Diligencias nacionales.Por: Martín Jaramillo Ortega

“Buenas, ¿para qué es esta fila?”

Fernando Vallejo dice que dejarse robar la cédula en Colombia es peor que matar a la madre. De esta frase quedan dos grandes exageraciones: la primera, más que obvia y digna del inconfundible fatalismo del escritor paisa; la segunda, va implícita en lo engorroso y desmedido que es hacer cualquier trámite en un país cuya población nació con tendencia a hacer doble fila.

Para entender el exceso de tramitología nacional, piensen que hace un tiempo era necesario tener en mano un certificado de supervivencia para que un pensionado pudiera cobrar su pensión. Suena ilógico, pero el pensionado tenía que ir -vivo, evidentemente- a cobrar su pensión con un papel que dijera que se encontraba coexistiendo con los demás colombianos. ¿Qué mayor prueba de supervivencia que tener que hacer la fila para percibir la pensión? Además, para colmo, el papel debía estar autenticado; otro trámite.

Pues bien, pretendo ahora contar -y quejarme, de paso- sobre mi experiencia en todas estas gestiones, diligencias, tramitologías, papeleos y formalidades carentes de utilidad alguna. Hace poco más cuatro meses me contactó una empresa del sector privado para un servicio en particular, qué mejor oportunidad, pensé ingenuamente, para pagar un par de deudas, cuentas pendientes y, en caso de que sobrara, festejar con una empanada.

Ahora, aclaro que el trabajo se llevó a cabo el día pactado, sin ningún contratiempo y sólo al momento de pasar la cuenta de cobro asimilé que había sido víctima de mi propio país y sus costumbres. Me devolvieron la cuenta de cobro porque el título no estaba en negrilla y, sumando a semejante atrocidad, me enteré de cuatro calamidades que debía padecer.

En primer lugar, por cuestiones de impuestos, iba a dejar de percibir el 11% del valor real del contrato. Entendible. En segundo lugar, debía tener el RUT al día y llevar la copia original. Esto, en mi cabeza, era equivalente a tener que llevar la fotocopia de la cédula, pero al 150%. En tercer lugar, debía tener al día los aportes hechos en la PILA (Planilla Integrada de Liquidación de Aportes); o más bien, debía encontrar a algún tramitador que supiera cómo pagar esos aportes e hiciera el pago respectivo. Lo encontré: el valor de los aportes, sumado a lo adeudado al tramitador, fue equivalente al 20% del valor del contrato. Además, confieso que recurrí a un préstamo de un tercero de buena fe para poder hacer el pago de dicha planilla. Es decir, no había percibido un peso y ya estaba endeudado y enterado de que iba a recibir 30% menos de la cifra inicial. Por último, y para colmo de cualquier mal, luego estar adocenado en la fila del RUT, hacer el aporte en la PILA, tener claro que no iba a recibir lo pactado inicialmente y pedir un préstamo, me entero por la persona en la ventanilla que todo el papeleo estaba en orden y que el paso a seguir era volver 90 días después a cobrar. Me vi obligado a esperar tres meses el esquivo pago que me tenía más endeudado que antes y en mora frente a un acreedor que era alguien cercano.

Al igual que cada colombiano, y por mi condición de tal, fui víctima de mi propio invento. Recordaba al historiador David Bushnell, que luego de un arduo trabajo de investigación sobre la historia patria, no le quedó más remedio que titular su libro: “Colombia, una nación a pesar de sí misma.”  

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