¿Cuánto le debo? Por Martín Jaramillo Ortega.

Un análisis de lo que serían los pagos con sexo en Colombia.

La semana pasada se volvió tendencia la noticia en la que se aseguraba que en adelante se podrán pagar, en España, las deudas con sexo como contraprestación.

Para no caer en un mal común de estos tiempos y leer únicamente los titulares, decidí enterarme bien de cómo sería esta nueva forma de pago. Lo primero es que no es cierto: todo se remonta al 2019, cuando una mujer le pidió prestados 15.000 euros a su cuñado. El préstamo se dio y ambos pactaron que la deuda se pagaría con sexo oral tres veces por semana. Luego de cinco encuentros la mujer no quiso seguir con el trato y denunció a su cuñado por el presunto delito de coacción.

A raíz de todo lo anterior, el Tribunal Constitucional español decidió archivar el proceso argumentando que cuando se dieron los encuentros sexuales hubo consentimiento de ambas partes, que cuando éste cesó terminó también el acto sexual y que hubo autonomía de la voluntad privada.

En ningún momento se declaró legal en España pagar deudas con favores sexuales, como lo aseguraban algunos medios. Sin embargo, noté en redes sociales el asombro de muchos ante lo que hubiera sido una nueva forma de pago. Incluso, leí a varios entusiastas diciendo que ya en Colombia se estaría estudiando esta nueva alternativa. Falso también.

Por otro lado, y ante semejante emoción que percibí, decidí dar rienda suelta a la imaginación -ejercicio común para estos menesteres- y pensar qué pasaría donde realmente se pudiera pagar con sexo las deudas en Colombia:

En el Derecho de Obligaciones aprendí que el dinero tiene poder liberatorio, dado que cualquier prestación se puede llegar a pagar con éste. Ahora bien, creo que este nuevo método de pago tendría incluso mayor poder liberatorio, aunque esto puede ser debatible.

Igualmente, pensaba qué tan saludable llegaría a ser dicho pago para algún personaje importante -gamonal o banquero, por ejemplo- a quienes los colombianos les debemos tanto, literalmente. Imaginaba largas colas (o filas, mejor) en las que en algún lugar más o menos discreto se ejecuten esos pagos. Podrían tardar días o semanas para que, si se sobrevive a tanto respeto, queden saldadas las deudas.

Además, varias incógnitas dadas por costumbres dignas del país del Sagrado Corazón llegaron a mi mente: ¿Se sentiría la gente afortunada de ingresar a la exclusiva lista de Datacrédito? ¿Sería, ahora sí, una lista exclusiva? ¿Será por primera vez en Colombia mal visto acabar rápido un trámite? O incluso, ¿Qué pasaría con la ejecución tan anhelada de la Ley Antitrámites? ¿Qué pasará con esa tendencia tan colombiana de hacer doble fila, de colarse o, en el peor de los casos: ‘cuelarse’?  ¿Cómo se llevarían a cabo ahora los pagos digitales? ¿Qué tanto se ‘caería el sistema’ de ahora en adelante? ¿Será, ahora sí, realmente amable la espera en línea? ¿Se acabaría o se duplicaría el servicio de mensajero o tramitador? ¿Qué pasaría con el distanciamiento social? ¿Cómo se cobraría el impuesto -en todo el sentido de la palabra- del 4x1000? Y, por último, ¿Cómo se calificaría la calidad del pago?

Luego de dicho ejercicio imaginativo, y a sabiendas que, al mejor estilo de Don Simeón Torrente, los colombianos hubiésemos dejado de deber, entendí que lo mejor para estos casos seguirá siendo la planeación (no confundir con planificación en estos menesteres) financiera.

Por último, vale la pena aclarar que todo lo anterior no es más que una invitación, en especial a las nuevas generaciones, a leer más que los titulares, a no tragar entero y dejar de vivir en un mar de conocimiento de poquísimos centímetros de profundidad, sólo por el hecho de no alimentarse con el fondo de la noticia.

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