Colombia: el terror nunca fue romántico. Por: Eduardo Mackenzie

Eduardo Mackenzie-Columnista- elBogotano

¿Es correcto evocar en 2020 la figura del padre Camilo Torres Restrepo en los términos atenuantes, favorables y, sobre todo, mentirosos, que usábamos en 1966? ¿Puede alguien escribir sobre esa figura y su decisión de ingresar a una guerrilla castrista y su muerte en combate, sin hablar, 54 años después, de  ilusiones asesinas?  Eduardo Pizarro Leongómez lo hace. En su prólogo al libro de Iván Garzón Vallejo, Rebeldes, románticos y profetas, que acaba de aparecer en librerías, Pizarro, para explicar ese periodo, se sirve del mito lamentable del guerrillero latinoamericano como un ser idealista, inocente y generoso, que buscaba implantar el socialismo a punta de fusil pero con las mejores intenciones.  “Eran generosos, idealistas, ingenuos”, dice y reitera Pizarro en su texto.

Cincuenta y cuatro años después del triste episodio de Torres sabemos que no había tal ingenuidad, ni generosidad, ni idealismo. Las guerrillas organizadas tanto por Moscú, primero, y por La Habana y Pekín, después, eran en realidad enjambres de activistas probados, duros, adoctrinados, que sabían obedecer  órdenes y hacer el trabajo “práctico” que sus jefes exigían. Tras los 60 años de atrocidades cometidas por esa gente nadie califica tales hechos de inexistentes. Las guerrillas eran estructuras integradas por jóvenes intoxicados por una ideología que los hacia “dóciles como un caniche, e insensibles como un martillo”, como decían los instructores maoístas de los años 1950 y 1960, siempre dispuestos  a servir ciegamente al partido que regentaba esas bandas desde lejos.

Camilo Torres no fue una excepción y es hora de decirlo. ¿Cómo un politólogo como Pizarro que conoce perfectamente ese periodo puede soslayar esas verdades?

Pizarro insiste en su intento maquillador cuando afirma que esa gente optó por la violencia por culpa de unas “teorías sociales en boga” y por la famosa “teoría de la dependencia”. En su texto no aparece una sola vez la palabra ideología. Esta es reemplazada por una “teoría” indefinida, la cual prometía a los países alcanzar el “desarrollo” si rompían con el capitalismo como había hecho Cuba.

¡Bello eufemismo! La verdad es que la tal “teoría” no era más que un condensado especial del marxismo-leninismo más crudo,  elaborado para el continente por un grupo de ideólogos rojos acogidos por la Universidad de Chile, sobre todo durante el periodo de Allende, y que tenían un gurú: el economista alemán André Gurder Frank (1). Sus eminentes cofrades eran Marta Harnecker, Theotonio dos Santos, Paul Sweezy, Eric Hobsbawm, Fernando Henrique Cardoso, Alain Touraine y Ruy Mauro Marini, entre otros.

¿Cómo Pizarro puede hablar, en 2020, del “triunfo de Castro” y del “triunfo de la insurgencia cubana”, en lugar de reconocer que el fracaso de ese proceso era ya visible en 1966?

Ya en esa fecha la revolución en Cuba había fracasado. Terror, pena de muerte, purgas, paredón, guerrillas anticastristas, expropiaciones, censura de prensa, penurias de todo género, degradación de la vivienda, roces con Moscú (Castro llegó a hablar en 1967 de “la mafia de los estados mayores comunistas”) y economía arrasada: Cuba tuvo que comprar azúcar en 1964! Después de las 6, 5 millones de toneladas de la zafra de 1961,  el régimen de Castro solo llegó a los 4 millones en 1964, y nunca hubo la tal “zafra de dos cifras”. Castro atribuyó su fracaso a los “saboteadores contrarrevolucionarios”. Unos cuantos, en 1969, fueron fusilados en Pinar del Rio. Aunque la propaganda y el sostén soviético mostraban ese fracaso como un triunfo, el fiasco era visible para quien quería ver. No para los ideólogos. Luego la razón de “la ola guerrillera” no vino de un éxito de la revolución castrista sino del adoctrinamiento irracional basado en el engaño y en el ansia de poder de los candidatos a héroes “del proletariado”.

Pizarro beatifica la guerra desatada en Latinoamérica al presentarla como el milagro de dos “profetas”, el Che Guevara y Camilo Torres, los cuales resolvieron, según él, los “dilemas morales de los intelectuales de izquierda en aquellos años”. No alcanza uno  a ver en qué Guevara y Torres fueron “profetas”. No hay profecía sin cumplimiento de lo profetizado. La fe de ellos en la guerra y el terror no era una profecía. Era una creencia que jamás aportó la prosperidad y la paz a las sociedades.

Claro, Pizarro admite que la teoría del “foco rural insurgente” se hundió, así como la guerrilla urbana tupamara. Pero su explicación es problemática. Los fracasos de Guevara en el Congo y su muerte en Bolivia en 1967 no explican todo. Pues la vía diferente, solo en apariencia, del allendismo, también se vino abajo, antes incluso del golpe militar de Pinochet. Pizarro no admite que la explicación del fiasco revolucionario tiene que ver, no con los métodos para la toma del poder (guerrilla, allendismo,  orteguismo, chavismo) sino con el contenido de ese poder: destrucción del capitalismo y tiranía de partido único.

El politólogo toma la jerga leninista al hablar de los “factores objetivos” de la revolución. Para él, esos factores son dos y serían de actualidad: la “permanente violencia del Estado” y la negación de “los mínimos vitales a la inmensa mayoría de la población”. Si la inmensa mayoría de la población careciera de los “mínimos vitales”, la prueba habría sido hecha por un desplome demográfico.  Y la “permanente violencia del Estado” habría desembocado en dictadura policiaca. Esos dos trucos de lenguaje harían reír si no jugaran un papel dañino entre los sectores menos educados.

Tras esos zigzags,  Pizarro cita a Guevara: “El brote guerrillero es imposible de producir (sic) por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.”  Pizarro dice que ese “consejo” fue escrito “pensando fundamentalmente en Uruguay” pero que era “igualmente válido para nuestro país”.

Si ese consejo “muy sabio” del Che era válido en los años 60 ¿no lo es hoy para Colombia? ¿Qué entiende Pizarro por “lucha cívica”? ¿La lucha anticapitalista se viste ahora de “lucha cívica”?  ¿La lucha cívica son manifestaciones y destrucciones urbanas? ¿Oleadas de agitación y propaganda contra los gobiernos, las empresas, la policía y las fuerzas militares? ¿Es ocupación de ciudades por mingas indígenas? ¿Huelgas ilegales sin objetivos claros?

La guerrilla y sus aparatos de propaganda fracasaron en Colombia. No obstante, la acción subversiva de 60 años conquistó parcelas claves de poder y frena el ejercicio democrático del gobierno y de la sociedad. La civilidad, el pacto social de la “democracia burguesa”, se ha venido abajo.  El aplastamiento de la personalidad y de la sociedad civil avanza. El programa bolchevique de destrucción de la sociabilidad fundamental está al alcance de la mano. Tal es el contexto de la calamidad nacional.

El país funciona con dos constituciones, la de 1991 y la de 2016 (el “acuerdo final” –rechazado por los ciudadanos en el referendo de ese año--). El resultado es un poder judicial arbitrario que logra dictarle conductas a un poder ejecutivo impotente. La JEP, el escándalo judicial más grande del continente, garantiza alegremente la impunidad y otorga derechos a los jefes del narco-terror marxista. Un poder legislativo mezquino y desorientado acoge en su seno “senadores” y “representantes” de las Farc no elegidos por nadie. La libertad de prensa y de expresión, la libertad de cátedra en colegios y universidades, la libertad empresarial, la salud pública, la solidaridad de la nación: todo eso está bajo la férula de actores caprichosos, de censores, tribus y carteles obscuros.

¿Lo que no consiguió la guerrilla con sus fusiles lo está logrando con la paz sin justicia y con la “lucha cívica”? ¿Cómo un politólogo como Eduardo Pizarro no encara sinceramente esos temas actuales en su prólogo al ensayo de Iván Garzón Vallejo que parece inscribirse en la crítica tan necesaria del accionar subversivo de la Colombia contemporánea?

 (1).- André Gurder Frank escribió tautologías geniales como aquella de 1966: “Los países que ahora son desarrollados nunca fueron subdesarrollados, aunque bien pudieron ser no desarrollados”.

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