La bicicleta de la transición energética. Por: Tomás Tibocha

Tomás Tibocha

Aprender a montar en bicicleta, esa emotiva gesta de debutar en el pedaleo sin el auxilio de un progenitor o de un par de rueditas, es probablemente una de las experiencias más universales para retratar la gradualidad y el proceso no lineal que supone cualquier esfuerzo de transición.

Se podrá contar con el plan perfecto para dicha transición, con el mejor casco, por ejemplo; con un día soleado como de postal; con un par de rueditas de guía hechas en goma, de esas que no suenan al contacto con el pavimento; con unos frenos en disco para detenerse en seco; y, si se quiere, con una bocina tematizada, de esas con figuritas de Disney, por si algún transeúnte desprevenido se atraviesa en medio de este inaplazable aprendizaje.

Se podrá prever todo en el papel y, aun así, enfrentarse a un sinnúmero de variables que alteren la lección ciclística del infante. Podría nublarse repentinamente y llover, podría haber un hueco que ayer no estaba; se podría zafar la cadena, pinchar una rueda o desamarrar el cordón del zapato; podría, incluso, salir una mascota de la nada, un ladrón dado a la fuga o cualquier otro factor de esos con los que suele sorprendernos nuestra idiosincrasia de vez en vez.

Y entonces, ¿estaría mal el proyecto en cuestión? No, pese a este azar de elementos, y con una metodología de ensayo y error, los niños aprenden a montar bicicleta; de hecho, es la única vía por la que se logra; no en vano, tal vivencia es un símil para reflexionar sobre el valor de la perseverancia. El error, a lo mejor, sería mostrarse inflexible ante las circunstancias; no modificar la estrategia de transición ante los evidentes cambios en el contexto y las pruebas que presenta el entorno.

¿Sería buena idea quitarle a un niño sus rueditas de guía y forzarlo a pedalear, sin que este sepa montar aún por su cuenta?, ¿qué diría usted de un adulto que quita su mano estabilizadora del sillín y del manubrio antes de tiempo?, ¿estaría de acuerdo con cambiarle de bicicleta y llevarlo a ensayar prematuramente en una de adulto?

Pues bien, esta metáfora que usted lee aquí, algo pintoresca, valga decir, podría ser perfectamente el escenario al que se está enfrentando Colombia, que, de un día para otro -o mejor dicho, de un gobierno para otro-, está teniendo que realizar una transición sin ningún tipo de gradualidad, como si no existiesen avances en la materia: Ley 1715, Conpes de transición energética (4075), Hoja de ruta del hidrógeno, dos subastas de no-convencionales, parques eólicos y granjas solares, entre otros; con el agravante de que las consecuencias van más allá de un raspón o un diente de leche, pues, los errores se medirán en empleos, importaciones innecesarias, aumentos de precios, recaudo fiscal; y, paradójicamente, pobreza. 

Es muy probable, como bien lo señaló el exministro, Mauricio Cárdenas, en su último análisis con su colega, Mauricio Reina, que el problema no esté en el “qué” sino en el “cómo”. Propender una transición energética es, indiscutiblemente, un objetivo de beneficio común, así como la protección de la “Casa grande” y la migración hacia una economía productiva; sin embargo, mostrarse inflexible con el “cómo” e ignorar la opinión de la esfera técnica del país, es igual que enviar a un infante sin su casco y sus rueditas a pedalear en una gran autopista; como las de Europa, donde, a pesar de los 40 o 50 años que nos llevan de desarrollo, todavía transitan a toda velocidad vehículos con motores de combustión.

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