Salarios simbólicos: Por Tomás Tibocha

Tomás Tibocha

Hay profesiones que, por la naturaleza del oficio y la calidad de la actividad, difícilmente llegarán a recibir un honorario proporcional al de la labor prestada. Puede que la remuneración devengada, en términos de inflación, salarios mínimos y capacidad adquisitiva, llegue a percibirse como costosa, y, aún así, no dejará de quedarse corta, pues será un mero símbolo a un trabajo invaluable.

En este contexto de pandemia, en el que el personal de salud completó largas jornadas salvando vidas, cabalgó a través de los esteros del llano arauqueño para llegar a vacunar y soportó tres intensos picos de contagios, resulta sencillo ejemplificar cómo existen contraprestaciones que jamás compensarán cabalmente la actividad profesional.

Sin embargo, y entendiendo la excepcionalidad del coronavirus, hay labores que ante la mirada de lo ordinario y el paisaje de la rutina también contribuyen al engranaje social sin recibir un salario representativo. No hace falta saber de política monetaria ni de ciclos económicos para reconocer que recoger la basura de una ciudad entera, apagar las llamas de un edifico o proteger el medio ambiente no tienen un valor monetario equivalente; simplemente, un sueldo simbólico ajustado a un presupuesto.

Por esta razón, y, en parte, para valorar el trabajo más allá de los títulos, las credenciales y las hojas de vida, vale la pena desarrollar un aprecio por la profesión silenciosa que miles de personas, a diario, realizan para garantizar el entorno, que muchas veces se da por sentado. Es verdad, puede que la labor se haga de manera transitoria, puede que se haga monótonamente e, incluso, que se haga porque no hay otra opción; aún así, ningún motivo le quita el mérito a una tarea imprescindible.

¿A qué va la reflexión? Más que nada, a que es un hecho que la cuarta revolución industrial, sumada a la crisis del mercado laboral por cuenta del virus, amenaza cada día más los trabajos que con honra y humildad se han hecho por décadas. De acuerdo con una estimación de un grupo de economistas, citada por la prestigiosa revista Time, cerca del 42% de los puestos laborales que se perdieron durante la pandemia en Estados Unidos no volverán a ser ocupados por humanos: desaparecieron de forma permanente.

La semana pasada, por poner un ejemplo reciente, el multimillonario Elon Musk anunció el desarrollo del "Tesla Bot", un robot que para 2022 podría ocuparse de labores "aburridas, repetitivas y peligrosas". En el contexto local, por su parte, si bien el grado de automatización es significativamente inferior al de Norte América, la tendencia, en últimas, es la misma; es una mera cuestión de tiempo.

Y aunque, indiscutiblemente, la digitalización de la economía ofrece grandes beneficios a la calidad de vida y el bienestar colectivo, la transición hacia esta impacta a millones de empleos que, de la manera más ingrata, empezarán a verse reemplazados. Por eso, es importante empezar a mirar el mercado laboral más allá de la eficiencia y los márgenes de rendimiento; llega un punto en el que es necesario preguntarse ¿hacia dónde va la economía?, ¿es la productividad un fin o un medio?

Las personas detrás de los salarios simbólicos, que, eventualmente, podrían verse relegadas por algún desarrollo tecnológico, merecen un trato especial en la transformación del aparato productivo. Un bombero, un recolector de basura o un paramédico no pueden levantarse un día con la noticia de que, de repente, son obsoletos. La digitalización necesita un enfoque más humanista, la digitalización necesita gratitud.

Tomás Tibocha. En Twitter: @tomastibocha

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