La enfermedad, el remedio y el poder. Por: Miguel Velarde

Pocos escándalos causaron tanta indignación como este último

Estamos a pocos días de cumplir un año de cuarentenas, aislamientos y restricciones que aún no terminan en nuestra región. Han sido 12 meses catastróficos para el mundo, pero en especial para algunos de nuestros países que, además de la tragedia sanitaria, hoy enfrentan la debacle económica. 

Sudamérica ha sido fuertemente golpeada por el virus y registra casi una quinta parte de todas las muertes por la pandemia de Covid-19 en el mundo —450.000, según el conteo oficial— a pesar de que su población representa el 5 por ciento del total mundial.

Hay quienes afirman que los números de mortalidad sugieren que en realidad las cifras de contagios en la región son más del doble de las oficiales, pero como el testeo también es insuficiente, no las conocemos en su total dimensión.

Así mismo, las consecuencias económicas del interminable encierro han sido tanto o más devastadoras. En su Balance Preliminar de las Economías de la región, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) previó una contracción promedio de -7,7% para 2020 -la mayor en 120 años- y una pérdida de cientos de miles de negocios, comercios y empleos.

Ante una realidad como la que nos toca enfrentar, lo único que se puede hacer es resistir y la única esperanza es la vacuna. Una esperanza que, de paso, viene en números escasos y de manera mucho más lenta de lo que se esperaba. Sobre todo, cuando ya vemos en el horizonte una probable segunda ola de la enfermedad con la llegada del invierno y sin tener a toda la población de riesgo vacunada.

Más allá de las dificultades que nos presenta la peor crisis mundial del último siglo, lo que es incomprensible es que incluso en una situación de emergencia inédita como la que estamos atravesando, los peores vicios de nuestros países sigan presentes.

Es por eso que causó gran indignación entre la población enterarse de que, en Argentina, Perú, Ecuador, Brasil y Venezuela, son miles los vacunados por ser parte del círculo de poder o amigos de éste, sin cumplir con los requisitos de edad o comorbilidad para acceder a la vacuna.

Toda corrupción es mala, pero este tipo de corrupción es peor, porque mata. Por eso las consecuencias, a diferencia de otras veces, fueron inmediatas. El escándalo le costó la dimisión a los ministros de salud de Argentina, Perú y Ecuador, y la fiscalía de Brasil está investigando varias denuncias. En Venezuela, donde jóvenes diputados chavistas ya fueron vacunados antes que el resto de la población, pasó lo de siempre: nada.

Lamentablemente, es común escuchar sobre situaciones de este tipo en nuestras naciones. Sin embargo, pocas causaron la indignación y el asco de esta última. Una muestra de esto fue la masiva movilización del sábado en Buenos Aires, exigiendo además la renuncia de todo funcionario que haya sido vacunado antes de lo que le correspondía.

Es entonces inevitable preguntarnos, ante este penoso escándalo, si el remedio será peor manejado por el poder que la propia enfermedad.

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