Sabines.