Mi confesión política. Por: Daniel Felipe Escobar

Daniel Escobar

Luego de las elecciones presidenciales me sentí traicionado. Siento decepción por lo que algún día creí que era lo correcto según mis aprendizajes, pero quienes me lo enseñaron así, ese día, cuando Gustavo Petro fue elegido presidente de Colombia, para mi abandonaron su palabra.

Hoy en día me dejan una incertidumbre profunda que me hace reflexionar sobre las ideas que hasta el momento he construido y he ejecutado gracias a la formación que ellos me otorgaron. Es una profunda desilusión.

Debido a ello, en esta oportunidad mi columna será diferente a las que acostumbro a hacer, será más profunda porque quiero entender qué pasó durante todos estos años y en lo posible comenzar a reestructurar mi forma de pensar y actuar, el poder de-construirme y nuevamente construirme.

Al fin y al cabo, esa siempre ha sido la tarea de la humanidad durante los siglos; si no generáramos pensamiento crítico y autocrítico posiblemente seguiríamos viviendo en cavernas, pintando en rocas y asesinando al que me es diferente por puro deseo y ambición.

Bien, vayamos al punto. Mi educación básica, media y superior fue un proceso educativo de aprendizaje significativo en el que siempre con inmensas ganas traté de indagar sobre la sociedad colombiana y el país en el que vivo mis días.

Confieso que ese siempre ha sido mi ambicioso vehiculum destinare: entender qué es Colombia, quienes somos los colombianos, cuál es la historia que nos ha traído hasta acá y cuál será la historia que con desconfianza nos dirá hacia dónde vamos, el por qué ocurren ciertas cosas tan sublimes y otras tan horrísonas en esta nación y qué podemos hacer para significar la vida de nuestros habitantes y de nuestro territorio.

Durante las enseñanzas de mis maestros sobre mi país y el mundo, aprendí un montón de información valiosa con la que a la par intentaba producir nuevo conocimiento y a partir de ahí generaba ideas: algunas muy inmaduras, otras bastante distópicas, pero debo confesar que conservo las que me hacen sentir vivo.

Creo yo que varias de esas ideas algún día se aplicarán y funcionarán para mejorar la sociedad con el solo propósito de hacernos más humanos y libres; esa es la tarea pendiente que quizá más le ha costado entender a la humanidad, pero siempre hay esperanza.


Ahora, ¿a qué va toda esta reflexión de mi proceso educativo y las elecciones presidenciales recientes?, quisiera explicarles a continuación.

Durante todos mis años de estudio, pude notar que curiosamente la mayoría de mis maestros y profesores tenían un común denominador discursivo al momento de enseñar sobre la historia del país. Todas las declaraciones que compartían se asemejaban, aunque siempre hacían una afirmación con la misma aburrida estructura sintáctica y semántica: “La clase política de Colombia ha gobernado el país por más de 200 años y gracias a ellos hoy tenemos un país mediocre, insignificante y desangrado”.

Pues bien, esa afirmación me marcó hasta el día de hoy. Hasta que sentí que quienes habían manifestado a lo largo de mi vida esa idea inspiradora y revolucionaria de «lograr derrocar la clase política a través de la democracia y el voto popular», aquel domingo traicionaron su palabra: votaron por el mismo status quo que gobierna este país desde que se fundó como república y quienes hasta el día de hoy han sido los culpables de los problemas estructurales y funcionales que atañen a la historia reciente de nuestra nación. Una verdadera lástima.


Confieso que sí, estuve de acuerdo toda mi vida con aquella idea rebelde y agitadora, aunque difería de ciertos métodos que compartían mis maestros sobre cómo lograr materializarlo.

Para mi las formas importan. Rechacé los métodos violentos como la “insurrección armada” o los “actos vandálicos en contra de las instituciones” y allí decidí, luego de inferir que la participación política era la forma más contundente para dar ese golpe, por ello empecé a incursionar en ella.

Con los años de vivencias, lecturas y aprendizajes confirmé que si existe una clase política que crea unos acuerdos para hacer transferencias de poder entre familias a lo largo del tiempo. Entendí que el aparato estatal está plagado de cuotas burocráticas que protegen el poder de dichas familias con el fin de mantenerlo y así lograr acomodarse al gobernante de turno. Comprendí que la clase política colombiana es de por sí una estructura que ha resistido a lo largo del tiempo gracias a la manera de transformarse a su conveniencia en el momento más indicado y preciso e incluso en el más dificultoso o engorroso.

Yo confirmé, entendí y comprendí todo lo anterior porque hasta hace relativamente unos pocos años, me di cuenta de que sin haberlo deseado el día que nací y siempre con el más mínimo interés de manifestarlo como algo notable frente a las personas que me conocen, hago parte de una familia de la clase política de mi pueblo, el municipio de La Calera.

Mea culpa. Soy parte de aquel status quo que no ha logrado un municipio suficiente para todos y que le ha fallado a miles de familias a través de los años, a pesar de que no he sido yo directamente el causante de esto. Sin embargo, como ciudadano crítico y participativo ofrezco disculpas e invito a otras personas a hacerlo; parte de transformar la sociedad es tener la valentía de reconocer los errores y enmendarlos con una gallardía y firmeza de fondo.

Insisto en que no hay que tomar mis anteriores afirmaciones como un mensaje de superioridad y elitismo social o algo por el estilo, ni siquiera me interesa verme así. No soy de ninguna casta o élite, vengo de una vereda al oriente llamada El Manzano, soy campesino y orgullosamente patiasao’.

No sé si sea fortuna o desfortuna del destino, pero crecí rodeado de un insistente contexto político que me ha formado hasta el día de hoy, sin haberme dado cuenta y sin yo haberlo requerido. Aveces creo que es una oportunidad única, aunque aveces pienso que es una maldición. Lo que quiero lograr con esta confesión es expresar que nunca pedí nacer en esta procedencia y de que no quiero seguir siendo juzgado por esta situación, para que finalmente entiendan que solo me correspondió ello por azares de la vida.

A pesar de que muchas personas siempre terminen relacionando negativamente mis ideas, acciones, proyectos y fijaciones políticas con miembros de mi familia sin siquiera tomarse el tiempo de revisarlos, soy fiel a la idea de que todo se debe hacer por los principios y valores que construimos cada uno con los años: son nuestros y debemos darles la importancia que merecen en nuestra vida, ya que nadie más lo hará, ni siquiera nuestra propia familia.

Por ello hoy decido confesar abiertamente todo lo anterior, porque no quiero seguir traicionando lo que direcciona y fundamenta mi deseo de construir una mejor sociedad, edificar un municipio y un país a la altura de sus ideas y sus ciudadanos. Ese siempre ha sido mi anhelo, como el de muchas otras personas y sé que entre todos podemos lograrlo.

Solo hay que superar las diferencias y dialogar: el destino de nuestro municipio no puede partir de un interés individual, sino por el contrario, debe ser colectivo. El día que lo entendamos vamos a comenzar a construir y avanzar sobre lo acordado. Ojalá sea pronto, solo dejando el odio político y el radicalismo ideológico lo lograremos.

Cuando entendí todo lo anterior, me puse como meta de vida educarme para educar a otros. Transferirle a una sociedad el conocimiento apto, neutral, criterioso y coherente para ser críticos de un proceso en el que, si bien ya no podemos dar marcha atrás, aún tenemos la oportunidad de re-pensar nuestro municipio y nuestra nación.

Es lo que hay y es la única esperanza que nos queda: la acción educativa, pedagógica y crítica, la aprehensión de la historia de nuestro país y la insistencia en aumentar la participación política de la sociedad colombiana a tal punto que el destino de la nación no lo decida un cuarto de sus habitantes.

Por ello finalizo esta columna confesando que me tomó por sorpresa la decisión de muchos de mis maestros, compañeros, familiares y conocidos en los que coincidíamos en lo mismo: “empoderar al pueblo para que tome las riendas de su propio destino”.

Aún advirtiendo que la decisión de votar por Gustavo Petro implicaba extender la vida de una clase política que agoniza, optaron por depositar su confianza en él. Quizá tenían una leve esperanza que ahora mismo se ha convertido en una situación que los hace poner en duda su determinación. Ya es demasiado tarde.

Gustavo Petro se ha ido desenmascarando en el poco tiempo que lleva. Hasta el día de hoy ha resultado ser lo que él mismo juró acabar: un pedazo de torta de la clase política que juega sucio para mantenerse en el poder, repartiendo puestos y así seguir gobernando un pueblo anímico que anhela un cambio verdadero pero que siempre termina comprando mentiras.

Espero no termine por desilusionar a quienes votaron por él, ya que no quiero que las personas que se interesaron en participar por primera vez en unas elecciones presidenciales boten todo a la basura y pierdan toda esperanza al aceptar que “siempre nos gobiernan los mismos con las mismas y es algo que no se podrá cambiar”.

Confieso que siento una incertidumbre tremenda con el nuevo gobierno, pero hay que darle una oportunidad, eso si, con desconfianza y criterio. Ahora mismo mi deseo es dialogar, hacer un llamado a la democracia, propongo abrir los canales de comunicación, tener la sensatez en el espíritu para admitir la diferencia y hacer un acuerdo sobre lo fundamental: el futuro de nuestro municipio y nuestro país.

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