El lenguaje incluyente y excluyente: Por Pablo Rosselli

Pablo Rosselli

Pablo Rosselli
Ortopedista infantil Fundación Cardioinfantil
Fundación Santa Fe de Bogotá

El lenguaje no sexista, incluyente o neutro nació en los años setenta con los movimientos feministas radicales que consideraban la expresión oral y escrita andrógina y machista. Años después, cogió alas en muchos idiomas con la aparición en el escenario de los grupos LGBTIQ+ y de ideología no binaria.

Celebro que el mundo de hoy esté abierto a diferentes formas de pensamiento y que no discriminen a las personas por su manera de vestir, de pensar, y mucho menos por su identidad sexual. Sin embargo, las palabras están hechas para comunicarse con claridad y economía. Al decir en un discurso: “Estimados alcaldes y alcaldesas, líderes y lideresas” … y otra suerte de distinciones, el mensaje se vuelve extenso, aburrido, y pierde fuerza, en un momento histórico en el que la brevedad y la rapidez de las comunicaciones es la regla. Nicolás Maduro, el vecino presidente con su léxico de parvulario, es el ejemplo más cercano del uso erróneo del lenguaje inclusivo. Su alocución en la que habla de adquirir “libros y libras a las niñas y niños” es patético, casi conmovedor. En lo escrito, al pretender cambiar en algunos textos la “a” y la “o” por “x”, “@”, “*” y “_” hace que la lectura sea tediosa y pierda interés. De igual forma suena ridículo y cursi reemplazar las letras “a” y “o” por la “e” como en “Les niñes van al colegio”.

Los cambios en el idioma los dan su uso, y quizás algunos de estos nuevos términos se aceptarán en el futuro. De hecho, es sensato reemplazar los artículos “el” por “quien” como en el ejemplo: “El que quiera que compre su boleta”, por “Quien quiera, que compre su boleta”; se pueden usar colectivos neutros: “la ciudadanía” en vez de “los ciudadanos”; “las personas expertas” en vez de “los expertos”, o suprimir el sujeto como en “los niños menores de diez años entran gratis” por “menores de diez años…”. Uno que otro desdoblamiento como “niños y niñas”, “señoras y señores” a veces caen bien.

Dice Mario Vargas Llosa al respecto del castellano: “El español, como el italiano o el portugués, es un idioma palabrero, abundante, pirotécnico, de una formidable expresividad emocional, pero, por lo mismo, conceptualmente impreciso,”. Por eso es que la Real Academia Española insiste en que el masculino genérico también incluye a las mujeres.

Las redes sociales, llenas de mensajes superficiales, están saturadas de un espíritu inquisidor que tilda de retrógrado a quien se incomode con el lenguaje incluyente. Resulta paradójico que los grupos que se arrogan la cultura, la intelectualidad y el libre pensamiento sean los que más emplean esta forma de comunicarse que para ellos es políticamente correcta, pero que termina siendo excluyente para “aquelles” con algún grado de inteligencia, educación y sentido común. Así mismo, usan esta jeringonza como un arma, y no como un instrumento, puesto que la lucha por la igualdad no se da con modismos y lugares comunes gramaticales, se libra con acciones contundentes en la sociedad.

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