De lo fácil de oponerse a lo difícil de gobernar. Por: Daniel Felipe Escobar

Daniel Escobar

Hacer oposición a un gobierno resulta fácil, cualquiera que sea. De hecho, resulta más fácil cuando dicha oposición no solo se alimenta desde la crítica pragmática o teórica de los hechos políticos – cuando solo debería ser así – sino también por el corroído espíritu del odio ideológico que inspira la violencia en casi todos sus matices: política, social, económica, psicológica, cultural, ambiental, étnica, armada e histórica; las cuales concluyen siempre en un juego de suma cero.

Todo ese ejercicio herrumbroso de “oponerse a como de lugar y cual sea el costo” termina por recaer en las generaciones que son objeto útil – e inútil – de esta representación opositaría, grupos de personas a las que comúnmente se le conocen como “masas”. Término planteado a partir del marxismo clásico, las cuales ya no crean una conciencia colectiva como era su finalidad, si no que ahora son el medio para simbolizar anhelos, deseos, ilusiones y ambiciones de pequeños individuos a los que solo los movilizan intereses personales. Sin duda alguna el paro nacional ha sido el ejemplo más concreto de ello, los jóvenes muertos y heridos no importan ahora que el presidente es Gustavo Petro.

La oposición puede llegar a tal grado en el que el ejercicio de contrariedad se convierte en una disputa por tener la razón a toda costa y sin medir las consecuencias. Nuestra sociedad ha sido históricamente un reflejo de ello: desde las décadas en las que era sinónimo de grandeza asesinar a un conocido solo porque tenía una corbata roja y no azul, hasta hoy en día, cuando el país admira que asesinen y quemen policías porque “tienen que pagar una deuda histórica”.

Desde siempre he insistido que la violencia es el medio más insignificante y ruin para transmitir una idea. Lo mismo pienso de sus ejecutores, seres mezquinos y diminutos para comprender algo tan complejo como la tolerancia y la libertad. Seamos sinceros: aún nos falta mucho como sociedad para hablar de un nuevo país.

Hay que precisar que algunos se jactan de ser diferentes porque nunca han utilizado la violencia física para expresar un pensamiento, pero hay que tener un particular cuidado con estos individuos porque usualmente los mueve un común denominador: la violencia psicológica. Este tipo de personas “pacíficas”, al momento de identificar a un contrario – ya sea por pensar diferente o poner en duda sus planteamientos – lo tratan de aniquilar y de exterminar a través del escarnio público o exponiendo asuntos de su vida privada. Eso sí, nunca hay que esperar un argumento o proposición lógica de este tipo de pacifistas.


En todo caso, con esta pequeña introducción de la oposición política en un país que ha sido estructuralmente violento y en el que el ejercicio de ser contrario a un gobierno se ha convertido en un mecanismo para inspirar odio político y utilizar a grupos enormes de personas para reforzar la idea radical de que “el fin justifica los medios”, podemos darle una leída al contexto en el que se ha desenvuelto el nuevo gobierno y porque pasar de oponerse a gobernar les ha costado tanto desde que asumieron el poder.

Estrellarse con la realidad es algo sumamente fácil, todos soñamos y tenemos una imaginación sin límites, pero cuando volvemos al plano real, al de lo físico y de lo que esta presente ahora mismo, aterrizamos de una manera estrepitosa. Eso fue lo que le pasó al petrismo en cabeza de su actual presidente. En el mundo mágico y surrealista donde Gustavo Petro era el presidente del cambio y la transformación histórica que añoraba Colombia durante dos siglos, donde los colombianos por fin íbamos a tener una vida digna en todas las condiciones de nuestra existencia, no se esperaban que pasar de la imaginación a la realidad iba a ser tan aliquebrado y estrambótico.

En campaña y siendo la oposición quizá más grande que haya tenido alguna vez un gobierno en Colombia, el petrismo se alzó y afortunadamente no en armas, como suelen hacer los que por vía de la violencia quieren imponer sus ideas. Y si, cómo lo intentó nuestro presidente hace algunas décadas y cómo lo ha intentado todo cobarde en este país que piensa que disparando contra otro llegará al poder para lograr la paz que tanto anhela Colombia. Esa es una lógica criolla que nunca lograré entender: disparamos contra nuestros hermanos para llegar al poder y solo si llegamos al poder dejaremos de disparar contra quienes queremos gobernar en paz. Es Increíble.

Durante los últimos meses el gobierno se ha envuelto en polémicas bastante graves. Algunas si, han sido insignificantes como equivocarse en una cifra o evitar periodistas por no tener la preparación indispensable para asumir tal cargo como el de un ministerio. Sin embargo, las contradicciones del petrismo cuando eran oposición al petrismo ahora de gobierno, pueden resaltar a la luz de todo un país que está confundido entre las promesas de campaña y las reformas que se están planteando para gobernar lo suficientemente “bien”.

Es curioso que congresistas bastantes críticos y agresivos como fueron contra la escalada en el precio de la gasolina durante el gobierno de Duque, hoy defiendan un aumento exorbitante para los próximos años en dicho combustible y no recuerden su posición años atrás. O congresistas que incitaron un violento paro nacional por una reforma que pretendía recaudar aproximadamente 18 billones de pesos, pero que hoy apoyan sin discusión alguna una reforma que busca recaudar 26 billones. Parece que un aumento de 8 billones en el recaudo ya no preocupa porque la tarea es cuidar al gobierno, sin importar que los más pobres del país sean quienes paguen las consecuencias de ello.

Entonces uno se pregunta ¿dónde quedan los más vulnerables?, ¿dónde quedan los actores sociales que utilizaron para dar lastima y así comprometer una fuerte y arraigada agenda de oposición fundamentada en estos para subir al poder? Utilizaron a los campesinos, a los estudiantes, a las minorías, a los pequeños empresarios y al ciudadano común que con esperanza deposito su voto en el Pacto Histórico y ahora recibe todo lo contrario a lo que en campaña se le prometió. La coherencia se perdió, si es que la hubo.

Ello es una verdadera traición, pero no se esperaba más y se veía venir desde hace mucho tiempo. Al colombiano promedio ahora solo le queda tomar conciencia de que una oposición es fácil de hacer pero que gobernar es otra voz. La invitación es aterrizar a la realidad con la mayor suavidad posible. El status quo de la clase política lo volvió a hacer y ahora consiguió mantenerse para seguir macerando a las clases media/baja y en menos de cuatro años volver con otra estrategia y otro candidato para “arreglar el desastre que dejo el anterior”, y bueno, si es que el actual presidente suelta el poder: siempre quedará la duda.   

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