Por tu forma de caminar: Por Pablo Rosselli-Cock

Pablo Rosselli

La marcha de cada individuo tiene una marcada influencia genética y ambiental, y dice mucho acerca de su personalidad. Así pues, existen tantas formas de andar como seres humanos hay en la tierra; el salsero Henry Fiol dice: “si como caminas cocinas yo me como hasta el pegao”, y Rubén Blades describe el andar de Pedro Navaja con “el tumbao que tienen los guapos al caminar”. En el cine y la televisión la marcha despierta risa: la de Charles Chaplin, anadeante, con los pies hacia fuera, marcando las nueve y quince, la de Cantinflas con su bamboleo pélvico y sus calzones escurridos, y la de El Chavo del ocho y su vecino Quico con los pies hacia adentro, como los loros.

En mi práctica profesional he aprendido que la forma de caminar no solo se ve sino que también se escucha, y si se aguza el oído basta oír los pasos para saber quién viene o quién va, e incluso qué perrito lo acompaña. Cuando alguien que tiene los pies planos camina descalzo suena plop, plop, como si aplaudieran sobre el piso, y aquellos que tiene una extremidad más corta que otra suenan con sus pasos asimétricos tik, tok...

El estado de ánimo tiene mucho que ver con la forma de andar. Los tristes van de pasitos cortos, cabizbajos sin mirar el horizonte, mientras los más seguros sacan pecho, miran de frente y estiran sus rodillas y caderas, como exprimiéndole el jugo a la vida. Lo describe Gabo en el Amor en los tiempos del cólera refiriéndose al elegante andar de Fermina Daza: “camina como una venada”. Algunos se desplazan saltadito, de puntillas por la vida, sin hacerse notar. Otros, como los cangrejos, van de medio lado, y hay familias enteras que tiene una muy particular manera de desplazarse sobre el planeta. ─El niño camina igual al tío Aristides─ dicen las mamás.

Es sorprendente la similitud que tiene el caminar al principio y al final de la vida. Los bebés, que se incorporan cerca del primer año andan con pasos cortos, inseguros, ondulantes con las caderas y las rodillas dobladas, al igual que los ancianos que caminan lento, “como perdonando el viento”. Recuerdo que mi octogenario abuelo materno en su comprensible temor a rodar por el piso arrastraba los pies como si estuviera brillando el parqué.

En la batalla contra la vejez algunos se hacen cirugías “rejuvenecedoras” en la cara, se tinturan las canas, se quitan gordos sobrantes, pero se les olvida que la forma de caminar delata el paso del tiempo y es un sello del talante con el que se asume la madurez. Tengo amigos jóvenes que caminan como viejos y, por el contrario, otros viejos que caminan como jóvenes a pesar de las arrugas y las huellas del inexorable paso de los años. Para la muestra, mi héroe el rockero Mick Jagger, que a sus 78 años tiene el secreto para conservar la cadencia juvenil: pensar y vivir como un joven.

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