Las palabras más bellas y otras menos agraciadas: Por Pablo Rosselli

Pablo Rosselli

Pablo Rosselli
Ortopedista infantil Fundación Cardioinfantil
Fundación Santa Fe de Bogotá

La belleza o la fealdad de las palabras es subjetiva y encasillarlas de acuerdo a sus atributos depende de cómo nos suenen, su musicalidad, su significado y, por supuesto, el contexto en el que se encuentren. En la poesía, por ejemplo, lo escrito por Neruda adquiere una dimensión especial cuando dice “Me gustas cuando callas porque estás como ausente… y te pareces a la palabra melancolía” … o en la pluma de Barba Jacob con “hay días que somos tan lúbricos tan lúbricos, que nos depara en vano su carne la mujer” …

Los vocablos son como las mañanas. No son bellas por ser azules y soleadas, o feas por ser frías, lluviosas y opacas; sencillamente, son diferentes. Escoger la más atractiva del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (D.R.A.E) no es tarea fácil. Tiene alrededor de 93,000 palabras registradas y unos 20,000 americanismos, mientras que el diccionario Oxford en inglés es más extenso, y agrupa unas 400,000.

A mi modo de ver, algunas de las expresiones más bellas de nuestro idioma son: soledad, efímero, naturaleza, utopía, epifanía, melifluo, etéreo, ósculo, sortilegio, serendipia, arrebol, petricor, penumbra y otras, con connotación religiosa, como fe, eternidad, resurrección, misericordia y karma. Para ser lindas no tienen que ser expresiones complejas ni rebuscadas ni eruditas, como por ejemplo, sol, árbol, mar, mamá, bebé, amor, agua, ámbar, paz y chévere.

Muchos idiomas le han prestado palabras al español, pero el árabe es después del latín el que más ha contribuido con los términos ojalá, alcázar, azúcar, albaricoque, almíbar, jarabe, adalid, marfil, azahar y maravedí, entre miles.

Los anglicismos y galicismos también han aportado voces musicales a nuestro castellano como happy hour, cool, selfi y cliché, cruasán, déja vu, souvenir y menú.

El portugués también nos ha prestado vocablos llamadas lusitanismos o lusismos como biombo, carabela, caramelo, mermelada y bambú. Los italianismos tampoco se han quedado atrás: bagatela, acuarela, góndola y
malandrín; el quechua nos regaló los términos alpaca, carpa, cóndor, morocho y la infausta coca.

La terminología médica con raíces griegas y latinas, tiene unas perlas que brillan como: hipotálamo, sístole, delirio, lágrima, libido y orgasmo. Corazón es más lindo que intestino, e iris mejor que páncreas. Menos agraciadas y no menos expresivas son próstata, hígado, bilis, gónada, leucorrea, escorbuto, diarrea y almorrana.

De todas las palabras, mi favorita es nostalgia, que los portugueses llaman saudade, otra de las más hermosas aceptadas por el D.R.A.E. Las dos significan añoranza, ese dolor por el pasado, por la patria, por lo que pudo haber sido y no fue, la lejanía, la ausencia, ese sentimiento que surge con la música, la comida y los olores.

Porque las fronteras del mundo no son geográficas; los límites del mundo, son los límites del lenguaje, y solo hay una fuerza más grande que el lenguaje, es la fuerza del amor.

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