De la rebelión a la conversión. Por: Sebastián Narváez Medina

Por estos días lo que cualquier joven militante de la derecha política les pueda decir, les sonará imprudente e impopular. Son los riesgos del verdadero despertar de jóvenes que antes no conocíamos el valor del trabajo ni de la propiedad. No entendíamos que el privilegio no fue una obra de la divina providencia, sino fruto de los sacrificios, no sólo de nuestros padres, sino de generaciones pasadas que han construido patrimonio y patria.

Es bueno aclarar que, los únicos corruptos insurrectos que se han ganado el privilegio robando, son los insurgentes que gozan de curules en el Congreso y algunas arterias del Estado. No se permitan el afán de clasificar a todos los adinerados, pudientes y estudiados en la categoría de los acomodados. Sin temor a ser aún más impopular, me atrevería a decir que los tibios presidentes de esta República, en su mayoría, han favorecido las políticas socialistas que mantienen a los vagos y no a los generadores de empleo. De manera que, jóvenes perdidos del Paro Nacional, este es mi llamado a su conversión política y redención patriótica. 

En la construcción de nuestra consciencia sobre el poder desconocemos en qué momento nuestra generación, sin distinción de clase social, se dejó calentar por un discurso de odio hacia el funcionalismo y la equidad. Reconocidos bélicos, líderes de izquierda, y sus políticas socialistas en gobiernos amañados de centroderecha, han generado las carencias que hoy nos inundan para luego vendernos la solución. La llamada “brisa bolivariana”. Una utopía en la que la única igualdad es la pobreza de todos los ciudadanos, excepto su dictador.

Políticas públicas que pretenden ampliar los tentáculos del Estado aún más, y una vez en el poder, represar y robar el dinero expropiado del sacrificio de millones de colombianos. Jóvenes, no se les olvide que el capitalismo paga nuestra comida, nuestros viajes y comodidades, y en caso de carecer de los anteriores, no olvidemos que el capitalismo paga por los subsidios de vivienda, comida y educación que los mismos políticos de turno han convertido en necesidad. Error imperdonable creer que alguno de estos es gratuito, detrás de la solución siempre hay un capitalista que paga por su gratuidad, no seamos malagradecidos.

El pregonar de los discursos de empatía mueve corazones, pero acaba los bolsillos. Somos una juventud de pasiones y no de conceptos, y mucho menos de valores. Si el adinerado no se despoja de lo que se ha ganado con el sudor de su frente, carece de empatía. Pero si el necesitado bloquea, incinera, quema, ultraja, roba y destruye la voluntad del prójimo se lleva los aplausos de los que se autodenominan “empáticos”. Desde el vendedor de aguacate Hass, hasta los empoderados ejecutivos de grandes petroleras, todos entienden el valor del empleo, de la oferta y la demanda. Ninguno quisiera ser expropiado por el Estado para cubrir nuestras necesidades, y agradecerían como un gesto de empatía que esta juventud no fuera tan arribista.

Hemos aprovechado el estallido social que se ha tejido durante años, para robar a nuestros padres exigiendo más oportunidades y garantías, pero sin sudor ni sacrificio. Ese asistencialismo es el que no nos ha dejado superarnos como juventud, el querer siempre depender de la economía del Estado y de los pocos centavos que expropiamos de nuestros progenitores al nacer. Esto sin desconocer que aquellos sindicatos acomodados que nos imparten la educación, deberían formarnos también para la verdadera independencia económica y laboral. No obstante, se han esmerado por exaltar los derechos discriminando unilateralmente los deberes y la ética. 

Una derecha instrumentada no desconoce las carencias de algunos sectores de la sociedad, que el paro ha convertido en todos los sectores de la sociedad. Producto de la falta de empatía de los bloqueos ha sido la regresión económica casi total y la incoherencia de la llamada juventud “progresista”. El remedio de los socialistas resultó peor que la enfermedad. La estrategia del supuesto cambio revolucionario plantea ahogar la economía y arrodillar al ciudadano de a pie ante el Estado para suplicarle asistencialismo. Los jóvenes que hoy marchan en las calles porque el capitalismo socialista del último siglo no les ha cumplido, prefieren vender su esperanza y futuro a un socialismo radical que a un capitalismo absoluto. La privatización es la salida, la igualdad una perfección inalcanzable, y la equidad un bien necesario.

Las políticas de una derecha rejuvenecida llegarían en un momento clave. No sólo repelerían las arcas de la corrupción, sino que también regresarían la esperanza a quienes entienden el desarrollo de sus habilidades en una sociedad funcionalista. Aunque esto no le conviene a la izquierda política. Se acabarían los carruseles de los que encostalan millones y nos tocaría entender el verdadero significado de la superación personal.

Colombia, acabemos con esta rebelión de una buena vez. Estamos al borde del abismo que hemos ayudado a cavar y que pronto no nos dejará respirar. Le hemos sido útiles a una tiranía que se quiere aprovechar de la inmadurez y el populismo para adoctrinar y dividir. Unos pocos políticos que quieren comprar consciencias llamadas subsidios, con el dinero bien habido y los sueños de los emprendedores. Aquellas voces de salvación esconden mentiras plasmadas en carteles de oposición, y profanaciones de supuestos honorables en contra de la estructura regular de la democracia. Si nuestra juventud ha perdido su norte e inteligencia, lo mínimo que podemos rescatar es nuestra dignidad, la cual hemos puesto al servicio de lo incomprensible. Que lo impopular e imprudente sea una invitación a ver más allá de lo que se nos presenta ante los ojos, y que este sea el inicio de un caminar hacia la conversión política y nuestra redención con esta patria que amamos. 

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