El país de los ingratos: Por Martín Jaramillo Ortega

Un homenaje a Andrés Salcedo y Edgardo Román.

La primera semana de este año nos dejó la triste noticia de la partida de dos grandes talentos. Andrés Salcedo y Edgardo Román nos abandonaron el 7 de enero y nos siguen, incluso hoy en día, dejando valiosas enseñanzas. Lo que sé sobre ellos no fue necesariamente porque lo viví. Es apenas obvio que cuando Salcedo y Román, locutor y actor, estuvieron en lo más alto de sus carreras profesionales, yo ni siquiera estaba en los planes mis padres, suponiendo que alguna vez lo estuve.

De Edgardo Román me acuerdo por cierta pasión al cine nacional de antaño. Recuerdo verlo en El embajador de la India y La estrategia del caracol; dos históricas películas colombianas que, cada una a su manera, retratan lo que es Colombia y lo que es su historia. Además, recuerdo sus apariciones en la ‘pantalla chica’ en Los Reyes y Aquí no hay quien viva, dos comedias que nos marcaron a toda una generación. De hecho, creo que los primeros recuerdos que tengo de Edgardo Román son de verlo interpretando a Jorge Eliécer Gaitán en El Bogotazo (junto con el futbolista Germán Ezequiel Cano, no ha existido alguien más parecido al caudillo) y sus esporádicas apariciones en Don Chinche; todo esto, visto los domingos por Señal Colombia con mi viejo. Dentro de sus mayores logros, están los reconocimientos obtenidos en Rusia, Francia, Eslovenia, España y Australia por obras de teatro adaptadas de libros de García Márquez y Vargas Llosa.

Sobre Andrés Salcedo, ni hablar. Cualquier homenaje que trate de hacerle se quedará corto ante semejante sapiencia. Locutor y escritor único. Recuerdo que El día que el fútbol murió fue el primer libro que leí sobre este hermoso deporte y, hasta el sol de hoy, no ha habido otro que me haya cautivado de semejante forma. Desde entonces, intenté (más mediante la tradición oral que otra cosa) indagar sobre la vida de Salcedo. Barranquillero, tranquilo y culto. Un hombre cuya voz supo, por lo que me contaron, marcar la generación de millones de jóvenes (quienes hoy ya no son jóvenes, pero siguen siendo millones) que esperaban que llegaran los fines de semana para oír las transmisiones de dos partidos de la Bundesliga narrados desde su inconfundible voz. Además, cuentan también mis -entonces jóvenes- fuentes, que existía un programa llamado Telematch que era narrado por él y que mostraba distintas competiciones entre las regiones alemanas. Un adelantado.

Sin embargo, y acá el punto de la columna, estos dos personajes tienen más cosas en común además de su fecha de muerte. Andrés y Edgardo, pero sobre todo el primero, nacieron en un país que no supo apreciar su talento.

El caso de Andrés Salcedo es tristemente llamativo. Fue narrador del fútbol alemán por más de veinte años y lo hacía tanto para transmisiones que llegaban a Latinoamérica en diferido una semana después, como para los hinchas bávaros y colonos que, en su idioma natal, oían cómo un barranquillero les contaba las maravillas que hacían con el balón ‘Caperucita’ Rummenigge o ‘Migajita’ Littbarski; unos de los tantísimos apodos que él inventó y que calaron en toda Suramérica. Luego de veintidós años en tierras alemanas, Salcedo decidió volver a Colombia para hacer lo que mejor sabía hacer: encantar a los televidentes con su voz, su tranquilidad y su conocimiento. No se supo del todo con claridad, pero Andrés (quien era reverenciado en Alemania, España y casi todo América) no pudo mostrarles a sus connacionales manera única de narrar.

Somos un país que con tendencia a bajar la caña a lo nacional y a vivir en una constante genuflexión con lo extranjero. Por lo que el hecho de que un colombiano que triunfó en Alemania no haya triunfado en Colombia es, cuanto menos, curioso. Claro está, tampoco jugó a favor la forma de narrar de Andrés. Pausado, con referencias sobre literatura, geografía, arte, música y cultura general, un manejo exquisito del lenguaje y una forma única de emocionar al televidente sin tener que gritar. Salcedo no hacía parte de la narración colombiana con vocación a la gritería y a los comentarios toscos. En parte, cuentan las malas lenguas, por eso mismo no lo dejaron entrar. No necesitaba decir que venía el ‘pase de la vida’ o que ‘le faltaron megapíxeles a la definición del delantero’. Salcedo era muchísimo más refinado; no nos lo merecíamos.

Andrés y Edgardo nacieron en un país de ingratos, como muchos otros colombianos a quienes no les reconocimos sus genialidades. Casos como los de ellos hay varios, algunos siguen vivos. Se me ocurren Diana Uribe y Juan Esteban Constaín y José Augusto Rivera, por ejemplo. A quienes su edad no les es correspondida con su extraordinario conocimiento.

En cuanto a quienes ya murieron, en un país donde no hay muerto malo, fue el poeta chileno Nicanor Parra, en su poema Ritos, quien mejor define este fenómeno:

“Cada vez que regreso

A mi país después de un viaje largo

Lo primero que hago

Es preguntar por los que se murieron:

Todo hombre es un héroe

Por el sencillo hecho de morir

Y los héroes son nuestros maestros.”

Casos hay varios: Antonio Caro, Antonio Caballero, Bernardo Caraballo, Carlos Mayolo y Luis Ospina son claros ejemplos de personas que, sólo al momento de morir, cuando terminan las vanidades del mundo, son realmente reconocidos por su obra en vida.

Quizás sea el mismo Antonio Caballero quien, en una de sus inolvidables columnas, defina lo anterior: “Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: “¡Qué bueno era!”.

3 Comentarios de: “El país de los ingratos: Por Martín Jaramillo Ortega

  1. Excúsame Martín, el comentario es para ti.
    José Augusto Rivera Castro

  2. Excúsame Martín, el comentario es para ti.
    José Augusto Rivera Castro

  3. Andrés,
    Te agradezco la mención que hiciste de mi en éste valioso artículo. Me llena de valor y entusiasmo para continuar mi labor que no es otra que ¨... crear obras esperanzadoras para la humanidad¨, al decir del Papa Francisco, idea que me inspiró para atreverme a presentarle mi obra Ritual de Reconciliación.
    Al final, es tan abrumador el reconocimiento a mi obra y el cariño de la gente que podría ser suficiente. Ya sabemos que las condecoraciones, los pergaminos y demás asuntos oficiales están determinados por demasiados intereses políticos, económicos y sociales.
    He determinado como lema otra idea que tomé por ahí, no se de quién: ¨la libertad es la esencia del arte¨. Con ello he librado una dura batalla imponiéndome a la idea de arte, determinado por burócratas culturales de toda clase, quienes someten a personas que intentan ser artistas, castrándoles esa posibilidad.
    Los seres libres y rebeldes somos combatidos por las jerarquías para que no seamos mal ejemplo para el rebaño.
    Así que, asumidas las consecuencias, me doy por muy satisfecho con el apoyo recibido de tantas personas en tan diversos lugares a lo que he logrado transmitir con mis obras: lo que pienso, siento, sueño y lucho. En esa campo está tu artículo
    Muchas gracias y un abrazo
    José Augusto Rivera Castro
    Celular 3006769971

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