Petro y la ecología irracional. Por: Eduardo Mackenzie

Eduardo Mackenzie-Columnista- elBogotano

Me llamó la atención una foto tomada durante el discurso del presidente Gustavo Petro en el Capitolio, este 20 de julio. Algunos de los presentes lo escuchan sin oír, otros, por el contrario, oyen con devoción, como el ministro Leyva Durán que junta las manos y cierra los ojos para no perder una sola palabra del orador. Otros se muestran intrigados. Solo uno o dos congresistas parecen distraídos –la foto cubre únicamente la bancada petrista--. Hay alguien que parece dormir. Otro se roe las uñas. Sin embargo, la tensión es palpable en el hemiciclo. La foto revela un sentimiento general de asombro. Lo que están oyendo parece grave. Hay miedo en algunos rostros. Unos esperan con la boca abierta el fin de la demostración. Otros, entre atónitos y renuentes, parecen no asumir lo que oyen, no porque estimen que el presidente les miente sino por lo contrario: porque creen que él, a pesar de su tono y gestos estudiados, les está lanzando a la cara la pura verdad.

También observé al orador. Petro simula creer lo que dice. En su exposición sobre la “sexta extinción de la humanidad” la cual, según él, se nos viene encima y ya pronto, no hay un milímetro para la duda. Petro estima que estamos ante un hecho cumplido. No obstante, sin explicar la base de su razonamiento, Petro acomoda y sirve con evidente delicia una teoría extravagante y anulada.

Sus frases claves fueron: “Estamos ad portas de que este planeta siga pero sin la vida”. “Vamos hacia la sexta extinción de la vida en el planeta”. “Lo que está en cuestión es la vida de toda la humanidad”, de “toda la vida en el planeta”. “La vida no permanecerá aquí por tiempos eternos” (1). Petro cree que hubo cinco “grandes extinciones de la humanidad”, lo que ningún naturalista proclama. Cuvier, Lamarck y Darwin estudiaron algunas extinciones de especies vegetales, animales e insectos, no del ser humano. Ningún sabio podría explicar cómo, con cinco extinciones del ser humano, vive aún la humanidad sobre la Tierra.

Para descartar toda duda, el presidente apela al argumento preferido del marxismo: “Esto lo dice la ciencia”, lo dicen “miles y miles de científicos de todo el mundo”. Petro llegó hasta a inventarse algo más: que hay un “cerebro colectivo” y que éste ha llegado a una certeza: “Estamos ad portas de la sexta extinción”, de “la posibilidad de que este planeta siga pero sin nosotros”, etc. Y concluyó: “Ya lo estamos viviendo”.  

¿Un “cerebro colectivo”? Los bolcheviques decían algo parecido: “El partido [comunista] es el cerebro colectivo del proletariado”. Ya sabemos a dónde los condujo ese “cerebro colectivo”, ese “conocimiento colectivo”.

Por lo demás, jamás hubo unanimidad entre los científicos sobre eso de la “sexta extinción”. Dos biólogos, MacArthur y Wilson, lanzaron una hipótesis en 1967: la llamada “relación zona-especies”. Esa idea fue retomada en 2014 por Elizabeth Kolbert, una periodista del New Yorker sin formación científica. Aplaudido por Al Gore, el libro de Kolbert, traducido al francés como La Sixième extinction : Comment l’homme détruit la vie, se convirtió en una de las biblias de la ecología irracional. Kolbert, quien recibió el Premio Pulitzer de ensayo en 2015, afirma que la tasa de extinción se acelera y que “medio millón de especies terrestres podrían estar yendo hacia la extinción”.

Un diario francés resumió la idea de Elizabeth Kolbert: “Desde la aparición de la vida en la Tierra, hubo cinco extinciones masivas de especies. Hoy, los científicos estiman que nuestro planeta está experimentando el sexto, más devastador desde la desaparición de los dinosaurios. Pero esta vez, es el hombre quien es la causa”. Wikipedia insiste por su lado en que Kolbert “desarrolla la tesis de que el hombre sería responsable de la destrucción de la vida del planeta”, dilatando la definición del químico holandés Paul Josef Crutzen. Este afirma que la actividad humana ha sido significativa y ha conformado una nueva era geológica.

Empero, en 2011, la revista científica británica Nature mostró que no hay unanimidad respecto de esa hipótesis. Un artículo intitulado “las relaciones zona-especies sobreestiman siempre la tasa de extinción ligadas a la pérdida de hábitat”. Especifica que “en todo el mundo, la biodiversidad de las islas se ha duplicado de hecho gracias a la migración de especies invasivas” y que “la introducción de nuevas especies vegetales sobrepasó cien veces la extinción de plantas”. Mark Sagoff, un especialista del medio ambiente, objetó: “Si el modelo zona-especies hubiera sido pertinente, la mitad de las especies del planeta se habría extinguido durante los 200 últimos años”. La misma Elizabeth Kolbert terminó por aceptar el error del esquema zona-especies: “Veinticinco años después, es generalmente admitido que las cifras de Wilson (…) no corresponden a las observaciones”. El experto en energías Michael Shellenberger le reprocha a Kolbert no haber modificado, tras esa admisión, la afirmación que contiene el título de su libro (2).

Wikipedia cita a otro crítico de la hipótesis: “Según el escritor estadounidense Stewart Brand, la idea de una extinción masiva es falsa porque, según él, el problema más grave se refiere a la desaparición de los animales salvajes y la consiguiente modificación de los ecosistemas, mientras que al mismo tiempo el trabajo de los científicos salva a los animales en peligro y descubre nuevas especies”.

En 2015, el diario francés Libération, no sospechoso de derechismo, también puso en duda los análisis de Elizabeth Kolbert. En un artículo titulado Le bluff de la sixième extinction, Olivier Postel-Vinay subraya: “Ella, en general, no menciona los muchos artículos de científicos que alertan contra los juicios radicales. El lector ingenuo terminará su libro con la sensación de que el tema es un consenso. Esto es completamente inexacto. [Kolbert] menciona, pero para despacharla de inmediato, la idea sostenida por investigadores no sospechosos de clima-escepticismo de que el calentamiento debe tender a aumentar y no a reducir la biodiversidad. Ella respalda la opinión de que, debido a la ‘acidificación de los océanos’, los arrecifes de coral habrán desaparecido antes de que finalice el siglo, y con ellos la rica biodiversidad que sustentan. Pero no cita los puntos de vista opuestos, como el meta-análisis de 2009 que sostiene que ‘es dudoso que la diversidad marina se vea afectada brutalmente dadas las tasas de acidificación previstas para el siglo XXI’”.

Si bien cada extinción masiva reduce la biodiversidad entre 15 y 20%, cada extinción es seguida por un aumento mucho más importante: el número de especies de animales marinos pasó de 2 000 a 5 500 en 100 millones de años, según los análisis de los fósiles marinos (3).

La Unión internacional para la conservación de la naturaleza (UICN) estima que 0,8% de las 112 432 especies de vegetales, animales e insectos que figuran en su banco de datos desaparecieron desde el año 1500. “Esa es una tasa de menos de dos especies perdidas cada año, es decir un porcentaje de extinción anual de 0,001%”. (4)

¿Por qué entonces Gustavo Petro utiliza las tesis devaluadas de la “sexta extinción”?  ¿Por qué oculta que hay un debate?

Porque su misticismo catastrofista, aunque no tiene un sentido científico, sí lo tiene desde el ángulo político: es el mejor instrumento para manipular la opinión, fomentar la culpabilidad y la docilidad de la ciudadanía, para que ésta acepte el declinismo en todos los terrenos, sobre todo el plan obsesivo de Petro de desmantelar la industria petrolera y minera de Colombia y la reconstrucción de la economía venezolana a costa de la riqueza energética, los ingresos y los empleos de Colombia. Tal irracionalismo es la mejor pantalla para ocultar la perversa y descomunal inversión de valores que el jefe de Estado de Colombia propone a diario, y que los espíritus cándidos ven como locuras pasajeras que pueden ser frenadas con burlas, ruegos y elecciones locales.

El geoquímico, investigador y académico Claude Allègre decía en 2010 que los falsos ecologistas se han opuesto a todo, sobre todo a lo que aporta soluciones. “Se opusieron a las nano tecnologías, a las Ogm, a los teléfonos móviles, a las células cepa, a la geotermia, a la energía nuclear”. Pero la innovación y la inteligencia humana pasó sobre ellos. Y agregaba: “Estarán dentro de poco contra el consumo de carne por el metano generado por las vacas. Mañana estarán contra los peces pues el mar está sucio y contra el maíz y el arroz pues cultivarlos exige mucha agua” (5). Allègre tenía mucha razón. No es sino oír a Petro y sus arengas actuales contra la ganadería y en favor de nacionalizar (y clientelizar) el excelente sistema mixto de salud pública.  

Petro olvida que otros políticos colapcionistas avizoraban desgracias que no se cumplieron. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, llegó, por ejemplo, a predecir en 1972 que la última gota de petróleo sería extraída en el año 2000, y que el mundo sufriría hambruna tras hambruna por eso. Error. El ingeniero y periodista Yves Bourdillon comentó: “Desde entonces, se ha descubierto más petróleo del que se ha consumido, gracias a los avances tecnológicos. En cuanto a las hambrunas, la proporción de la humanidad desnutrida, el 9% según la FAO, se encuentra hoy en un mínimo histórico” (6).

En otras palabras, hay un combate ecológico legítimo e indispensable que, en vez de pedir el decrecimiento, mira hacia la innovación y el trabajo científico técnico y libre. Bourdillon cita un caso a esa perspectiva: “Los hidrocarburos podrían ser reemplazados gradualmente por un sector nuclear particular que se está desarrollando actualmente, el del torio, que no tiene casi ninguna de las desventajas del uranio: es abundante, inadecuado para la producción de bombas atómicas y produce desechos radiactivos menos peligrosos”.

Deberíamos no pasar por alto que la ecología irracional es la peor enemiga de la ecología y que el declinismo falsamente progresista lleva a la miseria y ésta suele terminar en la destrucción de los Estados de derecho.  

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