Colombia: Radiografía de un susto. Por: Antonini de Jiménez

Antonini de Jiménez -Columnista- elBogotano

Colombia se parece a un cangrejo: camina hacia adelante con la vista puesta atrás. Conjuga el futuro en pretérito perfecto “¿qué hubo?” y el miedo es corrosivo de la piel para adentro y para afuera. Hacia adentro asume la forma de auto-censura. El pueblo colombiano no sabe decir “No” y en su moral viene tipificado el delito de “sincericidio”. Las “buenas formas” con las que se congratula es recelo enmascarado. Tiene miedo de sí mismo lo que abona un campo rico en complejos, inseguridades y “defectos de forma”. Las operaciones estéticas o confundir el ruido con la música (rechaza el silencio) son solo algunos de los pintorescos ejemplos que copan la realidad colombiana.

De este pavor a sí mismo resulta un país híper-mega-ultra sentimental-oide. Por eso en esta parte del planeta no reinan culpables solo víctimas (víctimas del conflicto, victimas del sistema, víctimas, víctimas y más víctimas…). Esto, entre otras razones, impide el ejercicio legítimo de la responsabilidad personal y con ello, del derecho. Así, cuando alguien comete un atropello no dice “lo siento” sino “que pena con usted”. Las decisiones nunca se toman, tan solo se socializan lo que favorece el caudillaje encubierto. Al final siempre son unos pocos en nombre de unos muchos. En su desconocimiento el colombiano es temerario donde debe ser prudente (conduce con el freno y camina esquivando a los transeúntes) y cobarde donde se libra ser valiente (ser honestos en el cara a cara).

Hacia afuera su miedo asume la sombra de la sospecha. La gente tuerce ceño ante la aproximación de cada viandante y el vecino es siempre un enemigo en potencia. Esto explica la desorbitada presencia policial. Su función no radica en evitar desfalcos (el pueblo está resentido con su eficacia) sino en favorecer una frágil sensación de paz cívica. La reconocida simpatía de la que goza el país es una estrategia para ganarse la confianza del desconocido y en supermercados a las barras de seguridad se les adhiere vigilantes que avalan lo que aquellas ya demostraron. La burocracia es extenuante y su ineficiencia corre pareja al recelo de verse desprotegido por un vacío legal.

Se llora por decreto (véase decreto tal del día cual: “el pueblo de Risaralda lamenta la muerte de Belisario Betancourt”) y los amigos de mis amigos nunca fueron mis amigos. Por tales motivos este pueblo transita bajo las formas de un ruidoso desamparo y la inflación del coaching-personal aplaca sin éxitos una soledad que dura más de 100 años.

Antonini de Jimenez. Universidad Católica de Pereira @antoninidejimenez

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