Estamos condenados a un combustible caro. Por: Jairo Zapata Cortázar

Estamos en tiempos difíciles, inmersos en una etapa donde cualquier decisión nos llevará a un futuro incierto. Lo que sí está claro es que a todos nos costará mucho, pues a partir del próximo mes la gasolina en todo el país aumentará su precio significativamente. Aunque esta alza sea progresiva, no se detendrá hasta solventar el tan famoso déficit del Fondo de Estabilización del precio de los Combustibles (Fepc), hecho que, en definitiva, generará una gran crisis inflacionaria y social, porque entre más alto esté el precio de la gasolina, mayor será el costo de todos los productos que dependen de ella. El Gobierno nos pone en los medios paños de agua tibia, asegurando que el precio del DIESEL no subirá por un tiempo al ser el combustible de la mayoría de los transportadores del país, pero este combustible será en definitiva el que mayor precio alcance y mantendrá sus altos precios por mucho más tiempo.

Si se analiza la situación, la dinámica es la siguiente: Hoy en día un galón de gasolina en Bogotá cuesta en promedio $ 9.500 pesos, que se dividen entre Ecopetrol, las estaciones de servicio y los impuestos. El dinero que Ecopetrol está recibiendo por ese galón es muy inferior a lo que debería percibir por la venta, por lo que el valor que se paga no iguala el precio internacional al cual está supeditado, todo esto gracias al Fondo de Estabilización. Esa es la razón por la cual no hemos sentido el impacto de los altos precios de la gasolina en el mundo, engordados por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Esto nos ha permitido desacelerar la ascendente inflación, así como mantener precios decentes en los productos de consumo, que, aunque ya sean bastante costosos, no tienen precios alarmantes. Ahora, ¿Es este el momento para comenzar a pagar el déficit? Me lo pregunto porque las consecuencias son nefastas, no solo para las clases altas, como aseguran muchos discípulos del nuevo inquilino de la Casa de Nariño, también afectará a las demás personas y me atrevo a decir que de una forma mucho más gravosa.

Muchos sectores ya se han pronunciado, ninguno mostrando el más mínimo apoyo a la medida, otros comenzarán a tomar acciones mucho más concretas, siempre encaminadas a entorpecer el funcionamiento de la cotidianidad nacional por hacerse valer, pero lo preocupante va más allá de eso. En este país en desarrollo de potencia mundial de la vida, irónicamente, costará mucho vivirla. Tendremos una reforma tributaria inminente, disfrazada por la palabra y la mentira de estos de siempre, porque para el que no lo sepa, también se llevará a más personas de las que dice afectar. Espero equivocarme, sin embargo, con estas decisiones sobre la mesa no encuentro mucha esperanza en los días venideros, cada vez con menor inversión extranjera, sin oportunidades, pero eso sí, con precios impagables para la gran mayoría de los colombianos que, así no consuman combustible directamente, se van a encontrar con una realidad que tendremos que vivir todos sin excepción.

Para tormento de muchos, la obra de don Antonio Caro no quedará en su análisis conceptual del siglo pasado, parece que estamos condenados a mencionar en cualquier conversación nacional su famosa frase “Todo está muy Caro”, pero nunca pensé que fuera tanto. Los pasajes de transporte público, los alimentos, los productos de consumo, la cotidianidad, todo se verá afectado por el hecho de comenzar a disminuir ese déficit del fondo que ha pasado de ser ángel a demonio. Sí, se tiene que pagar en algún momento, pero este no es el adecuado, por un año o más tendremos que sufrir un combustible muy costoso, que según el siempre honorable parlamentario Gustavo Bolivar, su precio debería estar entre los $ 16.000 y $ 18.000 pesos. Siguiendo su lógica terminaremos con una de las inflaciones más altas en nuestra historia, porque por cada $ 1.000 pesos aumentado la inflación sube 0.65%, y teniendo en cuenta que la variación anual de la inflación en agosto fue de 10.8%, sería irrisorio pensar que nada va a cambiar.

Siendo completamente honesto no encuentro alternativas, el alza es inminente, así como sus efectos positivos y negativos. Quizás sea momento de abrir la discusión a otros escenarios, aunque viendo la tendencia de nuestros gobernantes dudo mucho que se animen al debate. Del valor total que pagamos por galón de combustible en Colombia, el 23% tiene una destinación tributaria fija, un porcentaje muy alto que entra a las arcas distritales y municipales, mientras que en Estados Unidos es el 11% del costo total del galón que se dirige a los impuestos. No sería para nada ilógico considerar la posibilidad de reducir en algún punto la carga tributaria de la gasolina, porque lo que más necesitamos los colombianos son precios bajos y razonables, no precios asfixiantes.

Nos queda la esperanza de la especulación del mercado, aunque no hay señales de que la guerra que tiene al mundo en jaque se detenga en el corto o mediano plazo. Será otro hecho global lo que permita afectar el precio internacional de la gasolina, esperemos que sea para bien de los colombianos, porque de la forma en que van las cosas, la vida dejará de ser rentable en el país. El gobierno debe minimizar las decisiones que nos hagan la vida más difícil, parece que esto no será posible, pues bien, por ahora debemos aguantar. Encuentro esperanza en que eso lo sabemos hacer muy bien, porque si algo hemos hecho los colombianos en toda nuestra historia es resistir, tendremos que hacerlo un poco más.

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