Es hoy, viejo hermano paraguayo. Por: Martín Jaramillo Ortega

Prefiero recordar, en estos días donde cuesta creer, la historia de una hermandad antigua.

Empieza la última fecha de eliminatorias y Colombia está con respirador artificial y expectante ante lo que parece ser un esquivo milagro. Se necesita que Paraguay nos haga un favor sumando mínimo un punto como visitante ante Perú, y que Colombia traiga los tres puntos de Caracas ante Venezuela.

Los menos entusiastas se acogen a las estadísticas: de las siete veces que los guaranís han pisado suelo inca, sólo han logrado empatar dos, el resto han sido derrotas. Colombia, por su parte, ha jugado en suelo venezolano ocho veces por eliminatorias y sólo ha ganado una vez. Básicamente, los números insinúan que la Selección, como suele suceder con los enfermos terminales, tuvo frente Bolivia una leve mejoría antes de su muerte anunciada hoy contra la Venezuela del gran José Néstor Pékerman. Si nos ceñimos a los presagios, rodará Rueda -pleonasmo válido para el caso- y volveremos a hinchar por Argentina y Brasil para el mundial dado que, como a comienzos de siglo, Colombia brillará por su ausencia.

Sin embargo, ya que algunos todavía no perdemos la fe y tratamos de hacerle caso omiso a los augurios, escribo esta columna para recordar a Alexander Martínez, mi profesor de geografía de sexto grado en el colegio. Recuerdo llegar un día al salón y ver, sentado en primera fila y un poco timorato, a un nuevo alumno que venía de Asunción y estaba en Colombia porque su papá era diplomático del gobierno paraguayo. Siendo honesto, no recuerdo bien el nombre del estudiante paraguayo, pero sí tengo cierta reminiscencia sobre lo que pasó al momento de tener que presentarse frente a los demás alumnos. Apocado, encogido y en voz muy baja (voz que sólo oímos quienes estábamos en primera fila del salón) se dirigió a los otros alumnos sin decir mucho. Tan tímida fue la presentación, que generó comentarios de todo tipo entre los mismos estudiantes.

Ahora bien, aquí es cuando evoco al profesor Martínez: ante la posibilidad de mejora en dicha presentación en sociedad, el profesor habló sobre una hermandad que existió hace un poco más de 150 años entre Colombia y Paraguay. Una historia que nos dejó a todos sorprendidos y que formó en cada estudiante colombiano un amigo paraguayo. La leyenda de una hermandad que le sirve de paliativo a esta Selección terminal que espera lánguidamente -incluso bajo la unción de los santos óleos- que la muerte sea lo menos dolorosa posible. Esperar un milagro es un acto más entusiasta que católico en este caso.

En cuanto a la mencionada hermandad, todo empezó en 1864 cuando se libró en gran parte de Suramérica ‘La guerra de la triple alianza’. Un conflicto en el cual Paraguay intentó hacer frente a una guerra contra a Brasil, Argentina y Uruguay. Una vez el auge del Partido Colorado en estos tres países y el apoyo incondicional hacia el Partido Blanco por parte de los paraguayos, los guaranís tuvieron que batallar solos frente a lo que se denominó la Triple Alianza.  La derrota la nación paraguaya fue tan estrepitosa que incluso se llegó a pensar que Paraguay se anexaría a los tres países vencedores. Murió más de la mitad de la población, la infraestructura quedó casi destruida por completo y el territorio se vio reducido de forma considerable, razón por la cual Paraguay hoy en día no tiene salida al mar, por ejemplo.

Sin embargo, los Estados Unidos de Colombia, por su parte, gozaban de buena salud y -dado el notorio federalismo liberal de la entonces vigente Constitución de Rionegro de 1863- buscaban unos Estados más progresistas, sin pena de muerte y que apoyaran las libertades individuales como la libertad de opinión y de culto, ya que se hablaba de la separación entre la Iglesia y el Estado. A sabiendas de lo anterior, y según cuenta la leyenda, fue entonces cuando entre los presidentes colombianos Manuel Murillo Toro y su sucesor Eustorgio Salgar decidieron extender la mano al pueblo paraguayo, que ya no sería más un pueblo casi apátrida, y mucho menos un pueblo inferior en comparación a sus verdugos. Con solo pisar tierra colombiana podrían ser colombianos.

Siendo así, el 27 de julio decretaron la Ley 70 de 1870, la que se constataría que: “Si por efecto de la guerra, el Paraguay desapareciera como Nación, ningún paraguayo será paria en América; con solo pisar tierra colombiana, en caso de producirse, gozará en forma automática de los privilegios, facultades prerrogativas y derechos colombianos, es decir que de perder la nacionalidad paraguaya serán automáticamente colombianos”.

Así en Colombia poco se sepa sobre esta historia y cada vez se oiga menos la frase que “pisar tierra paraguaya era como pisar tierra colombiana”, como lo aseguró Juan Manuel Santos en 2014; así sean dos viejos hermanos que los separen más de 3500 km; así toque escudriñar en los libros de historia para poder conocer bien lo que hoy parece casi que una fábula; por lo que le entendí en su momento al nuevo amigo paraguayo de mi salón, en Paraguay es casi que costumbre agradecer al pueblo colombiano por ser el único que se solidarizó. La historia de hermandad se cuenta de generación en generación en Paraguay y todavía nos tienen cariño.

Si Colombia llega a hacer bien su trabajo, sólo resta pedirle a Miguel Almirón, Gustavo Gómez y demás jugadores paraguayos, que sepan hay una nación completa, un viejo hermano, que está en situación terminal y que necesita una mano amiga. Habrá que esperar.

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