Reindustrialización: Por Sergio Calderón Acevedo

Sergio Calderón Acevedo
Colombia no solo sigue montada en un absurdo esquema de regalar todo, sino que importa cada vez más.
Columna publicada en Portafolio el 21 de junio de 2021.

Por un gramo de café tostado y molido contenido en una cápsula personal, tan de moda ahora, un consumidor colombiano paga alrededor de 170 pesos. Cada cápsula contiene unos seis gramos.

Para producir dicha cápsula, importada desde Italia, son requeridos poco menos de 10 gramos de café pergamino, los cuales son vendidos por el productor, en una cooperativa en Neira, Caldas, por 94 pesos. Con fletes, costos de trilla, tostación, empaque y regreso desde Italia, el precio se multiplicó 11 veces, y casi todo ese valor agregado se quedó en una empresa en Bologna.

Me lo sé también con petróleo, minerales, insumos de la industria cosmética y alimenticia, entre otros, como dicen los periodistas radiales cuando se les acaba la imaginación.

Y Colombia no solo sigue montada en un absurdo esquema de regalar todo, sino que importa cada vez más, porque se ha encargado de aniquilar al sector real, especialmente a la industria manufacturera, por la falsa creencia de que la mayor participación de los servicios en el PIB nos lleva al soñado desarrollo.

Esta participación ya bordea 10%, en descenso, luego de haber alcanzado 25% hace 40 años. Pronto solo habrá agricultura y minería, si es que la tal minga deja producir algo fuera de marimba, y los demás delincuentes coca.

Mientras tanto, Alemania, Corea, Taiwan, China y los demás países que saben que los servicios están, perdón la redundancia, al servicio de los bienes, y no al revés, tienen sus economías al tope.

Por eso, por ser países industriales, ellos tienen las tasas de desempleo más bajas, las más altas de crecimiento, y verdadera resiliencia (vaya palabreja) ante las recurrentes crisis mundiales. Y sus sectores terciarios son modernos y productivos, no basados en ventas ambulantes, domiciliarios que en su tiempo libre atracan, y serenateros en la calle.

Por eso los criminales que bloquearon al país, y de paso indujeron a una masacre por la propagación del virus, quieren seguir secuestrando y asesinando a la industria manufacturera, porque saben que en ella está la solución al drama social y económico.

La única industria que les sirve, además del negocio de la mandarina (mandar harina y ganar dólares), es la del tal socialismo siglo XXI: la de empresas estatales, las Combinats, donde pueden robar, imponer planes quinquenales que produzcan lo mínimo necesario para sus sumisos súbditos.

La respuesta, ya, debe ser una política industrial, agresiva, diseñada para la modernidad y dotada de muchos recursos financieros y estímulos fiscales. Una que priorice los sectores exportadores de alto valor agregado, no los mineros o los agrícolas que produce el resto del mundo.

Una que fomente la productividad, primer requisito de la competitividad, y que favorezca a las más intensivas en mano de obra, de mayor contenido de insumos locales y que tengan alta demanda en otros mercados. Los servicios crecerán y la informalidad caerá cuando esto suceda.

Sergio Calderón Acevedo
Columnista Portafolio

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