El calentamiento global y las plagas: Por Pablo Rosselli

Pablo Rosselli

Pablo Rosselli
Ortopedista infantil Fundación Cardioinfantil
Fundación Santa Fe de Bogotá

Una abejita muerta de tamaño real sobre un fondo blanco adorna la portada del libro “El planeta inhóspito”, del periodista David Wallace-Wells. La obra, muy oportuna en momentos en que se lleva a cabo la cumbre mundial sobre el calentamiento en Glasgow, fue publicada justo antes de que empezara la pandemia, y relata con evidencia científica contundente los horrores que amenazan la vida en la tierra con el calentamiento en un futuro tan cercano como la generación que nos sucede. Inundaciones, sequías, huracanes, incendios, migraciones masivas, colapso económico, hambrunas, conflictos armados y plagas, son los aterradores escenarios que vendrán si seguimos como vamos, con emisiones altas de CO2 que acentúan el efecto invernadero.

Es muy probable que estas predicciones hayan empezado desde hace tiempo. De hecho, un aumento en la temperatura terrestre hizo que algunos murciélagos ampliaran su hábitat e invadieran terrenos nuevos como portadores del coronavirus en el sur de China, donde empezó la historia del COVID 19 que aún no finaliza y que de pronto va para largo.

Los límites geográficos de las enfermedades han cambiado con el calentamiento del planeta. En el hielo ártico hay alimañas ocultas que no han circulado por millones de años. En Alaska, por ejemplo, encontraron vestigios de la gripe de 1918 que acabó con 50 millones de personas y se sospecha que hay viruela y peste bubónica atrapadas en el suelo siberiano. Para no ir tan lejos, en Brasil la fiebre amarilla, transmitida por un mosquito, estaba circunscrita a la cuenca amazónica pero después del 2016 llegó a los alrededores de Sao Paulo y Río de Janeiro. En el caso del paludismo, los cambios en las condiciones climáticas afectan el desarrollo de los parásitos en el mosquito, haciendo que se multipliquen más rápido en sitios endémicos y aumenten su transmisión en zonas donde antes no existían. Es más, aún no sabemos cómo se comportarían las bacterias que conviven en nuestro cuerpo con un aumento en la temperatura ambiental.

“Parece que fue ayer”, como en la canción de Manzanero que, Al Gore, el político ambientalista, hizo su documental “Una Verdad Incómoda” (2006). Sus predicciones se veían lejanas, apocalípticas, y vaya uno a saber si decir la verdad, que casi siempre duele, le valió el Nobel de Paz, pero le negó la posibilidad de ser presidente de los Estados Unidos.

Tomar conciencia sobre la magnitud del problema es un proceso lento. Quien hablara sobre el calentamiento hace algunos años era tachado de alarmista y hoy, la realidad es otra. Se sabe, y suena vergonzoso decirlo, que más de la mitad del CO2 expulsado a la atmósfera producto de la quema de combustibles fósiles se ha emitido en las tres últimas décadas.

La Tierra se ha calentado más de un grado centígrado desde el periodo preindustrial en el siglo XIX y la necesidad de reducir las emisiones de CO2, una decisión individual y colectiva, es urgente. La vida es corta y es una pena que la mayoría tenga tan poca empatía con sus contemporáneos y mucho menos con los que vienen.

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