Valorar el proceso. Por: Santiago Bonivento

Santiago Bonivento

Los deportes son una excelente fuente de inspiración para realizar símiles con situaciones que se presentan en la vida. Son, en sí, escenarios que, vistos desde una perspectiva diferente al de la derrota, el empate o la victoria, dan cuenta de lo que es la vida misma.

Dicho lo anterior, es interesante poder reflejar cómo, tanto en la vida, como en el deporte, el proceso resulta ser sagrado para la obtención de resultados. Un ejemplo simple, pero bastante ilustrativo, es aquel resultado que se genera al ir al gimnasio. No se obtiene musculatura o resistencia de un día para el otro. Y, quien lo vea así, comete el grave error de la inmediatez misma que genera la expectativa por obtener un resultado utópico. Otro ejemplo, menos simple y, a la vez, aún más ilustrativo, es el proceso que ha llevado a grandísimos deportistas a conseguir logros - esos sí - utópicos: Novak Djokovic en el tenis, Michael Phelps en la natación, dos de ellos y por tan sólo citar unos ejemplos de los muchos que la historia presenta. En el caso del primero, y quien en el pasado Roland Garros se convirtió en el tenista más ganador de Grand Slams en la historia del deporte blanco, el proceso es notable. De nacer en una Serbia separada de la antigua Yugoslavia, en medio de grandes tensiones, a ser uno de los más grandes del deporte.

El proceso en el deporte - como en la vida - representa el objetivo máximo a lograr pero, sobre todo, a conseguir, a alimentar y a hacer perdurar. No hay resultados - o muy pocos de ellos - sin un proceso serio, disciplinado, consistente, consciente y - aun cuando la palabra de por sí alardea de ello - longevo. El proceso, al final de la historia, es aquello que permite visualizar hacia atrás y darse cuenta que la situación inicial y la situación final distan y que el elemento que hace que la distancia sea mayor - o menor - es, precisamente, el proceso en sí.

Por si fuera poco, el proceso contiene un elemento diferenciador para las organizaciones que creen en él como fuente alimentadora de su futuro en el corto, en el mediano y en el largo plazo: lo ven como un aliado estratégico para definir puntos a considerar y decisiones a tomar. El proceso se convierte, para estas, y de manera muchas veces inconsciente, en el mejor aliado para transiciones complejas, momentos de crisis y generación de oportunidades. La decisión fácil será, siempre, romper el proceso e intentar uno nuevo. Y, así, ir y venir. Es válido, por supuesto. Pero, en lo que al autor del presente artículo respecta, la creencia plena está puesta sobre el proceso y sobre el resultado - en el tiempo - que este genera.

Como en el deporte, las organizaciones que lideran con base en el proceso tienden a lograr un éxito sostenido en el tiempo porque entienden que, de los errores que todo proceso - por definición - contiene o trae consigo, especialmente en los primeros momentos del mismo, se logran grandes aprendizajes y un sinnúmero de oportunidades de mejor que, bien canalizadas, resultan en los cimientos de grandes decisiones.

Lo loable de valorar el proceso está en que, al final, no es nada fácil y requiere tenacidad y mucho esfuerzo para ello. Es, casi, como en el deporte, en el gimnasio, en la vida misma, una decisión de cada mañana. Lo más fácil, como ya se dijo, es romper y empezar. Y así, sucesivamente, la vida pasa y el proceso no se consolida. Creo - también ya mencionado - pero con interés de que sea enfatizado, en la otra forma de ver el cuadro: consolidar el proceso tiene grandísimas repercusiones positivas. Novak Djokovic no logró ser el más ganador de la historia en dos o tres años. Le tomó, por el contrario, poco más de quince años. Y, sin proceso, el resultado hubiese sido diametralmente otro, por más talento desarrollado.

Valorar el proceso: eso es lo que diferencia al grande del más grande.

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