Occidente y la libertad de Venezuela. Por: Pedro Urruchurtu
No es casual que las democracias más sólidas y comprometidas con Occidente hayan sido las primeras en reivindicar la defensa de la libertad en Venezuela.
Occidente, como civilización, significa cada vez más para la libertad de Venezuela, y esta es una afirmación que no se hace a ligera. Basta con ver el apoyo que ha recibido el Presidente de Venezuela, Juan Guaidó, para entender cuáles son las fuerzas que están operando en función de la libertad de Venezuela –y las que no-. De allí que la juramentación de Guaidó fuera decisiva para materializar apoyos traducidos en poder y autoridad, imprescindibles para el ejercicio de sus facultades y competencias.
Si escribiéramos de manera simple lo que Occidente representa para el mundo, podríamos decir que el bloque de naciones que lo conforman comparten instituciones sólidas y eficientes, que se reflejan en la plena vigencia del Estado de Derecho y los pesos y contrapesos del poder, en las que predomina el imperio de la ley y donde figura, por ejemplo, la existencia de una democracia representativa vigorosa. Es decir, es la propia interpretación de lo que conocemos como democracia liberal. Ello incluye una férrea defensa de los derechos humanos y una institucionalidad que los promueve y defiende.
Pero no es lo único que define a Occidente. Si lo viéramos en una dimensión más amplia, el libre mercado y una economía libre, abierta y competitiva, también reúnen a las naciones que lo conforman, lo que da paso a la innovación y a la generación de riqueza y; por lo tanto, a sociedades prósperas. Dicho de otro modo, la prosperidad y el bienestar de los ciudadanos obedece a una dinámica de intercambio económico y de apertura, que también trae consigo, a través del comercio, relaciones estables y duraderas en un marco de paz. Esa ha sido una de las grandes lecciones que aprendió Europa, por ejemplo, después de haber vivido dos guerras mundiales: el comercio fue el escenario en el que aprendieron a convivir, a pesar de las diferencias.
El compromiso por regiones estables y seguras, también es parte de la conciencia occidental. No solo en lo que respecta al desarrollo de sus ciudadanos, sino a las garantías que brindan la paz y la seguridad de las naciones. En este sentido, frente a la arremetida de fuerzas oscuras, independientemente de la cultura y/o religión, solo Occidente y su concepción de libertad puede conseguir todo lo anteriormente mencionado.
Por ello, Venezuela se ha convertido en el epicentro de la defensa de Occidente, y no es poca cosa. Para nadie es un secreto que la nación suramericana se transformó en uno de los centros de operaciones de las fuerzas enemigas de la civilización occidental, junto a un férreo modelo socialista y autoritario, logrando la convergencia de factores muy oscuros vinculados al crimen internacional: terrorismo, narcotráfico y corrupción. Ese enemigo común para Occidente representa la amenaza más seria para la estabilidad y la paz hemisféricas y globales, no solo en términos de migración sin control y riesgo sanitario, por ejemplo, sino también en términos de penetración de territorio, incidencia ilegal en la economía e incursiones que atentan contra las instituciones establecidas. Venezuela es un estado mafioso y criminal. Además, es socialista: es un cóctel de la muerte.
Basta con ver lo ocurrido recientemente en el seno de la sesión de emergencia del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), solicitada por Estados Unidos, que se realizó el sábado pasado para entender que Venezuela sí representa una amenaza para la seguridad y la paz mundiales, pero también es un tema global que requiere ser atendido por Occidente, en función de preservar su estabilidad como civilización. No se puede concebir una Venezuela libre y democrática, sin un Occidente dispuesto a apoyarla. Y sí, la está apoyando.
Así, cuando se analiza cuáles son los países que decididamente han apoyado a Guaidó, porque con él se garantiza una transición que detenga la dinámica criminal a la que está sometido el Estado venezolano y que pone en riesgo su integridad como nación –además de detener la crisis-, se entiende la conciencia que han asumido las naciones de Occidente frente al drama de Venezuela. No hay más tiempo: la gente sufre y muere, mientras el país es tomado silenciosamente por el mal.
No es casual que las democracias más sólidas y comprometidas con Occidente hayan sido las que reivindicaron la defensa de la libertad y de la democracia en Venezuela, porque saben que, en definitiva, también significa libertad y democracia para el hemisferio. Es Occidente en pleno; es el bien defendiéndose y luchando contra el mal.
También basta con ver cuáles son las naciones que se han alineado con el régimen para entender qué tipo de fuerzas están operando en Venezuela. Casi todas son ajenas a la cultura de Occidente y a sus instituciones. Nada que tenga que ver con derechos humanos, pero sí con abuso, que es lo que predomina en los apoyos a la dictadura, algo que los deja al desnudo y demuestra, sin lugar a dudas, por qué Occidente ha cerrado filas en función de defenderse: no está dispuesto a tolerar elementos ajenos a nuestra paz y seguridad como civilización y como cultura. Aunque no se tiene la certeza de qué tanto estas fuerzas están dispuestas a inmolarse con el régimen, no es menos cierto que sus intereses y sus transacciones oerdan poder. Solo una firme presión de Occidente puede hacerlas retroceder.
Si algo han demostrado las naciones que apoyan a Guaidó, es que aspiran a tener una región estable, que pretenden frenar las fuerzas oscuras que han ido apoderándose de Venezuela con el apoyo del régimen y que anhelan que sean los venezolanos quienes decidan su futuro. Solo una Venezuela democrática es garantía de una región sólida.
Por eso, decir que la solución de Venezuela depende de los venezolanos, es tan falso como decir que el régimen quiere democracia. Una cosa es que la salida del régimen dependa de las fuerzas democráticas internacionales presionando, en un ejercicio de vigilancia y protección de Occidente, y otra es que las decisiones políticas deban transcurrir entre los líderes y la sociedad venezolanos. Ambas cosas son ciertas, pero primero lo primero: la liberación, y eso, depende de factores que trascienden nuestras fronteras: es la libertad mundial defendiéndose y Occidente manifestándose.
Así que hay reafirmarlo con contundencia: la libertad de Venezuela es un asunto de Occidente.