Vandalismo anacrónico/ justicia histórica. Por: Sofia Arbeláez Hoyos

A aquellos que por alguna razón u otra, por necesidad o por gusto, por estar perdidos o por estar buscando, llegaron en cierto día bogotano al cruce de la Avenida Jiménez con la carrera sexta, recordarán la plaza con piso de ladrillo y líneas en direcciones sin sentido, con caligrafías grafiteras de todos los colores, escenario de la práctica insignia de lustrar zapatos y de la feria de libros callejera, cerca de los tradicionales vendedores de esmeralda, un jardín en forma de estrella un poco marchito, el icónico Café Pasaje, el Edificio Cabal, y el claustro de la Universidad del Rosario. Esa plaza para todos conocida como la Plazoleta del Rosario, pero en papel llamada Plaza Guillermo Valencia, estuvo por muchos años presidida por la figura de aquella estatua prieta y aciaga, obra de Juan de Ávalos, que representa a un hombre brusco, cejón, de barba larga, sin pupilas, con capa y espada, que pretende ser el fundador de la ciudad, el teniente general Gonzalo Jiménez de Quesada. Si pasamos hoy por allí, veríamos aquel pedestal -que no se sabe si es habano o incoloro-, nostálgica o feliz y livianamente solo en medio de la plaza.

En el convulsionado 2021, cuando apenas salía el sol el día 7 de mayo, ya contados 10 días de Paro Nacional, con el lugar desierto, 12 personajes llegaron también a aquella plaza. Eran miembros de la comunidad indígena Misak, traían banderas, sus inconfundibles ruanas rectangulares azul rey o anaco y pañolón de lana del mismo azul intenso, tambores, sombrero. Se pararon delante del conquistador a gritar ¿Que querían hacer? ¿Otra protesta, un performance, un juicio, vandalismo? Sólo después, con el señor Quesada en el piso supimos cuál era su misión. De los videos que quedaron no se entiende muy bien cómo fue a parar contra los ladrillos este metálico caballero español, solo quedó una funesta grabación sin luz en la que la deplorable estatua se cae sola como si fuera por su propio peso (físico e histórico).

Para calmar nuestra sorpresa, cuando ya la ciudad despertó, salieron a explicar el significado de este acto miembros del pueblo Misak como Miguel Morales, gobernador del Cabildo Misak en Bogotá, y Sandra Chindoy, líder del pueblo Camsá (o Kamëntsá). Según ellos habían realizado un “hecho histórico”, un acto de resistencia, al derribar una imagen que no representa a “ningún pueblo” y solo representa muerte y represión[i]. Sorprende el discurso omnisciente, totalizador e “inclusivo” del 1,5% de la población colombiana que se identifica como Misak, que conoce lo que quiere todo el resto de los colombianos. Hechos muy similares se vivieron el 28 de abril del 2021 en Cali, cuando también los Misak derribaron la estatua del conquistador de la ciudad, Sebastián de Belalcázar.

Meses después de las protestas, la suerte de estas dos figuras, Belalcázar y Quesada ha tomado distintos rumbos. El fundador de Bogotá hoy en día está en el Museo de Bogotá ubicado en la bellísima casa de los 7 balcones y está sin restaurar. Allí, el Museo ha organizado diferentes recorridos y actividades relacionados con la escultura para generar reflexiones sobre el significado de esta, su construcción, historia y destrucción. A está decisión se llegó luego de 5 meses de conversaciones con diferentes grupos que se consideraba podían dar opiniones relevantes al respecto, como el Consejo Local de Patrimonio, la Asociación Colombiana de Restauradores, la Mesa de Museos de Bogotá, la Mesa de arquitectos y urbanistas, académicos y organizaciones sociales representantes de pueblos étnicos y colectivos de jóvenes[ii].

En cambio, hace muy poco, tan solo desde el mes pasado, si nos volvemos a pasear por el oeste de Santiago de Cali de pronto nos toparemos de nuevo con la alta, recta y orgullosa figura de Belalcázar, la cual fue restaurada tal y como estaba desde 1937 y reinstalada por el gobierno de la ciudad. Y no sólo eso, a la escultura se le hicieron diversos refuerzos en el pedestal para evitar nuevas caídas, tapando con metal el hecho histórico de los indígenas durante el Paro Nacional del 2021. El mensaje no puede quedar más claro.

Por eso es momento de pensar, de opinar. ¿Qué consideramos patrimonio, qué permanece y duele, que se cae y daña más cosas al caer? Porque, nada más que estos actos, demuestran que la historia no es terreno único de los historiadores, de los gobiernos, ni del poder, y mucho menos de algún grupo étnico. Aunque sean de bronce o de piedra una estatua no es unívoca, no es estática, es histórica, hace parte del dinamismo del espacio público, cada generación de ciudadanos le da nuevos sentidos y símbolos, cada uno puede interpretar el pasado a través de este pedazo de materialidad que son los monumentos y que más que imponer, están ahí para invitarnos a reflexionar, conocer y hablarnos con la ciudad.        

Para dar una mejor respuesta a los anteriores interrogantes, es necesario huir de las lecturas dicotómicas del patrimonio y el vandalismo; es importante entender qué es un monumento y qué es vandalismo. Un monumento es un objeto físico con múltiples caras: es arte, es arqueología, es historia, y claro, es también una decisión política. Es una unión entre pasado y presente que busca dar sentido y validez a una cierta identidad colectiva y nacional. 

Tampoco podemos, por el otro lado, vandalizar el vandalismo, cercano a lo que la historia siempre ha llamado iconoclastia. A esta última le hemos conferido una motivación política o religiosa, organizada y colectiva; en cambio, al vandalismo lo tildamos normalmente de irracional, violento e ignorante. Sea la una o la otra, son prácticas que vienen de tiempos inmemoriales, hay borrones en los grabados de la Cueva de Blombos, en Egipto y Mesopotamia mutilaban las caras de las estatuas y borraban nombres de los edificios para despojar a sus titulares de existencia física y metafísica, práctica que tiene su paralelo en la Damnatio Memoriae romana, en las pinturas difamatorias de la Edad Media, y en el arte degenerado del régimen nazi[iii].

Bueno, vemos que hay algo de verdad, relevancia y significado en ambos, tanto el inamovible monumento como en la destrucción de este. Dicho eso, no quiero aquí dar sentencia sobre si estos actos de la comunidad Misak son vandalismo anacrónico o justicia histórica. Quiero más bien hacer notar ciertos puntos. Primero, la iconoclastia como intervención histórico-artística no es común entre nosotros desde hace muchos años, y menos desde que hemos valorado como humanidad el concepto de patrimonio cultural, histórico artístico, inmaterial y arquitectónico. Segundo, estos actos en contra de las estatuas están ligados a un discurso hegemónico y moral, que al igual que los que pusieron el monumento de los conquistadores, quiere imponer un tipo de pasado. Y es que olvidamos que tanto la patrimonialización de un retazo del pasado, como el vandalismo, son dos caras de una misma moneda, ya que, atacar un monumento igualmente arremete con significados, pasados, y valores queridos por otros muchos, que tampoco se sentirán identificados con el pasado del 1,5% de la población del país.

Yo no quiero retomar una tradición que parte de la destrucción y de borrar el pasado, lo hacen los Misak hoy y lo hicieron los nazis antes. Yo no quiero juzgar con valores actuales acontecimientos históricos e intentar culpar por eso al presente también sufriente. No quiero destruir hoy huellas de un ayer en nombre de una supuesta moral superior, incontrolable inercia que lleva las justificaciones más aberrantes. No quiero ser contradictoria y tumbar estatuas, pero dejar en pie Monserrate cuya primera ermita viene también de la Colonia, o dejar el Templo Mayor Tenochtitlán donde se daban prácticas rituales indígenas que involucran ciertos tratamientos corporales bastantes sangrientos.

Últimamente hemos caído en la tendencia de resaltar en el monumento su valor político más que cualquier otra de sus facetas, y creo que eso es lo que ha llevado a estos actos de destrucción, también políticos. Por eso, no podemos olvidar la integralidad del monumento como obra de arte, como relato del pasado, como parte del espacio y de la ciudad. Sobre todo, no podemos olvidar que son susceptibles de mutar y de resignificar, quien se quiera quedar con un significado arcaico, con una creencia atávica, o ver en un ser inerme de metal un símbolo vetusto y gastar sus energías en este tipo de lucha cuando hay tanto por hacer, es su propia decisión. Lo que si no es de nadie es el espacio público, del que nadie debería apropiarse para matar a sus propios ídolos.

Por eso, con este escrito quiero hacer una invitación: aproximémonos críticamente a estos testimonios materiales de la ciudad, estatuas, plazas, edificios, aunque no los veamos como monumentos, no es justo privarlos de su esencia como documentos, testigos de nuestra historia, errores, aciertos. Quitémosles si queremos su carga de glorificación e intentamos conectar de nuevo ese pedazo de historia con nuestras problemáticas contemporáneas. Hay muchas formas de hacerlo que no implican deshacer, destruir, extinguir, asolar. Como lo propone Sebastián Vargas, pongamos “nuevas placas conmemorativas o paneles informativos junto a los monumentos, que sirvan al transeúnte o al visitante para formarse una idea más compleja e integral del artefacto de memoria que está observando y del personaje, acontecimiento o proceso histórico que representa”[iv]. Hagamos antimonumentos y más monumentos con los que nos sintamos identificados hoy. Que rico tener una ciudad llena de historia y no una foto congelada de lo que alguien nos quiso imponer en un presente dado. “Por medio de acciones efímeras, monumentos performativos o antimonumentos, o simplemente de la práctica cotidiana de estar en estos espacios, han ido añadiendo nuevos sentidos y apropiaciones a las múltiples capas que componen el palimpsesto urbano, aportando nuevos repertorios que vienen a cuestionar, completar o contrastar los archivos ya establecidos en la ciudad”[v]. Sin necesidad de derribar estatuas.

Yo creo que somos capaces de entrar en empatía con otras realidades, así no las vivamos en carne y hueso, porque abandonar ese intento de compresión y dejarse llevar por las condiciones de existencia propias concede el lujo de interpretar los hechos del pasado de cualquier forma, llevándonos a un naufragio incondicional en el sentido propio de cada uno. Yo no tengo la verdadera historia, no la tuvo el que puso la estatua de Quesada o Belalcázar y no la tienen los Misak, ni el alcalde de Cali. Así pues, aunque no esté enteramente de acuerdo, estimo que podemos llegar a respuestas más cercanas a las de Bogotá, que le sigue buscando un espacio indicado a la representación de un personaje y de un hecho que compartimos todos. 

Como lo propuso Carr (1995), no nos corresponde ajusticiar la vida de los personajes, pues la historia es un proceso de lucha en la que los desenlaces son logros para ciertos grupos a expensas de otros[vi]. Así son las cosas. No hay un discernimiento moral dado en el simple suceso histórico. Es imposible erigir un metro abstracto y supra histórico para medir las acciones históricas. Lo anterior no significa que no aprendamos cosas de tales sucesos, pero una cosa es juzgar nuestro proceder y otra muy diferente es juzgar lo que ya pasó. Ya que, por más que intentemos borrar las fuentes y huellas de un acontecimiento histórico, nunca borramos el hecho como tal. A pesar de eso, insistimos en estar peleados con la historia y esto ha llevado a ciertos actos que pueden considerarse un intento de destrucción del pasado, cuando lo que debemos hacer es llegar constantemente a consensos sociales que guíen al hombre, y claramente, dentro dicha tarea no puede descartarse lo que hemos sido. Hay que pensarlo y, si es preciso, darles nuevas intencionalidades a las representaciones históricas. Esta pelea con la historia ha forjado un camino directo a “la obsesión por la memoria como respuesta a esa caída de la experiencia trasmitida”, ha abierto una ruta hacia una singularidad de la memoria y ha dejado de proveer sentido. Esto nos deja en un vacío, como el del pedestal de la Plazoleta del Rosario, que se puede llenar con cualquier ficción.

¿Podemos poner en diálogo a los indígenas Misak con las personas que homenajearon a Belalcázar, a Quesada y con las mismas estatuas? Yo creo que es más valiente intentarlo antes que escapar esta difícil tarea destruyendo la huella histórica que era la estatua. Más que derribar, tumbar, borrar, estimo que es posible reinterpretar e incluso intervenir artísticamente las huellas históricas porque de todas formas librarnos de la historia es una fantasía. Se podrá purificar la memoria subjetiva pero no el pasado.

Referencias

Carr, E. (1995) ¿Qué es la historia? Barcelona: Ariel. Historia, Ciencia y Moralidad.

Diario Criterio. (2021) Estatua de Jiménez de Quesada, de la Plazoleta del Rosario al Museo de Bogotá. Recuperado de https://diariocriterio.com/estatua-de-jimenez-de-quesada-de-la-plazoleta-del-rosario-al-museo-de-bogota/

Diana Taylor. (2015). El archivo y el repertorio: la memoria cultural performática en las américas. Recuperado de https://repositorio.uahurtado.cl/handle/11242/6769

Diego Camilo Carranza Jiménez. (2021) Indígenas afirman que estatua derrumbada de Gonzalo Jiménez de Quesada representaba 'muerte y represión' en Colombia. Recuperado de https://www.aa.com.tr/es#

Sebastián Vargas Álvarez. (2021) Atacar las estatuas. Vandalismo y protesta social en América Latina

Traverso, E. (2007) “Historia y Memoria. Notas para un debate”. En: Historia Reciente: Perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires: Paidós.


[i] Diego Camilo Carranza Jiménez. (2021) Indígenas afirman que estatua derrumbada de Gonzalo Jiménez de Quesada representaba 'muerte y represión' en Colombia. Recuperado de https://www.aa.com.tr/es#

[ii] Diario Criterio. (2021) Estatua de Jiménez de Quesada, de la Plazoleta del Rosario al Museo de Bogotá. Recuperado de https://diariocriterio.com/estatua-de-jimenez-de-quesada-de-la-plazoleta-del-rosario-al-museo-de-bogota/

[iii] Sebastián Vargas Álvarez. (2021) Atacar las estatuas. Vandalismo y protesta social en América Latina

[iv] Sebastián Vargas Álvarez. (2021) Atacar las estatuas. Vandalismo y protesta social en América Latina

[v] Diana Taylor. (2015). El archivo y el repertorio: la memoria cultural performática en las américas. Recuperado de https://repositorio.uahurtado.cl/handle/11242/6769

[vi] Carr, E. (1995) ¿Qué es la historia? Barcelona: Ariel. Historia, Ciencia y Moralidad.

[1] Diego Camilo Carranza Jiménez. (2021) Indígenas afirman que estatua derrumbada de Gonzalo Jiménez de Quesada representaba 'muerte y represión' en Colombia. Recuperado de https://www.aa.com.tr/es#

[1] Diario Criterio. (2021) Estatua de Jiménez de Quesada, de la Plazoleta del Rosario al Museo de Bogotá. Recuperado de https://diariocriterio.com/estatua-de-jimenez-de-quesada-de-la-plazoleta-del-rosario-al-museo-de-bogota/

[1] Sebastián Vargas Álvarez. (2021) Atacar las estatuas. Vandalismo y protesta social en América Latina

[1] Sebastián Vargas Álvarez. (2021) Atacar las estatuas. Vandalismo y protesta social en América Latina

[1] Diana Taylor. (2015). El archivo y el repertorio: la memoria cultural performática en las américas. Recuperado de https://repositorio.uahurtado.cl/handle/11242/6769

[1] Carr, E. (1995) ¿Qué es la historia? Barcelona: Ariel. Historia, Ciencia y Moralidad.

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