Sentir dolor de patria. Por: Laura Valencia, Colombiana de 25 años.

Nunca había entendido el dolor de patria que mencionaban mis papás, cuando me narraban su crianza en un país rodeado por los estruendos de bombas y un conflicto exacerbado que llegaba hasta los puntos centrales de las principales ciudades. Nunca entendí cómo podían sentir tan cercano y personal un dolor de asesinatos de figuras públicas que solo veían por televisión o en periódicos impresos.
Cada noticia sobre el conflicto parece ser el límite y siempre pensaba que iba a ser el despertar que necesitábamos, pero ya entiendo la desilusión que siente la generación de mis papás con los titulares del día. Entiendo que se pierda la esperanza de tener otra cotidianidad. Por más que leer sobre Colombia y aprender de su historia es un proceso doloroso y lleno de impotencia, el dolor de patria me parecía algo abstracto y lejano a mi época. Hasta ahora.
Hoy puedo decir que entiendo qué es tener un corazón roto por Colombia. Una tristeza que se siente en lo más profundo del pecho y que genera un nudo en la garganta imposible de digerir. Ya entiendo la impotencia, la desolación y lo personal que se siente el luto y silencio de 50 millones de personas. Independientemente de la ideología política, el dolor de patria nos pone un freno en seco que lleva a reflexionar y cuestionarse todo, incluso a preguntarse si uno mismo alimenta ese ciclo de violencia con algo tan intangible como las palabras.
Esta intolerancia por la diferencia que se materializa en violencia, cada vez parece ser más intrínseca a nuestra cultura colombiana. Cada día hay una familia lamentando la muerte o anhelando el retorno de un pariente, y esta realidad no tiene ideología política, ataca a cualquiera. Lo abrumador es que cada día vemos un país más indiferente a la tristeza ajena, hasta que pasa algo que le recuerda a las personas que la violencia tiene patas largas, puede llegar a cualquier punto de las ciudades y vulnerar un esquema de seguridad.
Tristemente, estoy viviendo la parte práctica de las teorías que narran las épocas atroces y aterradoras que leía muy lejanas a mí. Vivimos en un ciclo permanente donde se banaliza la violencia y con una memoria corta que saca los peores demonios. Todo para contar la misma historia y repitiendo los mismos errores.
Yo siempre me he considerado una persona que quiere su país y que destaca sus virtudes. Y hoy, aunque estamos sumergidos en un luto nacional, es cuando Colombia más necesita ser levantada y acogida. En este momento tenemos una patria herida, pero desde la unión y el amor sigo creyendo que podemos construir un país mejor. En estos momentos es cuando más se tiene que querer a Colombia y trabajar por cambiar los comportamientos dañinos que vienen desde décadas atrás. Necesitamos empezar a poner en práctica la alegría y diversidad de la cultura colombiana, empezando por un cambio de adentro hacia afuera.
Espero de todo corazón que después de lo sucedido yo pueda narrarle a mis nietos que en mi juventud viví en una Colombia hostil, pero que un cambio generacional pudo cambiar el rumbo del país. Ojalá este dolor de patria se vuelva algo lejano y una historia que se quede en el pasado, para que ninguna otra generación pueda entenderlo.