La monumentalidad de la anti-monumentalidad. Por: Sofía Arbeláez Hoyos

Este mes se clausuró la exposición Bruma de Beatriz González en Fragmentos, y mientras dicho espacio se vuelve a llenar con otro contenido, quizá vale la pena volver a hablar sobre el significado de dicho lugar en sí mismo.

Como nuevo guiño topográfico de esta Bogotá paradójica, encontramos desde el 2018 en la calle 6º, a unas pocas cuadras de distancia, el Archivo General de la Nación y el antimonumento Fragmentos, dos lugares con dos entendimientos del pasado.

De cara al aburrido término archivo, nos encontramos con el de antimonumento, que por sí solo se roba toda la atención. Sin embargo, y tal vez en contra de la primera imagen que se nos viene a la cabeza cuando se habla de monumentos, Fragmentos es también otra edificación, y no tan monumental como la que construyó Salmona para el Archivo.

Nació con los Acuerdos de Paz que realizó el Gobierno con las FARC-EP, en los que se pactó crear un monumento con las 37 toneladas de armamento depuesto por la guerrilla. Con el metal fundido de aquellas 8.994 armas, Doris Salcedo, la artista encargada, en conjunto con un grupo de mujeres víctimas de violencia sexual del conflicto, creó las baldosas que hoy son el piso de este edificio. Ese es el monumento. O más bien, el contra-monumento como la misma artista lo bautizó. También, es una sala de exposiciones, en la que cada año se presenta un artista invitado para que exhiba su mirada e interpretación del conflicto armado. Así, Fragmentos también busca ser un lugar de memoria, que no se queda estático en el tiempo, sino que es en sí mismo “...múltiples contra-monumentos cambiantes, polifónicos y vivos”[1].


[1] Revista Arcadia. “Así Es La Obra Que Doris Salcedo Está Construyendo Con Las Armas de Las Farc.” Semana, 2018. https://www.semana.com/arte/articulo/doris-salcedo-monumento-armas-de-las-farc-acuerdos-de-paz/70319/.

Bruma, Beatriz González. Foto: fragmentos.gov.co

Piso Fragmentos, hecho con las armas fundidas depuestas por las FARC-EP. Foto: Ana Cristina Ayala, Fragmentos una obra supuestamente colectiva, 070 Podcasts.

¿Y qué significado tiene este pequeño prefijo, que se ha vuelto aparentemente tan definitorio de nuestra contemporaneidad de la deconstrucción? ¿Qué es un contra-monumento, o anti-monumento?  Es la apuesta de algunos científicos sociales y artistas contemporáneos por generar nuevas formas de relacionarnos con la memoria y el espacio público, que se opongan a la forma como se hace a través de los monumentos tradicionales. Con esto buscan dar nuevos sentidos y apropiarse de diferentes formas del paisaje urbano, cuestionado, completando o contrastando los archivos ya establecidos del pasado[1], haciendo énfasis en lo simbólico más que en la construcción de edificaciones u objetos materiales y jugando con la inmaterialidad y la invisibilidad para pasar de la conmemoración en sentido positivo, al reproche, la acusación, una conmemoración en sentido negativo[2] del pasado.


[1] Álvarez, Sebastián Vargas. Atacar Las Estatuas vandalismo y protesta social en América latina. Bogotá, Colombia: Fundación Publicaciones La Sorda, 2021, p. 133.

[2]Álvarez, Sebastián Vargas. Atacar Las Estatuas vandalismo y protesta social en América latina. Bogotá, Colombia: Fundación Publicaciones La Sorda, 2021, p. 131.

Otra de las características de los antimonumentos es que buscan ser obras colectivas o interactivas. Pueden buscar que la población misma y no solo los artistas o el Estado participen en la elaboración del anti-monumento, o una vez hecho, invitan a que la ciudadanía interactúe con él. Esto como remedio a lo que se ve como el mandato autoritario de los monumentos que buscan, a través de una forma didáctica tradicional, imponer su sentido.

Está inversión en el valor y sentido del monumento se originó en la Alemania de los 80 's que se estaba preguntado cómo conmemorar, hablar o situar en la ciudad el nazismo, el Holocausto y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, cargando con el hecho de que justamente, el Estado fascista se había caracterizado por su construcción monumental como programa político. Se quería memorializar y recordar a las víctimas, pero como forma de amonestar a la sociedad y evitar que algo así jamás volviera a ocurrir. Así nacen estos proyectos anti-monumentales que exploraron formas de irrumpir efímera y simbólicamente en el espacio urbano, rechazando la magnificencia, imponencia y tangibilidad de los monumentos. 

El Monumento de Hamburgo en contra del fascismo de Jochen y Esther Gerz fue uno de los anti-monumentos que más resonó en aquella década. Consistía en una torre de 12 metros cubierta en lámina

de plomo en la que la gente grababa mensajes con punzones para contribuir a la denuncia del fascismo y al monumento mismo. Cada vez que se llenaba el área sobre el que la gente podía escribir, el pilar se iba bajando para dejar más espacio libre, hasta que en 1993 la torre se hundió del todo y el “monumento desapareció”, dejando tan solo una placa en el piso.

A está corriente quiere adherirse Fragmentos. En el discurso de inauguración Doris Salcedo[1] lo presentó como un espacio en el que “... cualquier persona se encuentra en una posición equitativa, equilibrada y libre, desde la cual es posible recordar y no olvidar el legado de la guerra. Este espacio tiene la tarea de acoger memorias antagónicas…”. Habló de aquel sitio como un lugar de todos, de los colombianos, que “...no intenta otorgar una forma estética a la pérdida, el daño o la muerte violenta”, habla del fin del conflicto armado, de una “...una visión de futuro en la que los opuestos conviven y lo incompatible coexiste pacíficamente”. Nunca un espacio, el presente y la utopía, habían tenido semejante idilio. Bueno, tal vez solo en los demás monumentos de nuestra ciudad.


[1] Revista Arcadia. “Así Es La Obra Que Doris Salcedo Está Construyendo Con Las Armas de Las Farc.” Semana, 2018. https://www.semana.com/arte/articulo/doris-salcedo-monumento-armas-de-las-farc-acuerdos-de-paz/70319/.

También la curadora de Fragmentos tuvo oportunidad de expresarse en Arcadia[1], donde hablando del monumento afirmó que, “Más que una ciencia, la historia sería una forma de rememoración: “Un trabajo cultural de duelo”; un artículo en el que la palabra memoria podría intercambiarse por la de mesías, y donde al igual que hacían hace un siglo los historiadores que defendían la objetividad absoluta de la historia, presenta la conmemoración como libre. Nos dice, “Estos actos de conmemoración vuelan libres, no hacen caso a un líder político, ni a un gobierno, ni obedecen a una ideología”. Al terminar de leer, queda la impresión de que el antimonumento es nuestro único baluarte en contra de la ideología.

A partir de esto quisiera tocar tres puntos. Primero, utilizar el ejemplo de Fragmentos para hablar de nuestra sociedad obsesionada con la memoria y su relación con la Historia. Segundo, discutir con el hecho de que estos actos conmemorativos estén libres de poder y finalmente, plantear la monumentalidad de estos antimonumentos.


[1] Saenz, María Belén. “Fragmentos. Un Lugar Común.” Arcadia. Accessed 2023. https://especiales.revistaarcadia.com/contramonumento-fragmentos/el-punto-de-vista-conceptual.html

La memoria se ha vuelto una preocupación crucial para la cultura y la política de las sociedades occidentales contemporáneas. Está memoria, como la entendemos hoy, emerge en la década de los 60’s como resultado de la descolonización, los nuevos movimientos sociales y la búsqueda de nuevas formas alternativas y revisionistas de escribir la historia[1].

Pero esto ha llegado a un punto en el que todo lo queremos preservar como escudo frente a la aceleración del tiempo que nos pasa como un soplo, y cambia las cosas sin que lo hayamos notado. El paisaje se ha vuelto patrimonio, hay museos que son pueblos enteros, lo vintage está a la moda, hay un “marketing masivo de la nostalgia” y nos automusealizamos a través de las redes sociales, las prácticas de memoria se han difundido a las artes visuales y ahora los casos de superación personal son la nueva filosofía: de alguna u otra forma hemos logrado unir entretenimiento y trauma[2]. Hay un deseo incontenible de traer todos los infinitos pasados hacia el presente, queremos recordarlo todo, y como lo dice Huyssen, parece más bien la fantasía de un encargado de archivo llevado al grado de delirio.


[1] Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.

Queremos que nuestro presente, en el instante que sucede ya sea histórico. A través de la memoria buscamos anticiparnos a la mirada que se echará sobre el presente[1], llegar antes que las futuras generaciones al estudio del pasado. Como herramienta de lo anterior, el urbanismo siempre ha sido un registro para que los humanos, fugaces y pasajeros, experimenten con la temporalidad y la cuestionen, diciendo “yo me quedo aquí, sea como sea”, material o simbólicamente. En todo esto hay entonces una amalgama entre historia, memoria y monumento que hay veces nos parece imposible de desentrañar. Pero es importante hacerlo, para no terminar haciendo afirmaciones espinosas sobre la historia como “trabajo de rememoración y duelo”.

Con ello no se busca defender la historia como ciencia objetiva, es cierto, no hay un corte limpio entre pasado y presente, entre memoria e historia, ambas parten de una misma preocupación que es la elaboración del pasado. Esto no significa ni que haya que oponerlas ni que haya que confundirlas.

Pierre Nora ha sido uno de los que más ha trabajado este tema y define la memoria colectiva como “lo que queda del pasado en lo vivido por los grupos, o bien lo que estos grupos hacen del pasado”[2]. El pasado es reelaborado por las sensibilidades éticas, culturales y políticas del presente, el recuerdo del pasado se transforma en memoria colectiva, quedando abierto a la “dialéctica del recuerdo y a la amnesia de sus deformaciones”[3]. Es pensar en el pasado, pero un pasado no clausurado, es preguntarse por un tiempo del que no conocemos el resultado.


[1] Hartog, François. Regímenes de historicidad: Presentismo y Experiencias del Tiempo. México: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2007.

[2] Nora, Pierre. Les Lieux de mémoire. Uruguay: Ediciones Trilce, 2008.

[3] Losiggio Daniela, Cocimano Fernando, Crescimbeni Camila, Carniglia Luciano Andrés, Pinto Lucía, Espinosa Luciana, Svampa, Lucila, Padilla María Cecilia, y Villalba Daniel. Entre la historia y la memoria: Debates actuales en torno a la (re) actualización del pasado. Erscheinungsort nicht ermittelbar: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016.

Con la memoria el testigo aparece como figura central, es la encarnación del pasado. El testigo empieza a identificarse con la víctima, y las demás clases de testigos caen en el olvido, llevando a una simetría del recuerdo, se glorifican las víctimas y se deja en el olvido a herederos antes idealizados. Entonces, a

diferencia de la conmemoración libre que nos presentan, la memoria es política, y toma la forma de un mandato ético. 

Dado que se apoya en la experiencia, la memoria es subjetiva, pues está atada a los hechos que hemos vivido, es cualitativa y singular, y no necesita de pruebas, pues la narración del pasado para un testigo es su verdad. Por eso, nunca está fijada, sino en transformación permanente, y en constante amenaza por la erosión del olvido y los conocimientos posteriores.

La historia en cambio es la “reconstrucción, problemática e incompleta, de lo que ya no es”[1]. Es un relato, una escritura que responde a las modalidades de un oficio, nace de la memoria, pero se emancipa de ella, toma distancia. El historiador no puede transformar la singularidad en la historia sino inscribir esa singularidad en un contexto, el momento crucial es solo otra etapa en el proceso (Por ejemplo, ¿es de verdad esto el cierre del conflicto armado y la paz que nos pinta Salcedo?). Se pasa la experiencia por el tamiz de la verificación empírica y documental. El historiador es como lo dice Kracauer, un exiliado o extranjero en tensión entre dos países: su patria y su tierra de adopción. Asimismo, el historiador está dividido entre el pasado que explora y el presente que vive. Está obligado a adquirir la condición de extraterritorial para encontrar un equilibrio entre el pasado y el presente.


[1] Losiggio Daniela, Cocimano Fernando, Crescimbeni Camila, Carniglia Luciano Andrés, Pinto Lucía, Espinosa Luciana, Svampa, Lucila, Padilla María Cecilia, y Villalba Daniel. Entre la historia y la memoria: Debates actuales en torno a la (re) actualización del pasado. Erscheinungsort nicht ermittelbar: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016.

La memoria es importantísima, es sin duda una extensión gnoseológica que habilita la escritura de una historia amplia donde sujetos antes excluidos pueden verter su voz. Es, no obstante, la confusión entre historia y memoria, y la obsesión por esta última, lo que ha llevado a un turismo de la memoria (o sino, cuantas historias en Instagram no hemos visto todos de los osarios amarillos y los cargueros de Beatriz González), en el que se pretende llevar a cabo una rectificación del pasado, haciendo de la memoria un objeto de consumo y un juez estetizado, como respuesta paradójica a un mundo sin referencia. Estamos buscando la redención por medio de la memoria.

Todos parecemos genuinamente angustiados por la imposición del olvido, la democratización del pasado, la descentralización de la historia, pero hablamos tanto de memoria porque queda muy poco de ella[1], vivimos en un pánico constante por olvidar. Y es justo por eso por lo que ahora la memoria necesita refugiarse en lugares materiales y simbólicos, “síntomas del desplazamiento de la memoria, dado que si viviéramos aún en nuestra memoria no necesitaríamos consagrarle lugares”[2]. Yo, por un lado, la verdad no se si esa redención es posible, y por otro, creo que la decisión de olvidar también es una forma de cicatrización del ayer. Como si Colombia dejará de ser una historia que nos divide para transformarse en una cultura que nos une en los lugares de memoria[3]. Se nos olvida que la memoria también está en función de la edad[4], cada generación elabora lugares de memoria completamente ajenos a los que nosotros creemos estar construyendo, mucho de los que nos parece fundamental hoy no lo será en unas cuantas generaciones.


[1] Nora, Pierre. Les Lieux de mémoire. Uruguay: Editions Trilce, 2008.

[2] Losiggio Daniela, Cocimano Fernando, Crescimbeni Camila, Carniglia Luciano Andrés, Pinto Lucía, Espinosa Luciana, Svampa, Lucila, Padilla María Cecilia, y Villalba Daniel. Entre la historia y la memoria: Debates actuales en torno a la (re) actualización del pasado. Erscheinungsort nicht ermittelbar: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016.

[3] Hartog, François. Regímenes de historicidad: Presentismo y Experiencias del Tiempo. México: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2007, p. 29

[4] Jelin, Elizabeth, and Victoria Langland. Monumentos, Memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2003.

Ya Hartog nos ha dicho que vivimos en una crisis actual del tiempo, el presentismo, la categoría del presente se torna dominante y desplaza el futuro. La pedagogía, la memoria y la política prefieren la presencia del pasado que el distanciamiento crítico de la historia, y el futuro ya no es esperanza sino amenaza. Tenemos un presente rígido y sacralizado, y una conmemoración que suplanta y subvierte la historia[1].


[1] Losiggio Daniela, Cocimano Fernando, Crescimbeni Camila, Carniglia Luciano Andrés, Pinto Lucía, Espinosa Luciana, Svampa, Lucila, Padilla María Cecilia, y Villalba Daniel. Entre la historia y la memoria: Debates actuales en torno a la (re) actualización del pasado. Erscheinungsort nicht ermittelbar: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016.

Ahora, es innegable que la política, la ideología y el poder atraviesan la memoria y sus prácticas. El solo poder simbólico[1] que llevan implícitas las manifestaciones culturales, y el poder de monumentalizar, permite ordenar el conocimiento, clasificarlo, y dar cierto sentido a objetos y cosas a través de ciertos esquemas de interpretación y autoridad de los expertos en el tema. Hoy el que nos enseña no es el monumento sino la voz omnisciente del artista. El otorgamiento o cambio de sentido a un hecho del pasado no es producto del azar, necesita de la voluntad humana, así que, los procesos sociales en los que se marca el espacio siempre conllevan la presencia de “emprendedor de memoria”[2], personas activas en el campo político que ligan su accionar al pasado para transmitir mensajes al futuro. Y así como la diferencia entre historia y memoria no es tajante, tampoco es tan clara la diferencia entre un pasado mítico y un pasado real que ahora la memoria nos devela, lo real puede ser mitologizado de igual forma que lo mítico puede engendrar fuertes efectos de realidad[3].


[1] Hall, Stuart. “Patrimonio ¿de Quién? Des-Estabilizar ‘El Patrimonio’ y Re-Imaginar La Post-Nación.” Intervenciones en estudios culturales 3: 15–31. Accessed 2023. https://intervencioneseecc.files.wordpress.com/2017/01/n3_art01_hall.pdf.

[2] Jelin, Elizabeth, and Victoria Langland. Monumentos, Memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2003.

[3] Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.

Entonces, siempre hay una intencionalidad narrativa cuando se quiere crear un espacio de memoria. Claro que hay una vinculación con el gobierno, el lugar nace de un Acuerdo de paz, está administrado por el Museo Nacional y es un espacio del Ministerio de Cultura. Y más allá del vínculo con el gobierno que no es en sí mismo perjudicial, la semantización de los espacios materiales siempre sigue unas reglas, unos discursos, unas luchas ideológicas y unos proyectos políticos. La memoria es un campo de batalla donde se debate cierto modo de construir el futuro[1] y siempre implica la pregunta de qué debe ser recordado y qué debe ser olvidado, negociaciones en torno a olvidos elegidos y olvidos impuestos[2]. O si no, porque tanto escándalo de la artista cuando el expresidente Duque quiso reunirse en Fragmentos con la Iglesia para hablar del paro nacional. ¿Para qué es que era entonces este espacio?


[1] Jelin, Elizabeth, and Victoria Langland. Monumentos, Memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2003.

[2] Ibidem.

Y no solo quieren liberar el sentido mismo del espacio, también creen ser estéticamente neutros, cuando el debate estético es constitutivo de los proyectos monumentales y conmemorativos, es donde se juega la cuestión representacional. El movimiento anti-monumental mismo se adhiere a una estética, que precisamente va en contra de la tradición arquitectónica anterior. Entonces no es cierto que no se esté intentando dar una forma estética determinada, es en sí misma una lucha por el poder estético, sobre todo cuando la representación de la memoria está en manos de curadores, artistas y museólogos. Una memoria no es más memoria, ni más pura, ni más real ni más traumática porque esté acostada, o invisible, o desaparezca, o por su tamaño, o supuesta “monumentalidad”. Además, porque se llame anti-monumento no deja de ser, por su misma esencia, un espacio localizado, delimitado, que en este caso está en Bogotá porque así lo decidió la artista, para el deleite de los estudiantes y uno que otro capitalino en sus momentos de ocio del fin de semana.

Finalmente, no creo que un prefijo pueda ser tan revolucionario. Hemos visto cómo en la actualidad se denigra el monumentalismo, por su relación con lo decimonónico y el kitsch, los nacionalismos y totalitarismos, la grandeza sobrehumana que quiere avasallar al espectador. Al mismo tiempo, el monumento se ha vuelto central como sitio de memoria, entonces “¿Cómo pensar la relación entre la monumentalidad como enormidad y la dimensión conmemorativa del monumento?[1]. Para ello es útil, mirar la monumentalidad como categoría estética, contingente como cualquier otra[2]. Lo monumental es lo grande e imponente, pide eternidad, cada periodo histórico tiene percepciones diferentes de lo que le resulta imponente y colosal. Antes era la construcción material, hoy pueden ser otras cosas, se ha desplazado de lo material a lo simbólico. Pero, el hecho de que las formas monumentales de los siglos pasados no toquen nuestra sensibilidad estética y política, no implica que no estemos seducidos por lo monumental. “Sólo si recuperamos la dimensión histórica de la categoría misma de monumentalidad podremos apartarnos de la doble sombra del monumentalismo kitsch del siglo XIX y del belicoso anti-monumentalismo”[3].


[1] Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.

[2] Ibidem.

[3] Ibidem.

Ambos quieren lo mismo. La palabra monumento viene etimológicamente de mente (mens), la memoria (memini), y del verbo monere significa “hacer recordar”. Así, lo que el monumento quiere ser es un signo del pasado, perennizar un recuerdo, vencer el tiempo y el olvido. ¿Qué es lo revolucionario del prefijo entonces?

Este nuevo tipo de monumentalidad no deja de tener algo de peligroso. El desplazar la monumentalidad de la piedra al discurso, a las imágenes y a los símbolos, no hace desaparecer el hecho de que, como la estatua de piedra, los antimonumentos también están inmersos en un espacio social determinado, y el discurso es cada vez más una unidad indisoluble con la obra, así el monumento pierde del todo su estatus de autonomía, y el diseño y la intención autorial determinan su sentido. En todo caso, ni para los monumentos de ayer, ni para los de hoy podemos caer en el error de confundir los discursos con la contingencia de la memoria[1]. No se debería asumir que el discurso de la memoria se puede osificar en el discurso del monumento. Este peligro aunado a que hoy, el contexto de conmemoración carga toda una burocracia y una exclusividad que se decanta por ciertos paneles de expertos, y sobrevivientes. Miren por ejemplo las condiciones que deben cumplir los artistas para poder exponer en Fragmentos y el jurado evaluador, de expertos que decide quién puede presentar su obra allí.


[1] ​​Stubblefield, Thomas. “Do Disappearing Monuments Simply Disappear?: The Counter-Monument in Revision.” Future Anterior 8, no. 2 (2011): xii–11. https://doi.org/10.1353/fta.2011.0015.

También, hay que poner en duda el carácter colaborativo o la autoría colectiva de estas obras, primero porque siempre implica la elección de alguien, como en este caso mujeres víctimas de violencia sexual, pero sobre todo porque siempre la participación se hace sobre las preconcepciones del artista. Está ha sido una de las principales críticas a fragmentos. Por ejemplo, Sanín en su artículo en Vice[1], sospecha del título mismo de Fragmentos, pues no es en nada fragmentario al ser un trabajo bajo la dirección de una artista, que opaca cualquier colaboración. La mayoría de la gente que visita Fragmentos no debe saber el nombre de las mujeres que ayudaron en la elaboración. Otra fuerte crítica provino del podcast Cerosetenta, que critica la supuesta interpretación tan plural que, según se dice, tiene Fragmentos y que queda eclipsada por el papel, micrófono y voz de la artista que son su fuerza escultórica[1].


[1] Ayala, Ana Cristina. “Fragmentos: Una Obra Supuestamente Colectiva.” 070, 2018. https://cerosetenta.uniandes.edu.co/fragmentos-doris-salcedo/.


[1] Ayala, Ana Cristina. “Fragmentos: Una Obra Supuestamente Colectiva.” 070, 2018. https://cerosetenta.uniandes.edu.co/fragmentos-doris-salcedo/.

Es ahora la memoria misma la que tiene proporciones monumentales, e independientemente de la permanencia o no de su representación no resulta menos memorable, seguimos “seducidos por el señuelo de la monumentalidad, como promesa de conquistar tanto el tiempo como el espacio”[1].

Sin embargo, aparte de todas mis reticencias sobre los discursos y sentidos que le han querido adjudicar a Fragmentos, me pareció una obra magnífica, monumental, provoca una avasalladora sensación. No pareciera que caminamos sobre baldosas sino sobre las puntas mismas de los cañones. La marcación del espacio en una cultura de amnesia siempre llevará a disputas monumentales, pero a mí me parece mejor pisar las armas y pasar a la lucha por las imágenes.


[1] Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.

Bibliografía

Álvarez, Sebastián Vargas. Atacar Las Estatuas vandalismo y protesta social en América latina. Bogotá, Colombia: Fundación Publicaciones La Sorda, 2021, p. 133.

Hall, Stuart. “Patrimonio ¿de Quién? Des-Estabilizar ‘El Patrimonio’ y Re-Imaginar La Post-Nación.” Intervenciones en estudios culturales 3: 15–31. Accessed 2023. https://intervencioneseecc.files.wordpress.com/2017/01/n3_art01_hall.pdf.

 Hartog, François. Regímenes de historicidad: Presentismo y Experiencias del Tiempo. México: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2007.

Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido: Cultura y memoria en tiempos de globalización. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.

Jelin, Elizabeth, and Victoria Langland. Monumentos, Memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2003.

Losiggio Daniela, Cocimano Fernando, Crescimbeni Camila, Carniglia Luciano Andrés, Pinto Lucía, Espinosa Luciana, Svampa, Lucila, Padilla María Cecilia, y Villalba Daniel. Entre la historia y la memoria: Debates actuales en torno a la (re) actualización del pasado. Erscheinungsort nicht ermittelbar: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016.

Nora, Pierre. Les Lieux de mémoire. Uruguay: Ediciones Trilce, 2008.

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Stubblefield, Thomas. “Do Disappearing Monuments Simply Disappear?: The Counter-Monument in Revision.” Future Anterior 8, no. 2 (2011): xii–11. https://doi.org/10.1353/fta.2011.0015.

Young, James E. “The Counter-Monument: Memory against Itself in Germany Today.” Critical Inquiry 18, no. 2 (1992): 267–96. https://doi.org/10.1086/448632.

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