Dostoievski y “Los hermanos Karamazov”: Por Pablo Rosselli-Cock

Pablo Rosselli

El 11 de noviembre pasado, el mismo día de la independencia de Cartagena de Indias, se cumplieron doscientos años del natalicio de uno de los grandes de la literatura universal: Fedor Dostoievski (1821-1881). Su última novela, “Los hermanos Karamazov,” en la que narra las conflictivas relaciones de un padre con sus hijos en la Rusia del siglo XIX resume, para mí, la vida entera. Aunque resumir es un decir, pues es un libro largo, muy largo, que en la clásica traducción de José Laín Entralgo supera las mil páginas, y es de los pocos textos clásicos que se sostiene solo al ponerlo parado sobre una mesa.

Aunque algunas reseñas hablan de ella como una novela filosófica en la que se interroga la existencia de Dios, del bien y el mal, creo que su profundidad va más allá: tan es así que era de las novelas favoritas de Sigmund Freud, Virginia Woolf y Albert Einstein, que decía que había aprendido más de “Los hermanos Karamazov” que de cualquiera de sus colegas científicos.

Es, además de filosófica, una obra costumbrista en la que se dibuja la vida cotidiana de la Rusia zarista, las vestimentas, la música, la religiosidad y el permanente acompañamiento del consumo de alcohol de sus personajes; es una novela policiaca en la que hay violaciones carnales, robos, homicidios, encubrimientos, y es considerada la novela parricida por antonomasia; es una novela de amor en la que se plasman sus veleidades, altibajos y contradicciones; es una obra de teatro y una tragedia en la que se ve con claridad la influencia Shakesperiana, pero sobre todo es una novela psicológica. Como nadie, Dostoievski describe las pasiones humanas: la tristeza, los sentimientos de culpa, le efímera felicidad, la histeria femenina, la lascivia masculina, las frágiles relaciones entre hermanos, las rivalidades entre padres e hijos, la huella que deja la ausencia de una madre.

Uno de los componentes autobiográficos del libro se expresa en la epilepsia de uno de sus personajes, la cual padecía el propio Dostoievski, y que en ese tiempo no tenía un buen tratamiento.

Por fortuna, esta última novela escrita por Dostoievski poco antes de morir no fue una de las tantas lecturas obligadas e incomprendidas durante los años de colegio, pues es difícil de digerir y requiere de tiempo, concentración y relectura.

Dicen que los libros y las personas le llegan a uno en el momento indicado y siento, en este caso, como pocas veces, que algo cambió en mí después de hurgar en la vida de esta disfuncional familia Karamazov.

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