Leopoldo Marechal 50 años después. De: Arquitrave

leopoldo merchal
El gran narrador y poeta argentino murió el 26 de junio de 1970.

Hijo de un mecánico, Marechal creció en las barriadas obreras de Buenos Aires. Cuando terminó la primaria se empleó en una fábrica de cortinas, pero fue despedido por organizar una huelga. En 1919 vio morir a su padre, víctima de la epidemia de la gripe española. Luego de graduarse en la Escuela Normal de Profesores, se dedicó a la enseñanza, lo que hizo hasta bien entrado en la madurez. En 1926 fue a España y en París conoció a los surrealistas.

La década de los veinte, hace un siglo, fue de una intensa actividad literaria en Argentina. Y Proa y Martín Fierro, los principales voceros de las corrientes vanguardistas en pugna. Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900-1970) participó en ambas publicaciones y se convirtió en uno de los líderes del Martinfierrismo que enfrentaba el Ultraísmo de Jorge Luis Borges. El principal resultado de este alinderamiento fue Días como flechas (1926), su primer libro. Redactado durante los momentos más agudos del debate, por su abundancia metafórica fue uno de los sujetos de las polémicas. Marechal es un poeta metafísico que hallaba parentesco entre Belleza y Divinidad, gracias al corolario poético del acto creador.

Mercedes Barcha, Leopoldo Marechal, Elbia Rosbaco, Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos. 1967

En su segundo viaje a la capital francesa comenzó a escribir Adán Buenosayres. Durante los años del gobierno de Perón (1946-1955), gozó de prebendas y prestigio. Durante decenas de años fue ignorado y vetado, tanto, como para autoproclamarse Poeta Depuesto.

La novela que publicó en 1948, Adán Buenosayres, es un largo, cínico, escéptico, difícil y no pocas veces desconcertante libro que ha dejado profunda huella en las obras de los escritores posteriores a los años sesenta. Título que remite a la fundación de la ciudad donde se desenvuelve el periplo narrativo, porque Pedro de Mendoza la bautizó Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre, en honor de la Virgen de Bonaria, que protegía a los navegantes.

Marechal introduce al lector desde las alturas para que divise una Buenos Aires industrial y moderna, que sin ser la cosmopolita y desencantada de los tangos de Santos Discépolo y los aguafuertes de Arlt, es puerto, fábrica y comercio abierto al mundo donde seres y cosas en masa están en marcha, resultado de las doctrinas y consignas de Perón y su hembra Eva Duarte, que les arrojaron hacia “la felicidad” del trabajo incesante. Luego nos expele al barrio Villa Crespo, donde ingresamos al cosmos de los expatriados, de todas las naciones, todas las religiones, todas las culturas, todas las lenguas.

Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez y Ricardo Molinari, 1929

Entonces narra la historia de un joven poeta argentino, en los años veinte, mientras explora su patronímica ciudad en busca de un ser amado en compañía de cuatro intelectuales y amigos literarios (un astrólogo alemán de apellido Schultze, el sociólogo Bernini, el filósofo judío “imbañable” Samuel Tesler y el playboy Franky Amundsen), visitando burdeles y bares mientras van hablando, entre obscenidades y sarcasmos, de Homero, Virgilio, Hesíodo, Dante, Rabelais, o haciendo parodias y bocetos de algunos de sus compañeros de generación. Una suerte de “roman à clef” que escarnece, en pleno auge del peronismo, que había nombrado a Marechal director general de cultura del gobierno, a sus amigos “vivos y muertos” a quienes había dedicado la novela y a quienes, la tiranía, tenía cohibidos y ultrajados.

El libro recibió, no obstante, su enorme importancia, poca atención de la crítica, quizás porque su autor se había convertido en favorito del déspota, ocupando puestos culturales y educativos de importancia. Luego de su deposición fue condenado al ostracismo por la izquierda y la derecha, pero también es cierto que no existían lectores dispuestos a vislumbrar y menos, a entender, lo que se les había ofrecido. Incluidos, críticos tan lúcidos como Eduardo Gonzalez Lanuza en Sur y Emir Rodriguez Monegal en Marcha, que le vieron apenas como una pobre imitación de Ulysses de James Joyce.

Leopoldo Marechal, Susana Rinaldi y Astor Piazzolla

Otra de sus obras es El banquete de Severo Arcángelo (1965), escrita luego de la caída de Perón, cuando se vio obligado a dejar sus empleos y tuvo que encarar la proscripción. Sin embargo, la aparición de la novela, que es más corta y concisa que la primera, restauró su prestigio. El manuscrito ha sido escrito por un tal Lisandro Farías -viudo de una furibunda feminista, aburrido y frustrado- quien cuenta cómo llegó a ser un invitado de ocasión en la preparación de un extraño banquete que ofrece un rico y misterioso industrial, Severo Arcángelo, mago y metalúrgico, en una de sus fincas en las afueras de Buenos Aires. Los otros huéspedes, rescatados también de la muerte, representan el periodismo, la enseñanza y la ciencia, símbolos de la condición humana, e incluyen un astrofísico, un filósofo y un payaso de circo.

El eco de la Ultima Cena y referencias a los treinta y tres años de Cristo (treinta y tres son los invitados al banquete y treinta y tres capítulos tiene el libro) evidencian las intenciones teológicas y ontológicas de la novela, pero es casi imposible establecer con certeza su significado último. Es de nuevo una suerte de poema épico sobre la vida y las responsabilidades humanas, una interpretación del sentido del poder y la confrontación de la existencia ante un destino desconocido e irresuelto. Marechal quiso hacer un severo retrato del mundo moderno donde el hombre es una víctima, autosatisfecha, de la automatización.

Leopoldo Marechal, 1920

En 1966 fue a Cuba como jurado de Casa de las Américas, junto a Monteforte Toledo, Cortázar, un juvenil Marsé y José Lezama Lima, cuya obra maestra, Paradiso, acababa de ser publicada en La Habana con setecientas noventa y ocho erratas. “Cuba está realizando –dijo en Granma– una revolución nacional y popular que puede servir de ejemplo a otras que se darán en nuestro continente”.

A pocos meses de su muerte, fue publicada la más política de sus novelas: Megafón, o la guerra, donde un joven autodidacta de Villa Crespo, ocasional árbitro de peleas de boxeo termina por creer que toda batalla, individual o colectiva, oculta otros combates intangibles que deben ser derrotados antes de la ofensiva final. Todo ello tejido, en medio de variadas contiendas con olor a pólvora, mientras Megafón trata de rescatar a una muchacha de las garras de un tenebroso rufián que la mantiene prisionera en un burdel de El Tigre, así sea descuartizado y sus despojos rueden por diversos lugares de la metrópoli porque su derrota es el luminoso camino de su gesta.

Con Megafón, o la guerra, Marechal continúa en la búsqueda de lo que sería ser argentino. Lo cierto es que alude, como telón de fondo, a la llamada Revolución Libertadora [Fusiladora para los peronistas] de 1955 y a la ejecución del general Juan José Valle, es decir, al golpe militar, civil y religioso encabezado por los Generales Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas contra Perón, clausurando el Congreso, deponiendo la Corte Suprema, las autoridades provinciales, municipales y universitarias que traspasó el poder a Arturo Frondizi, quien sería a su vez derrocado en 1962.

Por: Harold Alvarado Tenorio

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