La Nieta de la Tierra - Cuento Corto.

santa sofia

Esa pequeña jungla de bichos y tierra negra era un misterio. Hacia mucho tiempo habían dejado de crecer flores. La maleza reinaba y las hierbas crecían desordenadas, sin dirección. A la noche caída, el jardín se descubría en blanco y negro. A la madrugaba se revelaba el gris de los esqueletos de las flores muertas, hechas polvo. Xochitl apenas notaba que su madre iba sola a ese jardín hasta cinco veces en un día.

Tlayolohtli permanecía mas tiempo allí que con su hija, encerrada en su mundo, aislada de los ruidos y de cualquier emergencia. No tomo mucho tiempo para que la curiosa pequeña saliese allí en las tardes frías de invierno, el suelo era frío, congelado y fragmentado; Investigaba el mundo de su madre. Xochitl también exploraba la vieja biblioteca abandonada de la vivienda que había organizado su abuelo, un guerrero como su padre, viejo, de piel endurecida en contacto con los elementos. Pasando las páginas de un libro viejo se corto la palma de la mano y la sangre se mezclo con el polvo antes de que la niña se chupara la herida.

Le desconcertaba la personalidad de su madre. Xochitl estaba recostada contra una pared blanca y su vestido de flores brillaba allí como girasoles al amanecer. Su piel blanca, las cejas negras, su frente pensativa. Desde algún lugar de la vivienda se escuchaba el canto de su madre, el movimiento de frascos de vidrio y un aire de felicidad que la confundía. Ella notaba que su madre solo era feliz luego de haber salido al jardín. Sonreía y se le quitaban los años de encima, se veía como una mujer.

Salio al jardín Indignada, le ardía la mano, el sabor de la sangre era confortante. Daba pasos por el lugar. Quería descubrir la magia, el secreto. ¿Que era lo que hacia allí su madre? Vio una estrella fugaz, se arrodillo, sintió el olor a tierra, dio un grito y se puso a llorar. Así pasaron varios inviernos; Los veranos no eran muy diferentes; En Las tardes llegaba allí a ver los últimos rayos del sol, se sentía sola y triste, su madre no le hablaba, la casa corría sin suerte. Xochitl crecía y con ella una sed insaciable se acrecentaba en su interior, una violencia que sus rasgos de doncella enmascaraban y sus modales moderaban.

Salía de la casa y el mundo era demasiado brillante, la luz le encandelillaba los ojos de ámbar. Se sentía distante, percibía los sonidos como un eco distante. En una pradera se encontraba con una amiga. Hablaban de la aldea. Todo lo percibía en fracciones, su atención se alternaba de adentro hacia fuera, de tema a tema, de la luz al sonido y entre las memorias y el saber, quienes giraban en un ciclo interminable. Revivía recuerdos; El día que trajeron las botas cubiertas de tierra de su padre desde el frente de guerra, El vientre de su madre embarazada, la canción de cuna a la que ella y luego su hermana haban sido arrulladas, la muerte de Miquiztli, su hermanita, y el día que se la devolvieron a la tierra.

Mientras tanto, su amiga hablaba de un enamorado y las noches a solas con el por las praderas. Los pájaros volaban y jugaban, saltando de árbol en árbol y a veces reposaban sobre la tierra. Xochitl Imaginaba su futuro, conquistando una gran montana y siendo fuerte. Al mismo tiempo besaba la mejilla de su amiga, articulaba el adiós, y se despedían. Era tarde, podría haber sido cualquier atardecer. Xochitl permaneció sentada sobre una piedra de la pradera, se observaba. Su amiga se alejaba hasta que desapareció detrás de la vegetación salvaje; el follaje de la maleza, árboles, plantas y arbustos. Xochitl sentía el vacío, la sed de su alma y se observaba distante mientras alzaba la mano y hacia un ademán como una muñeca.

Camino hacia un árbol y se acuclillo a su lado para orinar. El horizonte estaba solo, la orina tenia rastros de sangre, eso la sorprendió. Los rayos del sol jugaban con las hojas y la tierra. Xochitl se sintió arraigada a la madre naturaleza, sentía que le estaban saliendo raíces. La tierra se comunicaba con ella. Fue hacia un arrollo dentro del bosque, atravesó el laberinto de árboles hacia el riachuelo y en su orilla había un destello luminoso. Parecía ser oro. Se arrodillo, sus manos tocaron la tierra húmeda e inesperadamente en donde había inocencia despertó la vida.

En ese momento el destello luminoso abarco todo su mundo. Sus dedos entraron en la arcilla dorada, tomo un puñado y se lo metió a la boca. Fue una explosión, todo cobro vida, como despertar dentro del sueño. Permaneció allí inmóvil un buen momento, sus ojos brillaban luz propia y ella suspiro de placer. En un momento se extinguieron las ansias de una eternidad y Xochitl y la naturaleza estaban en total armonía. Lentamente, como llevada por el viento floto hacia la vivienda solitaria de su infancia. Apenas la recordaba.

Llego embarrada y borracha de dicha. Miro a su madre, quien salía del patio y sus miradas se petrificaron en entendimiento. Xochitl extendió la mano, sus facciones no cambiaban. La madre tomo la arcilla que ahora era color ocre, se lo puso en la boca y sin decir una palabra se la comió; irradiaba felicidad y canto frente a su hija por primera vez, poseída por el éxtasis de comer tierra, feliz de que su hija hubiera descubierto el secreto de las mujeres. Las dos iluminadas se miraron y Tlayolohtli, Realizada de que Xochitl supiera que podía ser única le dijo; has conquistado a la tierra.

Fin

Xochitl se fue de su casa y no regreso jamás. A veces se le escucha por los bosques, en el viento, y se le siente sobre el musgo de los árboles en donde deja rastros de tierra.

Tagor

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